Cultura

Muchos dólares y pocas nueces

Acción, EEUU, 2011, 130 min. Dirección: Kenneth Branagh. Guión: Ashley Edward Miller, Don Payne, Zack Stentz. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Patrick Doyle. Intérpretes: Chris Hemsworth, Natalie Portman, Kat Dennings, Idris Elba, Anthony Hopkins.

Tal vez a la Marvel -la poderosa editora de tebeos convertida en productora- le sedujera que la filmografía y el prestigio de Branagh dieran un toque de distinción shakesperiana a uno de los personajes menores creados por la factoría. El origen germánico de Thor, convertido en un superhéroe americano inmigrante, parecía avenirse bien con las tragedias anglosajonas interpretadas y dirigidas por el actor y realizador británico que está despilfarrando despreocupadamente su prestigio.

Lo que resulta difícil comprender, salvo que entremos en la lógica de los talonarios y las ofertas que no pueden rechazarse, es por qué Branagh aceptó dirigirla. Sobre todo tras el fracaso de su adaptación del Frankenstein de Mary Shelley. Este héroe de tebeo lo distancia aún más que aquel moderno Prometeo romántico de los universos que le son afines. Y sin embargo el resultado es mejor, aunque no sea bueno.

Tal vez porque en este caso el director parece haber decidido irse a tomar café mientras los departamentos de diseño de producción y de efectos especiales se ocupaban del grueso de la película.

Lo que de Branagh pueda haber en la película, en el caso de que haya algo, es lo peor de ella: el fallido énfasis operístico hiper-kitsch de las escenas mitológicas y el tono de comedia de las escenas terrícolas. Abalorios de autor que pretenden inútilmente dar ese toque de distinción que diferenciaría a la película de las costosas máquinas digitales sacaperras en 3D. Pero en lo que Ang Lee o Christopher Nolan acertaron (el primero más que el segundo) cuando adaptaron las aventuras del increíble Hulk o Batman con ciertos requisitos personales, Branagh ha fallado. Aunque lo peor no es él, que deja trabajar a los fabricantes de imágenes espectaculares, sino Chris Hemsworth, actor digno de ocupar el trono de inexpresividad y músculo en el que antes se sentaron Steve Reeves, Gordon Scott, Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone.

La verdadera estrella de la película, efectos especiales aparte, es el diseñador de producción Bo Welch, cómplice de Tim Burton en Eduardo Manostijeras, de Mike Nichols en Lobo, de Barry Sonnenfeld en Men in Black y de Alfonso Cuarón en La princesita. O lo que es lo mismo, experto en la creación de universos abigarrados en los que lo futurista y lo barroco se combinan hasta alcanzar un delirio agravado por el muy pastelero y nada sobrio Branagh. Mitología nórdica pasada por un tebeo americano, interpretada por un australiano y filmada por un británico con un tono visual entre Bollywood, Ziegfeld y las baratijas chinas. Esto debe de ser la multiculturalidad.

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