philippe graffin. violinista

"Es difícil que los políticos se comprometan con la música"

  • La gran figura internacional de la sexta edición del Festival Turina actúa en Sevilla hoy, por partida doble, y mañana en el concierto de clausura

Philippe Graffin, el miércoles en Sevilla, poco antes de un ensayo con la orquesta de jóvenes músicos del Festival Turina.

Philippe Graffin, el miércoles en Sevilla, poco antes de un ensayo con la orquesta de jóvenes músicos del Festival Turina. / juan carlos muñoz

Por primera vez en Sevilla, "una ciudad con tanta historia que invita a soñar", el violinista francés Philippe Graffin (Romilly-sur-Seine, 1964) es la figura de mayor renombre internacional de la sexta edición del Festival Turina. Como tal participó ayer en el programa Inspiraciones folclóricas (con obras de Mozart, Dohnányi y Dvorak), y lo hará también hoy por partida doble, en la matinée al frente de la orquesta de jóvenes músicos del festival (tocará la Oración al torero de Turina) y por la tarde en el concierto Made in Paris (la Sonata para violín y piano de Poulenc), y mañana, en la clausura, se sumará al resto de los músicos con el Septimino de Saint Säens.

-Participa en este festival que recuerda y homenajea a Joaquín Turina. ¿Cuál es su experiencia previa con su música?

-La verdad, de joven no lo conocía. Tardé algo en saber de él, pero cuando lo hice disfruté mucho y en cierto modo lo encontré bastante familiar, pues en su música hay muchos ecos de los compositores franceses de su época.

-Aquí a veces se tiene la impresión de la que la música española no es bien -a veces ni mal- conocida fuera del país. ¿Lo percibe usted así también o hay algo en esta sensación de complejo por nuestra parte?

-No hay ninguna razón que justifique ese complejo, la música española es un continente inmenso y se aprecia mucho fuera de España. Ahora bien, es verdad que tras la Guerra Civil dejó de traspasar la frontera española. También es cierto que, tras la muerte de Franco, incluso los compositores que vivieron y trabajaron durante la dictadura no sólo no han desaparecido de la historia, sino que van siendo cada vez más conocidos y apreciados, como por ejemplo Xavier Montsalvatge, que me parece un compositor excepcional cuya obra tiene mucho futuro en los repertorios, o Federico Mompou, cuya música es una inspiración para mí aunque fuera pianista. Hay mucha riqueza que poco a poco se va descubriendo ahí afuera.

-Usted fundó hace más de 20 años un festival en Saint-Nazaire que desapareció hace poco, por lo que asumo que estará al tanto de las dificultades que casi acabaron condenando al Turina al mismo destino...

-Cómo no. Mi festival dejó de celebrarse hace dos años, tras 25 de existencia... Y nada: se acabó. Algo tiene que ver en todo esto el papel irrelevante que la educación de nuestros días concede a la música. Los políticos no tienen cultura musical alguna, por lo que es difícil que se comprometan de verdad en esta cuestión. Ojo, no digo que sean malos políticos sólo por ello, soy consciente de que es preciso haber recibido una educación muy sensible a la música para entenderlo. En este panorama yo defiendo que el papel del músico, hoy en día, no es sólo saber tocar, sino transmitir y ser capaz de integrar la música en la sociedad en la que vive. Hay que hacer todo lo posible para que la música sea asequible y esté al alcance de la gente y ser capaz de lograrlo sin hacer concesiones... Pero para ello es fundamental que los políticos y que el propio público confíen en los músicos, que se nos deje hacer una labor pedagógica. Hace un tiempo, en un festival me ofrecieron tocar Las siete últimas palabras de Cristo de Haydn y completar el programa con otra obra; yo propuse, porque me parecía un contrapunto interesante, una de Ligeti. El programador: Ah, no, eso no, demasiado contemporáneo. La gente eso no lo entiende, hombre. Si ese señor hubiera conocido la obra de Ligeti seguramente se habría podido hacer ese programa, y con éxito, estoy convencido. Es esta clase de prejuicios lo que produce y agranda la brecha.

-Habla de pedagogía. ¿Es que hace falta una formación especial para apreciar la música de cámara, por ejemplo? ¿Qué hay que entender cuando uno se sienta a escuchar música?

-Me explico: hasta finales del XIX el público entendía este lenguaje musical y a comienzos del XX se produjo una ruptura, eso me parece innegable. Aunque en realidad yo esa ruptura no la veo como tal, sino como una evolución natural que acontecimientos históricos como la Revolución Industrial y la Primera Guerra Mundial agudizaron. ¿Hay que hacer a veces algún esfuerzo, en particular con la música contemporánea? Sin duda. Pero compensa. Y si el público se olvidara de los prejuicios y realmente se parase a escuchar la música, sin más, la entendería. Hace no mucho vi en la televisión algo precioso y revelador, era un documental sobre una aldea perdida en la Amazonia; una periodista reunió a los habitantes, les puso extractos de música occidental y cuando sonó Maria Callas el silencio era casi sobrecogedor; al final varios de ellos decían, emocionados, que no tenían ni idea de qué era exactamente eso que habían escuchado, pero que no tenían la menor duda de que era música sagrada. Así que sí, por supuesto que todo el mundo puede apreciar un cuarteto, al final, en efecto, no se trata de entender nada, sino de dejarse tocar. Cualquier música, toda, habla de nosotros.

-¿Qué tiene de especial para usted la música de cámara frente al concierto sinfónico?

-Diría que una orquesta vendría a ser una película de Hollywood y un grupo de cámara algo así como una obra de teatro. En muchos aspectos, es una música más íntima, que se hace y se siente a una escala más humana.

-Según he leído, toca un violín construido en 1730 en Venecia por Domenico Busano. ¿Cuál es su historia y en qué grado se considera fetichista de los instrumentos históricos o de época?

-Me lo regaló mi padre después de ganar un primer premio en un concurso de violín en Italia. Que sea de Domenico Busano... a saber [risas]. La verdad es que, al final, no se sabe quién lo hizo, y casi mejor que no se sepa. Lo único seguro es que es italiano, que se hizo en Venecia en torno a esa fecha y que le tengo mucho cariño y me siento profundamente ligado a él, como si fuera una extensión de mi cuerpo por mucho que a veces me haga sentir frustración. Por lo demás, sé que hoy en día se hacen algunos violines maravillosos. El mío, para mí, es muy importante, pero no por ese fetichismo.

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