Cultura

El dibujo, creación de mundos

  • En su segunda individual para la Galería Rafael Ortiz, José Miguel Pereñíguez presenta una serie de obras que tienen el dibujo como elemento central de su práctica artística

José Miguel Pereñíguez. Galería Rafael Ortiz. Mármoles, 12. Sevilla. Hasta el 22 de julio.

Cada época tiene su propia visión del pasado. Quizá los rasgos que dio Holbein a Enrique VIII y que aparecían en nuestros viejos libr s de historia se hayan sustituido hoy por las de Jonathan Rhys Meyer, el actor de Los Tudor. Más allá de la imagen y la anécdota, digamos que cada época elabora su percepción del pasado, según ciertas inquetudes e ideas. Hombres y mujeres del Renacimiento (de Marsilio Ficino a Vittoria Colonna) buscaron en griegos y romanos una oculta sabiduría: revelada por Dios a los paganos e ignorada en buena parte por la Iglesia medieval. Este afán renacentista se desvaneció a medida que la Europa culta -historiadores y juristas- advirtió que griegos y romanos, pese a su grandeza, tenían modos de vida demasiado primitivos para la sensibilidad del siglo XVIII. Justamente en esa época se empieza a ver la poética griega y sus imágenes como formas arcaicas de pensar. Más que arte (tal como lo entendían los europeos del siglo XVIII) eran productos de un saber que piensa con imágenes, crea mitos, se guía por ellos y con ellos construye su visión de las cosas. Ya no buscaron, en consecuencia, en la literatura clásica una secreta sabiduría, sino que comenzaron a ver en sus obras de arte formas de un ideal, que regía la vida de aquellos pueblos, admirándolas porque unían grandiosidad y belleza. Fueron los románticos alemanes quienes por fin fijaron nuestro ideal clásico: la resolución de los hombres de la Ilíada, la entereza de los personajes trágicos y la silenciosa serenidad de los héroes esculpidos en piedra corrían parejas con la creadora imaginación romántica.

Esta idea, sin embargo, contrasta con la que ofrece la sostenida meditación de José Miguel Pereñíguez sobre el mundo clásico, cuyos resultados expone en esta muestra. Apoyándose en textos literarios, reconstruye el arsenal personal del héroe griego y estudiando los ritos y ceremonias de la fundación de la ciudad romana, muestra cómo se construía el pozo, que habría de contener las ofrendas para lograr el favor de los dioses y cuál era sentido del árbol, signo del nuevo espacio de habitación.

Los trabajos de la muestra poseen dos virtudes. Una de ellas, el rigor con que se buscan fuentes y referencias. La otra es su carga poética, porque cuanto nos presenta la muestra no es un trabajo etnográfico o histórico, sino artístico.

Esta cualidad se advierte ante todo en el dibujo. El dibujo es sin duda una tarea reflexiva que muchos han comparado con la escritura: es un enfrentamiento a cuerpo descubierto no ya con la hoja de papel en blanco, sino con el riesgo de caer en el tópico, de seguir, insensiblemente, surcos ya abiertos. Justamente por eso el dibujo es siempre rasgo y trazo: gesto que rasga o desgarra el blanco del papel, para desvelar en él un nuevo fragmento de mundo, y que traza, es decir, que trae aquí y muestra algo que hasta entonces estaba oculto. Los trabajos de Pereñíguez son una excelente concreción de estas ideas: la densidad de la reflexión se concreta en atrevida creación que remueve y desbroza la materia.

Pero hay algo más: el autor muestra, con los dibujos, el proceso de su elaboración. Lecturas que hicieron madurar la idea, textos poéticos que la iluminaron y un amplio cúmulo de objetos y maquetas elaboradás por él mismo como paso previo, reflexivo y práctico, a los dibujos. Al mostrar el proceso de trabajo, el autor parece señalar, de un lado, que la elaboración artística no es sólo cuestión de destreza y virtuosismo, y menos aún de misteriosas facultades, sino que brota de un laborioso esfuerzo de reflexión del que la obra es su última etapa. Indica además que los medios de que se vale el pensamiento en tal proceso de elaboración pueden ser muy sencillos: Oteyza empleaba latas de conserva, alambre y mondadientes, los que usa Pereñíguez no son menos humildes, pero también, como se ve en los resultados, eficaces.

Las figuras que componen la visión de la cultura clásica en los trabajos de Pereñíguez no están demasiado cerca del ideal clásico que forjaron los románticos alemanes y que aún pesa sobre nuestra cultura. Quizá alguien eche de menos al silencioso héroe sin fisuras que unía humanidad y naturaleza en armonía singular. Aquí, más que de héroes olímpicos, se habla de los individuos jonios, cantados por Alceo, que guardaban y cuidaban su arsenal de armas porque veían en él la prolongación de su propia identidad, y del detallado rito por el que los romanos hacían surgir de la tierra un lugar, es decir. Una nueva habitación humana.

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