Crítica de Cine cine

El cuerpo como arma de destrucción

Jennifer Lawrence interpreta a una bailarina reclutada por los servicios secretos rusos.

Jennifer Lawrence interpreta a una bailarina reclutada por los servicios secretos rusos. / d. s.

Mujeres que actúan por sí mismas o para algún gobierno como espías, combinando inteligencia y seducción, ha habido unas cuantas a lo largo de la historia, desde las bíblicas Judit y Dalila a la cabaretera Christine Keller que desató el escándalo Prófumo al ser amante de un alto cargo británico y un espía soviético pasando por Mata-Hari, la protagonista de esa película horrorosa que es El libro negro, la Nikita, dura de matar de Besson o la Cotillard que enreda a Pitt en Aliados. La historia nos dice que la mayoría de las mujeres que actuaron heroicamente como espías se sirvieron de su inteligencia y su valor, no de su cuerpo (recuerden Espías en la sombra). Pero para el cine, por muchas modas políticamente correctas que lo estrujen, el uso del cuerpo es más atractivo. Sobre todo para el cine que, como esta película, no tiene claras las fronteras, en lo que al espionaje se refiere, entre Lara Croft o John Le Carré. Y que desde luego está a años luz de la mejor película jamás rodada sobre el tema de la espía seductora, la Encadenados en la que Ingrid Bergman hace de Dalila/Judith y el desdichado Claude Rains de Sansón/Holofernes.

En este caso se trata de una atractiva bailarina -clásica, no cabaretera como la Keller- obligada a someterse a un entrenamiento inhumano para convertirse en un cuerpo de destrucción masivo al servicio de Rusia. Para ser una obra del hortera Francis Lawrence -Constantine, Soy leyenda, Agua para elefantes, las tres entregas de Los juegos del hambre- no está mal. Siempre hay que juzgar en función del contexto, en este caso la filmografía; y comparada con sus obras anteriores Gorrión rojo es su mejor película. Hay una estetización de la violencia -muy perceptible en las escenas del entrenamiento- en gran parte debido al preciosismo sucio (porque estos contrarios son compatibles) de la dirección fotográfica de Jo Willems, colaborador de Lawrence en la trilogía de Los juegos del hambre. Tratamiento aplicado también a las abundantes escenas de sexo más bien retorcido.

Pero también hay que agradecer al director que se compense la superficial espectacularidad visual de la fotografía y del montaje con la contención en las no tantas escenas de acción, el tono frío que domina la mayor parte del relato (insospechado en este director que oscila entre la vulgaridad y la cursilería) y, sobre todo, por dar prioridad a las buenas interpretaciones de Jennifer Lawrence (en su cuarta colaboración con Francis Lawrence), Joel Edgerton, Charlotte Rampling y Jeremy Irons, o lo que es lo mismo, a los personajes: lo mejor de esta película que a ratos, sobre todo en su primera parte, roza una buena y relativamente original propuesta de cine de espías alejada de los ruidosos tópicos vigentes.

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