Cultura

En la cocina del realismo

El idilio de Abdel Kechiche con los premios del cine francés (La escurridiza, reinterpretación periférica y adolescente de la literatura de Marivaux, y Cuscús han conseguido sendos César a la mejor película y al mejor director en 2004 y 2007) no ha contribuido a que su cine llegue a España en las mejores condiciones. Y es que hablamos también del ganador del Premio Especial del Jurado en Venecia 2007.

Sea como fuere, Cuscús nos trae una muestra del mejor cine realista que se produce en Europa, y como La clase, de Cantet, lo hace a partir de una interesante interpretación de las posibilidades de integración del documental y la ficción, y con una mirada cercana, de primera mano, sin subrayados periodísticos, a la realidad multicultural de la sociedad contemporánea. Kechiche se propone retratar el ámbito familiar e íntimo desde la reelaboración autobiográfica y contra los estereotipos de los inmigrantes magrebíes en las ciudades francesas. Es así que la familia protagonista, acuciada por las estrecheces económicas y los roces cotidianos, rezuma verdad y autenticidad como pocas veces vemos en una pantalla. Como Cantet en el interior del aula, Kechiche se hace fuerte en las escenas de salón, en la cocina, en la mesa, coreografiando los rituales comunitarios con una cámara fluida y atenta, a través de un prodigioso dispositivo que se invisibiliza para dejarnos ante un trozo de vida. No menos admirable resulta también su trabajo con los actores, casi todos amateurs, capaces de interactuar sin que se perciba nunca el mecanismo de la interpretación.

Pero Cuscús tiene además otros méritos y singularidades. Su estructura dramática se expande y se comprime de manera irregular y abierta. Kechiche juega a dilatar y condensar la narración en bloques de tiempo y duración en los que el trazo documental le gana siempre el pulso a la escritura de la ficción; pero sabe hacer progresar su relato, domeñarlo a través del montaje y una particular concepción del suspense, para hacer vibrar su historia de superación, esfuerzo y fatiga al ritmo de la música y el movimiento en su portentosa secuencia final en el barco-restaurante y los alrededores del puerto. Cuscús pasa de lo coral a lo individual con gran naturalidad, haciendo resonar en su superficie el eco de la historia y las tradiciones de los inmigrantes de la primera generación con el presente y el futuro que le espera a los más jóvenes, pertenecientes ya a otra cultura, híbrida e integrada.

Por estas razones, por su contagiosa vitalidad, por su realismo, por su inestable y quebradiza narrativa, por la generosidad y la carnalidad de sus intérpretes, por su costumbrismo fidedigno y lleno de energía, se merece todas las oportunidades.

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