Cultura

Una ciudad en la encrucijada

  • Considerada una de las mejores novelas gráficas de todos los tiempos, Berlín. Ciudad de piedras ha llegado a su séptima edición

  • La crítica la define como una "obra de arte para mirar y releer"

Una ciudad en la encrucijada

Una ciudad en la encrucijada

Un tren -una locomotora negra, seis vagones blancos- cruza la primera viñeta de izquierda a derecha; la chimenea expele una nube de humo engañosamente limpio; un tendido eléctrico y unos árboles flanquean el paso de la máquina. A pesar del blanco y negro, el verdor de la campiña alemana es manifiesto. Hace un día magnífico. La siguiente viñeta nos acerca a uno de los vagones; ahora pueden verse las vetas sucias de la humareda. Nos asomamos a una ventanilla, nos introducimos en el vagón y ocupamos el asiento frente a una mujer que dibuja; es joven, pero la falta de maquillaje le hace parecer mayor. A su lado, un individuo con el uniforme del partido nacional-socialista duerme apoyado de mala manera entre el respaldo y la pared. En la última viñeta, una sombra se recorta en el cristal opaco de la puerta del compartimento, ¿quién? Pasamos la página.

Entra un viajero, saluda educadamente y la mujer corresponde; el tipo con uniforme nazi ni se entera. Por lo visto, el recién llegado se ha decidido por cambiar de sitio molesto con la presencia de otros especímenes uniformados -despiertos, insolentes tal vez- en el tren. El hombre se interesa por los dibujos de la mujer. Mientras vamos pasando páginas, ellos charlan. Él es periodista y se llama Kurt Severing. Ella, Marthe Müller. Él está de viaje por motivos laborales. Ella se dirige a la capital para estudiar Bellas Artes. El tiempo se desliza, el diálogo continúa y se inicia un zoom de retroceso. En una viñeta vemos la escena desde el exterior del vagón. En la siguiente, el tren se aleja de nosotros. Pasamos página y descubrimos su destino: Berlín. ¿En qué momento? Septiembre de 1928.

El tebeo lleva a cabo una puntillosa reconstrucción de la época atenta a los sonidos, sabores y colores

Estos son los compases iniciales de la extraordinaria novela gráfica Berlín. Ciudad de piedras (Astiberri Ediciones), fruto de una pulsión que echa raíces en los hondones del subconsciente. Según ha reconocido su autor, Jason Lutes (Nueva Jersey, 1967), cuando se puso manos a la obra carecía de un conocimiento profundo de lo que había sido la República de Weimar; le bastó una vaga intuición para comprender que en aquella encrucijada geográfica e histórica hallaría la materia prima idónea para ilustrar la gran tragedia del siglo XX. En Alemania, las posiciones se están radicalizando a izquierda y derecha: la Revolución Rusa todavía no ha frustrado sus muchas promesas, pero empiezan a espesarse sombrajos en torno al bolchevismo; en tanto, el nazismo ha hallado óptimos testaferros en comunistas y en judíos, un pueblo con una historia de desprecio detrás que refrenda el odio presente. En ese año de 1928, el mundo ignora que está irremediablemente abocado al desastre. Con la caída de la República de Weimar, se encenderá el rescoldo, el fuego, el incendio que arrasará Alemania, Europa, el planeta una década más tarde.

Berlín. Ciudad de piedraslleva a cabo una puntillosa reconstrucción de la época, atenta a la atmósfera, los sonidos, los sabores, los olores y los colores (sí, los colores, no importa que el dibujo sea en blanco y negro) de una ciudad varada en una grave crisis sociopolítica. La acción abarca ocho meses, hasta el 1 de mayo de 1929, y sigue las trayectorias de Herr Severing y Fräulein Müller, las de amigos y conocidos suyos, y las de otros personajes que entran y salen de un lienzo lleno de vida en el cual percibimos la fuerte (quizás ineludible) impronta del expresionismo de entreguerras. Más allá de este obvio referente, el volumen deviene un imponente catálogo de recursos narrativos, imposibles de enumerar: Lutes extrae todas las posibilidades dramáticas del punto de vista, la perspectiva o el montaje (la influencia del cine es fortísima), así como del retrato descarnado, sin afeites, de unas pobres gentes convencidas de vivir lejos del mejor de los mundos posibles.

Jason Lutes se muestra enormemente seguro en las grandes composiciones y sensible en los pequeños detalles. Hay páginas de una poesía rara. Hay gestos, objetos, paisajes o escorzos inesperados que parecen esbozados porque sí, en los cuales entrevemos jirones de una verdad incontestable. Berlín. Ciudad de piedras nace como obra de arte total. Una obra que, por una vez, despertó y satisfizo de inmediato todas las expectativas. Una obra para leer y mirar, y releer, y revisar, que es lo mejor que cabe decir en estos casos.

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