Cultura

El camino de la amistad por medio de la discusión sobre la danza flamenca

  • El dúo Rafael Amargo-Manuel Salas traza en el teatro Juan Luis Galiardo, en la bienal de Canela, un gran retrato sobre las recetas que se dan dos artistas para sobrevivir

Piedras preciosas arranca con una agria discusión entre el artista Jean Cocteau (Manuel Salas) y Rafael Amargo (Manuel, un joven gitano marbellí que baila por las fiestas). Cocteau deja entrever que sabe que Manuel le ha robado alguna de las piedras que se dedica a pintar y que los ricos se rifan. Entonces ya era previsible que estaba naciendo una enigmática y rica amistad entre el literato y polifacético artista, que pasó parte del otoño de su vida en la Costa del Sol, y el bailaor.

"Cuando bailo siento, pero no usted pintando esas cosas", le dice Manuel al mito viviente de la cultura gala. Pero el tono de reproches entre ambos ha bajado muchos enteros y el argumento se encauza por las complejas orillas de la relación personal que la conversación va consolidando poco a poco.

Cocteau fue un enamorado del flamenco. Manuel, por su parte, siente envidia de cómo baila su hermano. El francés le habla sobre ese sentimiento tan traicionero. "Olvida las normas y siente lo que haces", le dice para convencerlo. Llega un momento en el que el bailaor necesita imperiosamente que su nuevo amigo le siga transmitiendo esencias de su pensamiento sobre el arte. Impresiones que él comienza a adaptar para su danza flamenca con un éxito arrebatador. Él siente que todo llega al público y que éste se vuelve loco viéndolo bailar. Así pasa una noche en Carranque, en Málaga: "El mismo Antonio el bailarín me ha dicho que cómo es que ahora lo hago así".

Enmarcados en una escena muy sencilla, apenas retazos de una casa con pocas cosas en la que vive Cocteau, Amargo y Salas ofrecieron a los espectadores del Galiardo todo un tratado de crecimiento de la amistad: "El mejor jornal que se gana es echarte un buen amigo". Conversan sin parar, se emborrachan juntos en uno de los actos con un diálogo por momentos trepidante…

Las tornas cambian y es Manuel, al filo de la resaca, quien ayuda al icono de la cultura francesa que tiene como compañero de este viaje a valorar lo que es y, sin duda, a aferrarse con justicia a todo el mérito creativo que le contempla. El hermano de Manuel es detenido y él acude a pedirle ayuda. Cocteau se niega inicialmente, pero es de nuevo el sentimiento de amistad el que sale triunfante.

¿Puede un bailaor como Rafael Amargo triunfar sin apenas bailar? Puede. Con creces. Lo hizo anoche en San Roque a fuerza de poner el corazón para transmitir un mensaje lleno de contenido noble, con una temática universal. Larga vida a esta piedras preciosas, la avanzadilla del teatro en la bienal por Canela.

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