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"Me atraía retratar esa sociedad tan vanidosa que tenemos ahora"

  • El narrador parodia las novelas sobre conspiraciones en su nuevo libro, 'Egolatría', editado por La Isla de Siltolá

  • Sócrates, Da Vinci, Rousseau y Dalí son algunos de los personajes

Manuel Valderrama (Sevilla, 1967) regresa al humor tras sus anteriores 'El hombre de perfil' y 'Uno de los vuestros'.

Manuel Valderrama (Sevilla, 1967) regresa al humor tras sus anteriores 'El hombre de perfil' y 'Uno de los vuestros'. / diego caballos

Al inicio de Egolatría, la nueva novela del sevillano Manuel Valderrama Donaire, un personaje que no tendrá mucho peso en la trama le recomienda al protagonista que se compre un libro voluminoso y no se entretenga con narraciones más breves. "Sale mucho más rentable comprarse una novela grande que dos pequeñitas como las suyas. Seguro que entre las dos se habrá gastado más que yo en la mía y, con todo y con eso, tiene usted menos que leer", expone Amparo, la mujer que hace la sugerencia y que en ese momento se sumerge en las páginas de Estoy tan enamorada que no sé si el título de la novela va a caber en la portada, "el flamante bestseller de Madeleine Mandell, seudónimo tras el que se esconde una maestra de primaria solterona de Albacete". El arranque de esta Egolatría ya carga contra el desatino de un mercado editorial que a menudo se olvida de la calidad literaria y de la lógica y que parece vender ficciones al peso, un enfoque inteligente y lleno de mala baba que su autor, que ya había apostado por el humor en sus anteriores obras, El hombre de perfil y Uno de los vuestros, mantendrá a lo largo de una historia disparatada y ciertamente divertida, una parodia de esos thrillers en los que se entremezclan la novela histórica, la intriga y la literatura de conspiraciones, "ese batiburrillo a lo Dan Brown visto aquí desde la risa, y no precisamente desde el homenaje", asegura Valderrama.

En Egolatría, publicada por La Isla de Siltolá, Carlos Mármol, un cura poco dado a la empatía -"tomar los hábitos", se dice de él, le permitió "contemplar la vida tras el cristal de una ventana cerrada sin verse obligado a sumarse a la fiesta"- recibe el encargo de buscar a Cruz, otro sacerdote que ha desaparecido con una joven. No parece sólo un asunto de faldas: Cruz ha escrito una desconcertante investigación en la que defiende que a lo largo de los siglos los cátaros han intentado acabar con la humanidad mediante un método inesperado: sustituyendo el coito por la masturbación. En su recorrido histórico, que se intercala a la historia de Mármol y su ayudante Sánchez, se suceden los onanistas ilustres. Sócrates, que prefiere el vicio solitario antes que soportar el mal carácter de su esposa, Xantipa, "que lo acusaba a gritos de ser un vago y un inútil"; Leonardo Da Vinci, capaz de introducir su particular credo en una escena tan devota como la de La Adoración de los Magos; o Christopher Marlowe, otro de los "seguidores del autoerotismo", que fingió su muerte en una discusión en una taberna para extender la herejía en el norte de Europa ya con otra personalidad... Algunos de los personajes, cuenta Valderrama, "ya aparecían en un relato que escribí hace años, pero que me dejó la sensación de que su historia daba para más. Investigando, me encontré con un montón de vidas increíbles que encajaban a la perfección en esta trama".

Una de esas personalidades que asombraron al autor de Egolatría es la del ilustrado Jean-Jacques Rousseau, un tipo de "comportamiento discutible" aunque su pensamiento se considere "uno de los pilares de la sociedad", sostiene Valderrama. "Yo quería meter a Voltaire en el libro, pero es que el otro era una mina", confiesa. Entre otros detalles, en su semblanza se relata de Rousseau su afición a mostrar el trasero a las jovencitas, por lo que fue recluido en un internado para dementes, o un tenaz insomnio por el que presumía de no haber dormido una hora seguida durante tres décadas, algo que rebatía Hume, que en un viaje a Inglaterra lo vio durmiendo a pierna suelta en la cubierta del barco... También Dalí, declara Valderrama, era una referencia obligada para un argumento como éste. "Un lector despistado puede pensar que su cuadro El gran masturbador es cosa mía, y no... Pero, claro, es que con Dalí hablamos de una ficción, de un personaje que se inventó a sí mismo".

Aunque una buena parte de Egolatría, el tramo en el que Mármol busca a Cruz, está protagonizada por sacerdotes, Valderrama no pretendía "retratar al clero ni criticarlo. Mis curas son más humanos, y hablo de una Iglesia más moderna [uno de los personajes, de hecho, incluso se revela admirador de Tarantino en los diálogos]. Lo que me interesaba era retratar una sociedad muy ególatra, y Cruz es un paradigma de eso. Es sacerdote como podía haber sido político, también podría haberse metido en un partido para que lo oyeran".

Con un homenaje explícito a El corazón de las tinieblas de Conrad, aunque aquí el autor cambia "el río Congo por el Guadalquivir", en Egolatría se advierte también el eco de otros maestros como Woody Allen -quien dijo, ya saben, eso de que la masturbación era "hacer el amor con la persona a la que verdaderamente quieres"-, Rafael Azcona -"me gustaría pensar que hay algo de él en esta obra"- o Italo Calvino, de quien encuentra "aires" en "el personaje del narrador" de esta ficción. Un narrador -otro de los hallazgos de la novela- que se pasa toda la historia criticando el rumbo que le marca el escritor, cuestionando las decisiones que le impone. "Ha sido fácil: al fin y al cabo, meterme conmigo es una de mis aficiones principales", bromea Valderrama.

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