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"Es aterrador: no somos tan distintos del asesino"

  • La autora reconstruye en 'Los Divinos' un espantoso caso real, la violación y asesinato de una niña a manos de un miembro de la élite social de Bogotá

La escritora colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950), el pasado martes durante su visita a Sevilla.

La escritora colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950), el pasado martes durante su visita a Sevilla. / rafael beltrán

En diciembre de 2016, la niña de 7 años Yuliana Samboní, pobre e indígena, fue secuestrada, torturada, violada y asesinada por el arquitecto Rafael Uribe, de 38, perteneciente a una conocida y acaudalada familia de Bogotá. El terrible suceso prendió en las calles y, de forma rápida, el verdugo fue detenido, juzgado y condenado a 58 años de cárcel. Sobre este suceso real, Laura Restrepo reconstruye desde la ficción qué desencadenó un hecho tan brutal: un sentido extremo del individualismo, el hedonismo y la impunidad en los que crecieron el asesino de la menor y sus cuatro amigos, unidos desde pequeños en la pandilla de los Tutti Frutti. Ellos, Los Divinos (Alfaguara).

-Los Divinos es el relato de una fractura social. De un lado, ellos, los poderosos; del otro, ella, la víctima, una niña pobre, nadie.

El verdugo ya probó todo, ya pasó por todos los placeres, todos fueron perdiendo sabor; necesitó algo más"La novela es fruto de un sacudimiento general de las mujeres. No más silencio. No más temor. Se acabó"

-Ese abismo social es el cable pelado que hace que salten chispas. Al margen de todas las connotaciones aterradoras del crimen, Los Divinos es la radiografía de una sociedad profundamente jerarquizada, donde la víctima y el victimario viven en las antípodas con un mundo de por medio de incomprensión, de desconocimiento, de irrespeto. Le diré que el norte de Bogotá está más cerca de Miami que del sur de Bogotá.

-Lo que sale de ahí es, realmente, desgarrador.

-Es una instantánea dura, pero no sólo colombiana. Nunca vamos a entender lo que origina el feminicidio o el infanticidio si no nos damos cuenta que hay toda una estructura social y un aparataje mental detrás que tiende ver al varón como este ser de apetencias incontrolables y de capacidades de satisfacer sus deseos en un abrir y cerrar de ojos. Tiene que ver con el consumo también: yo tengo dinero, yo quiero algo, yo lo compro... Esa es la ecuación. En el crimen de la niña, el verdugo ya probó todo, ya pasó por todos los placeres, todo fue perdiendo sabor; él necesita algo más. Él se va muy abajo y experimenta en las tinieblas para volver a experimentar placer.

-Ha remarcado mucho esa impunidad del poderoso.

-De ahí el título: Los Divinos. Pensé nombrarlos así para dejar claro que esta gente está por encima de la humana contingencia y del brazo de la ley. Basta ver el desparpajo del asesino, cómo se mueve tras el crimen sin tener ninguna preocupación por esconderse. Todo eso también demuestra que, desde su punto de vista, él no mató a nadie. ¿Quién es una chiquita de un barrio popular? ¿Quién es aquí una nenita de 7 años, hija de un inmigrante indocumentado? Nadie. No existe. No pasa nada.

-Lo que narra es ficción, pero usa algún episodio real. Por ejemplo, hay un investigador que se rebela porque llaman "monstruo" al asesino.

-He intentado en la novela hacer una llamada a saber qué participación hemos tenido nosotros y ese momento lo ilustra bien. Todos se referían al asesino como un monstruo hasta que salió este hombre, muy sereno, y dijo que lo aterrador del crimen es que no lo cometió una bestia, sino un ser humano. Es el reconocimiento de que, en el fondo, somos distintos a él, pero iguales. Hay ingredientes de lo que tiene este muchacho que están en nosotros. Lo creemos muy lejos, pero no somos tan distintos a él. Es aterrador.

-Otro es la carta del asesino desde la cárcel, donde no llega a reconocer los hechos.

-Esa carta que envió el asesino desde la cárcel me confirmó una sensación personal: su incapacidad de mirarse como sujeto. Es alguien que mira el escenario, ajeno a él. Hay algo tremendamente infantil en estos criminales en grupo, casi una reunión de niños malos. En la misiva pedía perdón por una fecha, la del crimen, pero a la niña no la mencionaba. Como si todo hubiera sido una catástrofe natural, una inundación, un temblor. Insisto: no basta con señalar a quien comete el acto atroz; tenemos que mirarnos en ese caldo de cultivo, donde lo atroz no se da, pero está, seguro, en una etapa larvaria, como parte de la normalidad. Hoy en día, hay un grado de desprecio por la mujer que seguro va más allá de lo que somos capaces de reconocer.

-Sorprende que la víctima no tenga nombre en la novela: es la niña-niña.

-Al ser la niña-niña, ella es todas las niñas. Para mí es importante que, igual que hoy en día se ventila con valor y con claridad el feminicidio, pase lo mismo con el infanticidio. Hay muchos velos y muchos eufemismos para que la sociedad no reconozca el maltrato a los niños. Además, el narrador es un miembro de la pandilla del asesino, apodado el Hobbit. Para él, también, la niña es nadie hasta que aparece ante sus ojos. A partir de ahí, alguien que era invisible se le hace, por fin, visible.

-Hablaba del uso de eufemismos a la hora de abordar los abusos infantiles. Le sugirieron, creo, ponerle más edad a la víctima...

-Era un temor que teníamos con mi agente. Todo lo que le ocurre a un niño o a una niña puede herir la sensibilidad y, si tiene un carácter sexual, ya parece directamente inmencionable. Hay una tendencia a taparlo. Eso, que intenta proteger al menor, lo que hace, en realidad, es exponerlo porque la violencia sexual contra los niños es, inclusive, más frecuente que la ejercida contra los adultos. Pero las cosas están cambiando rápidamente. Sacar a la luz estos terribles sucesos es un primer paso para solucionarlos.

-Queda en la novela una sensación terrible: el crimen estaría impune sin la movilización social que desató.

-En este caso, la Justicia operó muy rápido y de forma contundente. No puedo decir que, sin las protestas, el fiscal no hubiera hecho nada, porque lo hizo y muy rápido. Hay otros casos en los que la Justicia ampara al criminal o cierra los ojos. No fue éste el caso, pero, claramente, la presión en la calle fue tan fuerte que tú sentías que, si no hacían nada, iba a caer el presidente porque el caso derivó en un cuestionamiento de toda la estructura de poder. Era evidente que de no condenarlo, con las pruebas que había, hubiera provocado un estallido social de una magnitud incalculable.

-Hay paralelismos entre su novela y el caso de la Manada.

-Ambos son grupos con un poder tal que les da cierta sensación de impunidad. Pero, además, la fuerza. Antes de que hubiera oído algo de la Manada, describí en la novela al grupo de amigos del asesino como una "manada lupina" por ese comportamiento depredador. Creo que eso es un elemento común en todos los casos de abusos sexuales: esa actitud del cazador que toma la presa.

-Dedica, por cierto, su novela a los hombres.

-Claro que sí. Si bien las mujeres tenemos que ser las garantes del cambio, necesitamos la complicidad absoluta de tanto hombre bueno que hay. Es decir, yo estoy rodeado de ellos, en mi familia, entre mis amigos. Ellos están horrorizados con estos casos de violación, como lo que está cualquier mujer. ¿Cómo no llamarlos, cómo no invocarlos?

-Algo está cambiando, ¿no?

-Los Divinos es fruto de una sacudimiento general de las mujeres. No más silencio. No más temor. Se acabó. No más. Hay mucha literatura, y buena, para acompañar la movilización social de la mujer.

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