Cultura

La asimetría y sus formas

  • Lumen publica la 'Historia de la fealdad', obra a cargo de Umberto Eco, y que da continuación al proyecto emprendido con su anterior 'Historia de la belleza'.

Tras la Historia de la belleza, Umberto Eco da a las imprentas esta Historia de la fealdad, obra simétrica y recopilación opuesta a la anterior, donde se recogen los testimonios de la fealdad que el arte, desde la antigüedad, ha frecuentado con enfermiza insistencia. Dos objeciones, sin embargo, a esta obra recopilatoria. Una primera es su composición, que entorpece la lectura con el acopio de ejemplos, diseminados a lo largo del texto. Y otra, la segunda, es la vaguedad del asunto tratado, la fealdad, disperso entre conceptos afines: el pecado, el horror, las criaturas fantásticas de los bestiarios medievales, etcétera. En cuanto al libro en sí, parece obvio que se trata de una empresa colectiva, auspiciada por Umberto Eco, y elaborada, ya en el pormenor, por documentalistas, redactores y otros esforzados talentos. Esto, lógicamente, no tiene por qué suponer un gravamen. Pero sí es cierto que nos priva de la varia erudición, del saber ecuménico y la sagacidad analítica del sabio piamontés. En cualquier caso, y señaladas estas dos objeciones, esta Historia de la fealdad es un magnífico manual introductorio para perseguir una zona del arte, de la creatividad humana, embarnecida por el mal y sojuzgada por el canon ático.

No hace mucho se editaba La imagen y la risa, una pequeña obra del argentino José Emilio Burucúa, donde se analizan las categorías de lo siniestro, de lo grotesco y otras categorías analíticas cuyo tronco afín es la fealdad, lo horrible, lo asimétrico. Naturalmente, tanto la obra de Burucúa como la de Eco, parten del gran clásico de Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Con esto quiere decirse que, desde primeros del XX, existe una rama de la Historia, de la erudición cultural, ocupada en comportamientos y motivos estéticos que divergen del ideal de belleza y buscan, deliberadamente, lo espantoso, lo amargo, lo irritante. Michelet, en La bruja, sostenía que a aquellas desdichadas las quemaban por guapas; y Rosenkrazt, todavía en el XIX, ya articulaba un pensamiento sobre la fealdad en su Estética de lo feo. A lo cual podríamos añadir la Historia de la muerte en Occidente de Phipippe Ariès, El miedo en Occidente de Jean Delumeau, la Historia nocturna de Carlo Ginzburg, Lo barroco de Eugenio d'Ors, o esa obra sobre los mitos boscosos y las ceremonias de sangre que es La rama dorada de James Georges Frazer. A lo cual podríamos añadir, como último colofón, la obra toda de Georges Bataille (Las lágrimas de Eros, El erotismo, etcétera), y la vasta arqueología del mal que traza Michel Foucault, desde Vigilar y castigar y su Historia de la locura en la época clásica, a La vida de los hombres infames. Sea como fuere, la fealdad, lo feo, lo inquietante, ocupa numerosos campos difíciles de deslindar: la fealdad y el pecado hasta el siglo XIX, la fealdad como belleza inversa en las vanguardias de entreguerras. Ése es quizá el motivo, el poderoso motivo, que hace de la Historia de la fealdad un libro recopilatorio, ameno, fascinante, pero en el que se escapa por los márgenes el origen y la estructura de lo feo.

En El nombre de la rosa, Eco se inventaba a un trasunto de Borges, bibliotecario ciego, que ocultaba celosamente, impregnada con veneno, una obra de Aristóteles dedicada a la comedia. Para aquel monje expeditivo y criminoso, la risa era el quicio festivo por donde se adentraba el Maligno. Así pues, hasta el Renacimiento, risa y pecado, risa y fealdad, risa y condenación eterna (también enajenación, locura y desgracias afines), formaban un todo teológico y conminatorio encaminado a la salvación de las almas. Sin embargo, las vanguardias, o el decadentismo precedente, hacen del humor y lo feo categorías positivas, ajenas a lo religioso, por donde el hombre elude las cargas de su vida burguesa, celérica y anodina. A ese enorme trayecto, lo sagrado encaminándose hacia lo profano, va dedicado este libro. A esa dilatada expedición por tierra oscura, la Historia de la fealdad ha prestado sus luces, numerosas y sabias. Ya lo dijo Goethe al momento de morir: ¡Más luz, más luz! Y luego se reintegró al olvido.

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