Cultura

Wright: 'adjetivo' norteamericano

  • El museo Guggenheim de Bilbao inaugurará en octubre la exposición más completa sobre los proyectos y el trabajo del singular arquitecto norteamericano, autor de su centro en Nueva York y del estilo 'Prairie'

Hay frases que describen un carácter: "Temprano en mi vida tuve que elegir entre la arrogancia honesta y la humildad hipócrita. Elegí lo primero y nunca he visto razón para cambiar". Su autor, Frank Lloyd Wright (1867-1959), padre de la llamada arquitectura orgánica y de un estilo de construir casas -Prairie (Pradera)- que hizo escuela y que ha quedado en los anales de la historia -sobre todo en la de los Estados Unidos, una nación de tan escasa edad- está considerado el Picasso de la arquitectura contemporánea. Algo de razón tiene tal percepción: su estilo es capaz de ser múltiple y singular, como el del pintor malagueño, al mismo tiempo. Su forma de hacer las cosas trastocó durante bastantes años el arte de construir edificios. Hasta el punto de que en América, Wright ya no es sólo un arquitecto, constituye casi un adjetivo. O quizás un mapa: el que trazan por parajes extraños, desde California a Arizona, desde Illinois a Wisconsin, cada una de sus casas, residencias, edificios religiosos y múltiples experimentos constructivos. También una suerte de industria turística: los fanáticos de su obra, e incluso los profanos, se dejan a diario una buena ración de dólares visitando muchas de sus obras, mostradas como si fueran palacios renacentistas. Algo sólo comprensible en América.

Sin embargo, no todo fue fácil para él. Ni siquiera sencillo. Su vida tuvo bastante de tormentosa -en lo profesional y especialmente en lo personal- y hasta última hora él mismo consideraba haber fracasado en todo, salvo en su trabajo. Su obra es precisamente lo que el Museo Guggenheim de Bilbao tratará de explicar a los visitantes de la muestra que abrirá sus puertas el próximo 23 de octubre. Una exposición -Lloyd Wright: From Within Outward- que ahora se expone en su edificio más famoso -el Museo Guggenheim de Nueva York, construido hace 50 años y prácticamente vaciado para dejar sitio a los trabajos del arquitecto- y en la que a través de 63 proyectos, 200 dibujos originales y recursos multimedia -maquetas, animaciones digitales- se pretende glosar la concepción del espacio -el verdadero secreto de la arquitectura, junto al uso de la luz- que tenía este ambicioso artista, cuya estatura física era proporcionalmente inversa a su inteligencia. Murió a los 91 años después de haberse casado en tres ocasiones, haber coleccionado algunas amantes y escandalizar a buena parte de la élite norteamericana con episodios de adulterio, morfina, abandonos y huidas. Un ejemplo: su segunda mujer, con la que se casó después que ésta abandonara a un amigo, con el que vivía, fue asesinada a hachazos por un criado que incendió una de sus residencias más misteriosas: Taliesin, reconstruida un par de veces más tras sufrir múltiples incendios, en un caso por un cable eléctrico defectuoso. El genio no era perfecto. Wright trabajó esencialmente para la burguesía estadounidense pero, afortunadamente, nunca respetó su código moral, tan hipócrita. Quizás por eso sentenció: "la verdad es más importante que los hechos".

Esta voluntad de autoría -su firma es casi un sello- le llevó a concebir sus edificios de dentro a fuera -el interior era lo que marcaba el exterior-, a deconstruir las formas cuadradas, a eliminar esquinas y a marcar los diferentes espacios de una estancia en lugar de acotarlos con tabiques. El resultado: viviendas laberínticas pero amplias -trazadas a partir de chimeneas y comedores- aunque con techos demasiado bajos. Sus primeras obras -como la singular residencia de Dana Thomas, en Springfield- tienen cierto aire tenebroso, aunque en el contexto norteamericano sean verdaderas mansiones. Después se estiliza: adapta el edificio al entorno -el estilo orgánico-, encadena las estancias y comienza a dignificar la horizontalidad. Fue, dicen, el primero que utilizó el aire acondicionado, los paneles de calefacción y la luz indirecta. El primero que trabajó con hormigón prefabricado y con voladizos. Pero, sobre todo, viviendo en Oak Park, un hermoso suburbio de Chicago, el mismo donde nació Hemingway, fue el primero que se atrevió a ser él mismo. Ya es mucho.

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