Cultura

Hasta que la Visa nos separe

¿Crisis?, ¿quién dijo crisis? Hortera y orgullosa, nacida de un calculado cruce conceptual entre Sexo en Nueva York y El diablo viste de Prada, Confesiones de una compradora compulsiva exhibe sin remilgos su terapia a base de Visa Oro para tiempos de apreturas y recortes salariales.

Basada en los best sellers de Sophie Kinsella, la comedia del australiano P. J. Hogan, director de las estupendas La boda de Muriel y La novia de mi mejor amigo y de una más que decente versión de Peter Pan, explora la amistad femenina, el mal gusto como deporte y otros clichés anacrónicos de la comedia romántica para mujeres (la búsqueda del príncipe azul o la boda como horizonte) con la principal baza de Isla Fisher (Cásate conmigo, Definitivamente, quizás) como descarada aspirante a periodista en un enredo de baja intensidad ambientado en escaparates, oficinas, hoteles y salones de lujo de Nueva York.

La actriz se mete a su personaje en el bolsillo con desparpajo y un agradecido toque slapstick que introducen al menos un poco de salvajismo dentro de las blandas convenciones del cuento de hadas con final feliz. A ella, lenguaraz y torpona, le debemos buena parte de la gracia y los mejores gags de una cinta que se permite algunos guiños (véase el personaje de la directora de la revista que interpreta Kristin Scott Thomas, todo un homenaje al de Meryl Streep en El diablo viste de Prada) para incondicionales y amantes del glamour, la frivolidad y el petardeo como horizonte de expectativas para el entretenimiento.

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