Cultura

Ventajosa fusión de colecciones

  • El Guggenheim de Bilbao muestra los tesoros del Macba y La Caixa, un recorrido por el arte de la segunda mitad del siglo XX prácticamente sin parangón en Europa.

Tanto el cuadro de Tàpies como los dos de Cuixart que presiden la sala parecen anunciar el fin del surrealismo. Eran los años de Dau al set, la revista que, por una de las frecuentes disputas entre familias franquistas, había conseguido salir a la luz, certificando la vitalidad de las vanguardias en Cataluña. Pero estos cuadros parecen estar en la frontera entre dos épocas: la fantasía surrealista no lleva a figuras contradictorias, sino que se traduce en una tensión entre imágenes, sólo apuntadas, y potentes oleadas de color. Así, estas obras de los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) son anuncio de las demás que en la sala dialogan con ellas: lienzos de Canogar y Saura en los que el dramatismo de la pintura conduce al extremo, la arpillera de Millares, que, fruncida sobre sí misma, llega a romper el espacio pictórico. Los cuadros de los informalistas de El Paso (de la colección La Caixa) son a la vez eco y contraste de los de Dau al set, pintados diez años antes.

El diálogo entre estas obras ilumina la historia (no sólo la del arte) de este país, como también lo hace la última sala de la muestra: un breve recinto que enfrenta un firme lienzo informalista de Tàpies (Dos cruces negras, 1973) y otro de Barceló (Mesa blanca, 1989) que apenas supera lo convencional.

La fertilidad de esta exposición surge del acuerdo entre el Macba y la Fundación La Caixa para unir sus fondos. Se forma así una colección que si es importante en cifras (unas 5.500 piezas), lo es más por su calidad y estructura: un conjunto articulado del arte de la segunda mitad del siglo XX que apenas tiene paralelo en Europa.

Así lo sugiere la sala dedicada a obras de los años 80. Schnabel, Polke, Cucchi, Gunther Forg y Pistoletto ponen a prueba la consistencia de sus iniciativas casi 25 años después. El gran espejo de Pistoletto domina la sala no sólo por sus dimensiones (360 x 800 cm.), sino por las metáforas encadenadas que propicia. Con su intensidad compiten con éxito la obra en resina de Polke y los silenciosos bronces de Forg. Mucho más diversas entre sí son las piezas que en otra sala traman el espacio en tres dimensiones: a las finas redes prismáticas de Gego responden las formas orgánicas de Ernesto Neto y los bidones de petróleo que giran en precario equilibrio (Movimiento en falso: estabilidad y crecimiento económico es el título de la obra) de Damián Ortega.

Las otras tres salas de la exposición trazan, desde la fotografía, otros fecundos diálogos. La dedicada al paisaje traza similitudes y diferencias entre los paisajes urbanos de Thomas Struth y los industriales de Thomas Ruff (discípulos aventajados de Bernd y Hilla Becher) con los enclaves ciudadanos recogidos por Manuel Laguillo y la poética de la tierra de nadie, en los límites de la ciudad, que desarrolla Xavier Ribas. El retrato enhebra otro conjunto de fotografías, entre las que destacan las de Cindy Sherman y Gillian Wearing. Ambas trabajan el autorretrato y meditan sobre la identidad. Sherman, al fotografiarse revistiendo diversas figuras sociales, señala la débil frontera que media entre individuo y sociedad. Wearing más bien explora raíces: sus imágenes incorporan rasgos de la propia autora a retratos de diversos miembros de su familia. La performance es el eje de la tercera sala con obras que van de la sarcástica Semiótica de la cocina de Martha Rosler, Posiciones pared-suelo de Bruce Nauman o Viento de Joan Jonas, hasta piezas de Francesc Abad y Angels Ribé, características del arte conceptual catalán.

La muestra, en conclusión, señala qué valores puede encerrar una gran colección. Juntos, ambos fondos forman un núcleo desde el que las compras futuras pueden ser más selectivas, constituyendo además, por su importancia, un notable atractivo para más de un artista. Pero hay algo de mucha mayor alcance: un corpus de ese nivel abre grandes posibilidades para el aprendizaje y para la formación e investigación artísticas.

Todo ello, además, no ha brotado de la nada ni ha sido fruto de la improvisación. Es el resultado de años de esfuerzo, rigor y recursos. Con ocasión de la Expo'92 pudo verse en Sevilla, en la antigua estación de la Plaza de Armas, una excelente exposición de la ya madura colección de La Caixa; la del Macba se inició con su fundación, en 1985, e incorporó otros fondos públicos y privados. Museo y fundación han contado con el trabajo continuado de un equipo solvente de profesionales y con aportaciones económicas también continuas (las del Macba proceden del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat). La antigüedad es un grado, sí, sobre todo cuando al rigor profesional se añaden recursos y apoyo, sin dudas ni vaivenes, de las instituciones.

Arte de las colecciones de la Fundación La Caixa y el Macba. Museo Guggenheim de Bilbao. Hasta el 2 de septiembre.

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