Cultura

Tragedia negra de cortar y pegar

El cine norteamericano de los 70 se rehizo de las crisis creativas e industriales de la década anterior fundiendo el cine moderno europeo y norteamericano de los 50 y 60 con el clásico de la era de los estudios. En de la primera década del siglo XXI Hollywood parece querer salir de la crisis creativa, que tan gravemente le ha afectado en la última década del XX, remitiéndose al cine de los 60 y 70. Los realizadores de la generación perdida de los 60 (Lumet, Pakula) y los jóvenes triunfadores de los 70 (Coppola, Scorsese) son la inspiración de algunos de los más interesantes realizadores actuales. James Gray fue el adelantado de esta tendencia, con su impresionante trilogía trágico-policial formada por Cuestión de sangre (1994), La otra cara del crimen (2000) y La noche es nuestra (2007). Por esta senda avanza Gavin O'Connor sin esa forma de convicción que se traslada a las imágenes otorgándoles verosimilitud.

Cuestión de honor tiene buenos momentos dramáticos y a ratos logra sumergirnos en la tragedia personal, el drama familiar y el conflicto social que se superponen en una historia de desgarro entre dos lealtades, de lucha contra la enfermedad y de sacrificio en nombre de los principios que destroza a una familia de policías. Pero desde el principio parece que estas historias se nos cuentan con un realismo impostado; que las situaciones y personajes se importan de otras películas a través de un oportunista cortar y pegar; que los oscuros tonos de la fotografía son maquillaje y las oscuridades morales o sociales del argumento son insinceras imitaciones de modelos más potentes. La inclusión del personaje de la enferma de cáncer tal vez sea el elemento que de forma más chirriante concreta la sospecha de insincero oportunismo: ¿es una casualidad que en las tragedias de Gray la enfermedad de las mujeres de la familia (Vanesa Redgrave en Cuestión de sangre, Ellen Burstyn en La otra cara del crimen) sea un elemento clave en la construcción de la tragedia? No creo que se trate de una casualidad, sino de una visible marca del cortar y pegar. Las buenas interpretaciones de Collin Farell, Edward Norton y -sobre todo- John Voight flotan espectralmente en esta oportunista negrura que, como los malos tintes, se va derritiendo y revelando como impostura conforme la película avanza.

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