Cultura

Tentaciones del arte en la época global

  • Eugenio Ampudia reflexiona sobre la brecha entre mercado e individuo

Uno de los primeros trabajos de Eugenio Ampudia (Melgar, Valladolid, 1958) con la galería Rafael Ortiz fue Guerra fría, un gran mural compuesto por reiterados ejemplares de la misma serigrafía. Comprar una de ellas daba derecho a ser fotografiado por el autor y la polaroid ocupaba el vacío dejado por la serigrafía adquirida. El último día de la feria, la cosa ocurrió en ARCO, el mural lo componían las imágenes de un centenar y medio de compradores. Con motivo del vigésimo quinto aniversario de la galería, pudimos ver de nuevo ese mural. Lo traigo a colación hoy porque es una preocupación recurrente en Ampudia mostrar la relación entre ese gran fenómeno humano, el arte, y ese otro, más importante aunque aparentemente más modesto, el individuo.

La misma inquietud señala una extensa serie del autor, aún en proceso. Su título, Donde dormir. Museos (el Prado o el Reina Sofía), edificios históricos (la Alhambra), ferias de arte (ARCO) han dado cobijo a Ampudia: metido en un saco de dormir ha pasado en ellos la noche (una entidad sevillana se resiste aún a sus peticiones: la Plaza de la Maestranza). El vídeo o la fotografía levantan acta de ese peculiar contacto entre individuo y arte que hace pensar en las mil y una manera en que este último, más allá de las bellas palabras, ocupa con sencillez y eficacia nuestros sueños.

Una fotografía de la actual exposición, titulada Can nabis (léanla como mejor les parezca), señala otra relación entre individuo y arte: el perrito de juguete guarda el acceso a los libros porque son peligrosos: los libros pueden quemar. Así me lo sugirió en la muestra un amigo que recordaba el vídeo en que Ampudia proyecta sobre una biblioteca llamas inextinguibles. Cuando se toman en serio, los libros y las ideas que contienen son en verdad incendiarios. Encienden la fantasía, inflaman la inteligencia y su fuego puede prender la misma realidad. Vean si no qué fuegos han encendido las 32 páginas de Indignaos, el humilde folleto de Stéphane Hessel.

Claro que no siempre las cosas son así. No son pocos los que acuden al museo con el tiempo justo para poder decir que lo visitaron. Lo recorren como una moto de gran cilindrada y ese es el sarcasmo de Prado GP, un vídeo en el que grandes motos recorren las galerías del Prado, desde El sueño del patricio hasta Las Meninas. Ante el cuadro de Velázquez, los esforzados jinetes caen, como si allí experimentaran su personal camino de Damasco. El vídeo se presta a otras lecturas: sugiere tal vez cómo cada día se parecen más las estrategias de agentes de la industria cultural en principio muy distintos entre sí. Si el éxito comercial de las competiciones deportivas se mide por los niveles de audiencia, análogo índice de mercado buscan esos museos que, como el Prado, ponen al mismo nivel Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya y La rendición de Granada o Doña Juana la Loca de Francisco Pradilla. Todo parece valer para que aumente el número de visitantes.

A veces el museo, ante las expectativas de ciertas posibilidades económicas y comerciales, abandona sus cimientos y se lanza a una expansión que parece calcar las de las empresas multinacionales. Así ha ocurrido con el Guggenheim. Llegó a tener cinco sedes y a proyectar otras tres, y aunque las de Berlín y Las Vegas acabaron cerrando y los proyectos de México, Lituania y Finlandia no llegaron a madurar, aún anda empeñado en el centro de Abu Dhabi, adinerado socio de las sedes de Nueva York, Bilbao y Venecia. Ampudia, en otro vídeo, Museum and Space, convierte al edificio del Guggenheim de Nueva York -el que diseñara (sin llegar a ver inaugurado) Frank Lloyd Wright- en una cápsula espacial que un cohete propulsa hasta el infinito y más allá. Es sin duda una opción: se elige ante todo la presencia global, el espectáculo, el aura de poder, anteponiéndolos a la lenta labor de fermento cultural en ámbitos locales. La metáfora visual de Ampudia es fértil: el afán de expansión lanza al museo pero le hace perder sus raíces y correr el riesgo de renunciar a su fuego (el de sus ideas, que antes veíamos también en los libros) para quedarse en el brillo de una nube de humo que pronto desvanecerá cualquier brisa.

Quizá sea ese el sentido de una pequeña pieza de Ampudia, también presente en la muestra: una escultura, justamente con ese título, Humo: elegante forma que con la mejor ironía parece indicar que el arte es algo más que un cuidado y seductor arabesco.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios