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Super Mario, el increíble fontanero menguante

El debate sobre la distraída moralidad de juegos de conducción como Carmaggedon o las distintas entregas de GTA tiene una nueva cabeza de turco: se trata de Burnout Paradise, un juego de carreras callejeras, de un realismo tan extremo como su falta de escrúpulos a la hora de retratar el universo de la velocidad ilegal. En un tablero de 30 kilómetros cuadrados, el juego nos obsequia con una absoluta libertadý en todos los sentidos. Porque a pesar de la edad recomendada, si bien en el aspecto físico los vericuetos callejeros son perfectamente visitables por nuestros vehículos, el juego entiende una segunda versión de la libertad, premiándonos en función de nuestra capacidad de causar daños en nuestros oponentes, provocar choques automovilísticos, conducir en dirección contraria y demás salvajadas más o menos divertidas, en la acepción más cafre del término. Una huida, por la saludable vía de la ficción, de los habituales corsés de la ética, altamente recomendable para aliviar nuestros más bajos instintos de conductores frustrados.

Con un argumento a medio camino entre Indiana Jones y Bola de Dragón, Zack & Wiki se nos prometía como la aventura pirata definitiva. En este esperado título los protagonistas, aventureros en pertinaz búsqueda de un tesoro oculto, son abatidos por piratas con sus mismos intereses, para terminar encontrando en la selva en que recalan el cráneo del pirata dueño del tesoro; cráneo perteneciente a un esqueleto que habrán de completar con el resto de piezas esparcidas por todo el mundo. Está claro que la saga Monkey Island queda ya lejos, pero el concepto de este Zack & Wiki no anda muy distante de lo que ofrecía el clásico de LucasArts: personajes pillos y con carisma, envueltos en una serie de enigmas y pruebas cuya dificultad, bastante reseñable, contrasta con el cartooniano, casi naïf, concepto escénico del juego. Además el empleo del wiimote llega a unos niveles considerables de integración en este título, ya que la más elemental manipulación de objetos ha de ser puesta en práctica con el movimiento exacto que requeriría la acción en una dimensión real. Un juego, en definitiva, que convierte el uso de la inteligencia en un sano, y en ocasiones complicado, ejercicio de superación.

Tras el sublime trabajo de Nintendo en el ya mítico Super Mario Galaxy (una joya que debería constar en las estanterías de todo aficionado al arte que se precie), y el fan crossover que supuso el enfrentamiento olímpico entre las mascotas de Nintendo y Sega, llega ahora este Mario Party DS para la portátil de Nintendo, siempre dispuesta a sorprendernos con nuevas vueltas de tuerca a su famoso formato de dos pantallas. Nos encontramos ante un título mucho más modesto en pretensiones que los anteriores, y por ello de una aceptada humildad muy de agradecer. Un total de 70 minijuegos hacen realidad este entretenido título, con la particularidad de una opción multijugador (verdadera naturaleza del Mario Party) de hasta cuatro participantes por partida, que sin embargo no requiere que todos los jugadores deban poseer su propio cartucho del juego, una decisión que dice mucho de la honestidad de Nintendo a la hora de plantear sus productos.

Primera versión del modo Mario Party para la portátil de doble pantalla, en ella el malvado rey Bowser invita a Mario y compañía a su castillo. Éstos aceptan este gesto de buena voluntad (en efecto, a quién se le ocurre), y la Némesis de Mario, como era de esperar, emplea sus peores artes para convertirlos en diminutos seres, que habrán de encontrar cinco cristales mágicos si desean recuperar su tamaño original. Las tintas dimensionales se cargan aquí por tanto en el contenido espacial (a diferencia del anterior Super Mario Galaxy, en la que el tiempo también era un importante eje, manifestado en los distintos tipos de gravedad planetaria), y los personajes, cual protagonistas de El increíble hombre menguante o Cariño, he encogido a los niños, habrán de enfrentarse a una realidad gigantesca y hostil para conseguir sus propósitos. Asimismo, las pruebas, relacionadas con este desfase de dimensiones, suponen un derroche delirante de imaginación que mantendrá el nivel de diversión durante horas.

El cacao argumental-político-genérico que proponía Harvey Smith con Blacksite ha tomado por fin forma. El desarrollador de Midway pretendía fundir en su particular turmix una intriga bélica en Iraq con el giro enloquecido de una invasión alienígena, y esto es justo lo que encontramos en este título que fusiona el shooter con un concepto bastante maniqueo de la crítica política. No obstante, y aunque algo es algo, tras un primer capítulo en el que los personajes y la misión son presentados, para culminar con el descubrimiento del objeto extraterrestre de marras, el juego se desarrolla en un total de seis capítulos, en un constante FPS que no ofrece más que cualquier shooter anterior a la explosión definitiva del género en los últimos meses, si bien cuenta con un apartado visual muy estimable y una jugabilidad atractiva. Bastante menos de lo que pedía para sí el shooter político tan promocionado por sus creadores, pero un apreciable título de entretenimiento a fin de cuentas.

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