Cultura

Posmoderno Prometeo

Ciencia-ficción, Reino Unido, 2015, 108 min. Dirección y guión: Alex Garland. Fotografía: Rob Hardy. Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury. Intérpretes: Alicia Vikander, Domhnall Gleeson, Oscar Isaac, Chelsea Li, Sonoya Mizuno. Cines: Odeón Los Barrios.

La inteligencia artificial sigue siendo el Gran Tema del cine de ciencia-ficción, actualizando el mito de Frankenstein entre nuevos diseños de producción y sensibilidades estéticas. Las utopías de la creación de vida por el hombre o la humanidad emocional de la máquina siguen generando ficciones desde las que reflexionar con más o menos trascendencia o sentido del entretenimiento sobre la existencia o los propios límites del género al hilo del progreso de la ciencia y de sus propias posibilidades tecnológicas para materializar nuevos imaginarios fotorrealistas.

Escrita y dirigida por el británico Alex Garland, novelista responsable de los guiones de The Beach o 28 días después, de Danny Boyle, Ex_Machina se suma a lo que sin duda parece una moda (Her, Autómata o la inminente Chappie parecen hablar de lo mismo) para situarse en un territorio de aislamiento que lleva a esta propuesta a moverse entre una cierta estructura teatral (este cronista ha querido ver en el duelo a tres bandas entre dos científicos y una humanoide algo parecido a La huella) y un suspense sofisticado y enfriado sobre el proceso y los resultados de un experimento en el que se evalúan las prestaciones racionales y emocionales de una nueva criatura salida de las manos del científico excéntrico que encarna un estupendo Oscar Isaac, una figura inquietante que no usa ya los viejos rayos de Tesla sino la información de los ordenadores y sus bases para crear vida sintética.

Frente a él, Domhnall Gleeson, quien pareciera salido de un episodio de Black Mirror, pone a prueba a la replicante Ava (Alicia Vikander), avanzado diseño híbrido capaz de concitar esas sensaciones encontradas, del asombro a la erotización y el deseo, que mueven esta película como un sofisticado puzle de inteligencias, estrategias de seducción, desafíos y engaños.

La puesta en escena de Garland sabe sacar partido de la arquitectura y los espacios de la casa-laboratorio, de las transparencias y elementos translúcidos de su diseño modernista, del juego de miradas y puntos de vista de las cámaras de vigilancia, pero deposita buena parte de su efectividad en el elemento humano, en el trabajo de un trío de actores que equilibran la necesaria suspensión de credibilidad que le da densidad y vuelo metafórico a la utopía en una historia que, por cierto, acaba ahí donde podría empezar la mucho más turbia Under the skin, cuyo estreno seguimos esperando con impaciencia.

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