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POÉTICA DE LO INDECIBLE

  • Carla Carmona ahonda en su obra 'En la cuerda floja de lo eterno' en la figura de Egon Schiele. Un excelente ensayo que suma a los hallazgos de su investigación un infrecuente y hermoso tono lírico

Dos son las peculiaridades que singularizan y destacan este ensayo: una es la original prospección de la obra de Schiele, y su dramático desgajarse del expresionismo, de la Secesión vienesa, donde sumariamente se le incardinaba. Otra es la forma que adopta dicha indagación, cuyo rigor formal se acompaña de un tono lírico inusual. Así pues, En la cuerda floja de lo eterno. Sobre la gramática alucinada de Egon Schiele, participa a un tiempo del ensayo y la tensión poética en la prosa, sin que ninguna de ambas categorías se resientan. Este empeño tampoco es nuevo: basta recordar la ingente obra ensayística de Luis Cernuda u Octavio Paz; o los propios Sollers y Blanchot, más cercanos al imaginario de la autora. Aun así, la dificultad de lo tratado, más la ambiciosa requisitoria sobre el pintor austriaco, hacen de este libro un libro apasionado e infrecuente.

De qué se habla en En la cuerda floja de lo eterno. Acudamos muy brevemente a Hugo von Hofmannsthal y su Carta de Lord Chandos. Ahí se postula ya, con el intermedio lúdico de un falso corresponsal de Bacon, la radical indecibilidad del mundo y su misterioso mutismo. Hofmannsthal escribe iniciado el XX; vale decir, en paralelo a la obra de Egon Schiele. Por aquellos días, Valle-Inclán resumirá esta vaporosidad del mundo de forma admirable: "Y todas las cosas decían una verdad que los hombres aún no saben entender". De cómo la realidad se difumina; de cómo se agrava y perfecciona en su extrañeza, llegado el cambio de siglo, cercano ya el estrépito de la Grand Guerre, trata, en cierto modo, esta obra. Y para ello acude tanto a la solitaria magistratura de Ludwig Wittgenstein, como a la desolada poética, mal conocida en España, de Georg Tralk. Del primero, Carla Carmona rescata el célebre punto siete del Tractatus: "De lo que no se puede hablar hay que callar". Del segundo, del infortunado Trakl, una poética de lo infausto. La tesis que fundamenta este ensayo es que Egon Schiele partió de aquellas evidencias para dar, radicalmente, sorpresivamente, en otra cosa. En Klimt, tan vinculado a Schiele, es todavía un misterio sobredorado y la efervescencia opalina de la mujer y el mundo, lo que se postula. En Schiele, será la propia irrelevancia del individuo, su conversión en objeto, en afiche, en torturada variación del autómata, aquello que se desprenda de su obra. Por otra parte, Klimt mantiene la convención figurativa; convención que Schiele ha puesto ya al servicio de la pintura, desvirtuándola totalmente. De todo ello el pintor ha extraído, según se aduce en estas páginas, una singular poética del silencio, de la existencia propia, de lo sagrado.

Si el mundo no puede decirse, como señalan Hofmannsthal y Wittgenstein, es posible no obstante subrayar el silencio, las zonas opacas por donde el mundo aflora y se desborda. Si el paisaje es un paisaje luctuoso, como creyó Trakl, no es menos cierto que la vida y la muerte son dos aspectos de un único y primordial fenómeno. Si lo sagrado no existe (y ése quizá sea el rumor de fondo de aquella hora de Europa), cabe entender en el arte, en el artista, cierta forma de perdurabilidad, más modesta y más lata. He aquí algunas de las vertientes por las que Carla Carmona aborda la angulosa estatura poética de Schiele. Una poética que, según la autora, participa de una suerte de panteísmo en el que hombres y cosas disfrutan de igual grado de individualidad, así como de un larvado y peculiar optimismo. A esto se añade que dicha cosificación, la individuación de los seres que habitan la obra de Egon Schiele, se ha logrado desde la propia pintura, con soluciones y emplastes que remiten a lo pictórico, y no al orbe intelectual, a la capacidad interpretativa o a la propia memoria de quien lo contempla.

Esta gramática alucinada, el minucioso análisis de las técnicas de Schiele, es lo que aquí se pone en relación, tanto con el declive del imperio Austro-húngaro, como con la crisis artística derivada de ello. El resultado, como ya se ha dicho, es una indagación lírica sobre la desmesura; también sobre la atormentada soledad, sobre la intuición creativa -el siglo era una vasta fantasmagoría- de aquellos hombres, sentados sobre el cadáver de la vieja Europa.

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