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Noticias de un clásico contemporáneo

  • Cuarenta años después, se publica por fin en español esta obra seminal para la filosofía de nuestra época

Cabría, para empezar, preguntarse por el porqué de la tardanza, casi 40 años, en la publicación de una traducción española de una obra seminal para la filosofía, las ciencias sociales o la arquitectura como ésta que culminó el pensamiento de Henri Lefebvre. La lectura de La producción del espacio (1974), sin embargo, no hace sino acumular razones: abigarrada y compleja por un lado; pero, sobre todo, demasiado reveladora y provocadora para una sociedad donde el neoliberalismo y el capitalismo financiero no han hecho sino agudizar hasta el delirio los síntomas aquí señalados, tanto en su dimensión diacrónica como sincrónica, por el filósofo francés, cuyas reflexiones en torno al espacio abstracto y coactivo de las sociedades modernas adquieren una poderosa e incómoda vibración premonitoria desde nuestros días virtuales e hipercomunicados.

El objetivo declarado de Lefebvre es sólo uno, pero uno que implica la interrelación de una serie de disciplinas (filosofía clásica, historia, marxismo, economía política, sociología, literatura, antropología, arquitectura, urbanismo...) que en cierta medida han quedado desautorizadas según el pensador, pues el cometido de la obra, analizar el espacio y estudiar y descubrir sus relaciones sociales, implica la asunción de un principio que todas ellas han orillado o pasado por alto: que el espacio se fue poco a poco convirtiendo en un producto, que por lo tanto se consume y se utiliza, y cuya principal diferencia con respecto al resto de mercancías de las sociedades capitalistas es que él mismo interviene en el proceso productivo. Es decir, que el espacio social no es preexistente, neutro y vacío, sino una mercancía más, y al mismo tiempo una fuente de construcción en estrecha alianza con el poder político.

Así, una de las principales líneas de La producción del espacio es la arqueológica, el efecto de remontarse al origen de los tiempos para luego fijar el precipicio histórico concreto (el siglo XVI, cuando la ciudad se impone al campo pero aún tiene lugar una mediación entre el espacio medieval y el proto-capitalista que se esboza con las primeras acumulaciones) por el que se precipitaron los acontecimientos, desembocándose más tarde en la claudicación de la ciudad frente a la hegemonía del Estado, de la burguesía como clase dominante y de un tipo de espacio (la producción del espacio no es otra cosa que cómo se concretiza un marco de poder) abstracto, normalizado por el consumo -y por su correlato de visibilidad, legibilidad y previsibilidad- y fundamentado en la violencia contra cualquier intento de desviación. No obstante esta recapitulación, donde a la fuerza Lefebvre pinta con la brocha gorda, el libro, en cuya redacción final influyó la experiencia colectiva y de reapropiación del espacio urbano que trajeron consigo las efervescencias de Mayo del 68, se concibe esencialmente como una asistemática agitación de la consciencia con vocación prospectiva, de transformación de la sociedad futura. Para el autor, se trata de una "orientación" que pasa por hacer comprender a los ciudadanos que querer cambiar la vida o la sociedad son "anhelos insignificantes" si no se cae en la cuenta de que para ello es necesario un cambio de espacio que va mucho más allá de esas mejoras (viviendas cómodas, trenes a todas horas, conexión de autopistas...) que sólo dependen de la instancia política y de su control -se llame capitalismo de Estado o socialismo de Estado-, una que busca principalmente cobertura en el orden burocratizador y cosificador.

Lefebvre, marxista heterodoxo expulsado del Partido Comunista a finales de los años 50, pretende aquí potenciar un cambio de paradigma -del espacio como producto repetitivo al espacio como obra colectiva de raigambre artística y por lo tanto irrepetible; de la supremacía de las representaciones y concepciones del espacio al de su vivencia y disfrute- que se basa en la sospecha ante las nociones habituales de progreso histórico y tecnológico y en un regreso al cuerpo como fuente de restitución de lo sexual y lo sensorial; renovación de la palabra, la voz, el olor o lo auditivo que dibuja un más allá de lo visual. Es justo este tipo de pensamientos, que Lefebvre plantea como "pistas" o "sugerencias" y que nombra como "metafilosofía" (una filosofía no aislada de la práctica social ni de la crítica política), lo que quizás haya condenado al malditismo a este pensador entre nosotros. Y es que aunque La producción del espacio señale sus deudas con Marx, Engels o Fourier, a los que en sus páginas se pretende completar y afinar, sus punciones teóricas van por otro lado más difícil de definir: son como pretensiones de orientar política y críticamente el pensamiento de Deleuze en torno al nacimiento del arte como despliegue de energía corporal y marcación del territorio, o -estos autores sí explícitamente convocados- de hacer lo propio con las fabulosas inmersiones del Bachelard fenomenólogo de la poesía en los espacios transidos por la imaginación y el sueño, así como con las reflexiones ontológicas de Heidegger a partir del Construir y el Habitar, y con la búsqueda de rimas, caras al surrealismo (en el que Lefebvre había militado) y a la pluma de Bataille, entre la intimidad, el espacio natural y el social.

Henri Lefebvre. Capitán Swing, Madrid, 2013, 455 páginas. 22 euros

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