Cultura

Memorias de un conseguidor

Resulta difícil discernir entre la historia y la leyenda cuando hablamos de Hollywood, un lugar (todavía) mítico cimentado sobre la eficacia fordiana del trabajo especializado, el glamour de las estrellas y las mentiras de la publicidad como pilares para el funcionamiento engrasado de la gran maquinaria de la industria de los sueños.

Acosado y vigilado siempre por las ligas de la Decencia o por puritanos con cargo público (Hays, McCarthy), Hollywood se granjeó pronto fama de gran prostíbulo de Norteamérica, de ciudad del vicio y el pecado, de territorio libre en el que cualquier fantasía, y por supuesto, cualquier perversión, podía hacerse realidad. Siempre que fuera de puertas para adentro.

Los dos volúmenes de Hollywood Babilonia (Tusquets) que Kenneth Anger dedicó a los escándalos (sexuales, criminales) más sonados de la ciudad son ya hoy sendos clásicos de referencia en lo que respecta al eterno gossip angelino, regenerado a cada década, siempre con nuevos protagonistas (de Robert Downey Jr. a Lindsay Lohan), bajo una misma mirada morbosa y un mismo objetivo mercantil.

Este Servicio completo viene a sumarse a esa crónica de la leyenda negra y viciosa del Hollywood dorado antes de su ocaso y de la llegada del sida en los 80, y no escatima en detalles de las apetencias, rarezas y voracidad sexuales de algunas conocidas estrellas, cineastas, productores y empleados de los grandes estudios y alrededores.

Hijo de una familia humilde del Medio Oeste y marine en la Segunda Guerra Mundial, Scotty Bowers, un tipo apuesto y libertino ya desde su adolescencia, fue a parar a una gasolinera de Hollywood Boulevard por la que pasaban cada día, además de los jóvenes soldados y sus chicas, muchos profesionales de la industria del cine. Si hemos de creerle a pies juntillas, todo sucedió de manera rápida e improvisada, sin ánimo de lucro, y una cosa llevó a la otra: de una insinuación de Walter Pidgeon, el protagonista de Qué verde era mi valle, que acabó en una felación rápida, a una red clandestina y perfectamente organizada (por él mismo) que ofrecía todo tipo de servicios sexuales que se practicaban en una caravana a espaldas del establecimiento o en las mansiones cercanas.

Un Bowers ya anciano y desinhibido, quién sabe también si excesivamente fantasioso o de memoria algo magnificada por el tiempo, relata ahora aquellas aventuras prohibidas e íntimas, poniéndose en primer plano no sólo como alcahuete, conseguidor y protagonista de numerosas y portentosas hazañas sexuales, sino también como ejemplo de ese sueño americano capaz de convertir a cualquier hijo de la clase trabajadora en un auténtico emprendedor o en el mejor amigo de las elites a golpe de iniciativa, encanto y trato servicial.

Satisfacer el morbo es pues el principal aliciente de un relato que se nutre de abundantes anécdotas, unas supuestamente vividas por el superdotado Bowers, y otras más bien de segunda mano, sobre las apetencias, casi siempre homosexuales, muchas veces extrañas o extravagantes, de estrellas, directores o profesionales de Hollywood como George Cukor, Katharine Hepburn, Cary Grant, Randolph Scott, Errol Flynn, Vincent Price, Laurence Olivier, Vivien Leigh, Tyrone Power, Spencer Tracy, Charles Laughton, Ramón Novarro, Montgomery Cliff, Rock Hudson, Anthony Perkins, John Carradine, Raymond Burr o Néstor Almendros, pero también de compositores como Cole Porter y Noël Coward, cantantes como Edith Piaf, escritores como Sommerset Maughan o Tennesse Williams, personalidades de la realeza europea como los Duques de Windsor o políticos de la talla de J. Edgar Hoover, director del FBI.

Prolijo en lenguaje y el argot de la calle, cercano en ocasiones al de la literatura pornográfica, Bowers relata de manera directa, sin florituras, yendo literalmente al grano en la descripción explícita de los actos sexuales propios o ajenos.

Lejos de arrojar una mirada moralista o censora sobre sus personajes y amistades, sus gustos particulares o sus vicios de alcoba, Bowers se mueve entre la celebración del sexo y la admiración por ese mundo de esplendor y lujo, por más que, en ocasiones, el libro deje entrever también las orejas del oportunismo y la explotación del morbo que suscitan la notoriedad, la doble vida y la fama de las personalidades que por él desfilan. Tal vez para espantar esa posible duda, Bowers acude en algunas páginas a su infancia y adolescencia, a su vida familiar, a su experiencia en la Segunda Guerra Mundial o a la propia historia de Hollywood como justificación de un auténtico relato autobiográfico: lo más sincero pero también lo menos interesante del libro. Le toca al lector discernir ahora cuánto hay en estas páginas de confesión auténtica en el ocaso o de chismoso ajuste de cuentas para dejar royalties a los herederos.

Scotty Bowers (con Lionel Friedberg). Trad. Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2013. 328 páginas. 19,90 euros

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