Arte

En Madrid, tres generaciones

  • Tres artistas andaluces, Carmen Laffón, Antonio Sosa y Juan Suárez, muestran su obra en diferentes exposiciones programadas actualmente en galerías de la capital de España

Al hablar de arte, usamos el término creación y en vez de artista decimos creador. Una moda extraña. Son palabras -creación, creador-, heredadas del Romanticismo, con ecos teológicos, que apuntan más a la presunta psicología del genio que a la práctica artística real. Ésta consiste más bien -decía Picasso- en el hallazgo. El artista, más que crear, encuentra y más que intuir, escucha. Por eso des-cubre, saca a la luz algo oculto. Al examinar el trabajo de un artista, sus grandes cuadros, la coherencia de su obra o la fecundidad de alguna serie preferimos las grandes palabras en vez de pensar que todo empezó con un encuentro que fue fecundo porque el autor lo trabajó, lo separó del tópico, no rehuyó sus implicaciones (al principio sólo entrevistas) y lo convirtió en algo de interés para todos. Los numerosos bocetos que preceden a las Señoritas de Aviñón parecen demostrarlo.

También ocurre con los tres andaluces que exponen en Madrid. Sus obras brotan de hallazgos afortunados que, elaborados, se hicieron fértiles. Así ocurre con Antonio Sosa (Coria del Río, 1952). Su reflexión sobre la naturaleza y la cultura, concretada en símbolos primordiales (la mano, la llama, la antorcha) que modelaba como si fueran fósiles, ahora la lleva a una meditación sobre el individuo. Grandes cuadros que recogen cuerpos humanos luminosos -la identidad diurna-, pero envueltos en una red (cadenas de adn), que afirma nuestra pertenencia a la naturaleza, y asechados por una sombra sin rostro que apunta al oscuro impulso que nos mantiene vivos. Completa los lienzos con aquellos símbolos que él modelaba en otro tiempo y ahora señalan que la cultura nos marca tanto como la naturaleza. Un cuadro, El Lago, sintetiza estas ideas: sobre una ondulada superficie, dormita un cuerpo humano formado por esos breves símbolos estampados en la carne. La cultura nos libera de la naturaleza (es una brecha en el acontecer natural, dice Clifford Geertz) pero nos marca con sus sellos.

Juan Suárez (El Puerto de Santa María, 1946), al inicio de su carrera, experimentó con pintura industrial aplicada sobre cartulinas fosforescentes: piezas de corte minimal, entre la geometría y la arquitectura. Las obras que ahora expone vuelven sobre esa idea pero oponiéndola a la pintura. Las piezas tienen bandas superpuestas: en algunas, de madera pintada que prolongan el marco; en otras, de pintura industrial aplicada sobre el cristal. Detrás, en ambos casos, la pintura que, a veces, parece evocar un paisaje y en otras ocasiones arquitecturas, como las van Doesburg, formadas por planos, no por volúmenes. Enfrenta así la exacta construcción racional con una pintura abstracta de variada factura. El color puede transparentarse a través de una rica veladura pero en otras obras se muestra casi raspado, como una huella que evidencia su calidad de materia. La gama de color es frecuentemente ácida y algunos pigmentos recuerdan a los usados en los graffiti.

La galería Leandro Navarro conmemora la muestra de pintura realista celebrada en Madrid a fines de los cincuenta. Ha reunido obra reciente de Amalia Avia, Antonio López y de los demás autores realistas madrileños. Aunque poco tiene que ver su obra con tal dirección artística, Carmen Laffón (Sevilla, 1934), invitada a la cita, ha acudido a ella con unos sorprendentes paisajes que acompañan a los grandes dibujos de La viña, expuestos hace un año en la galería Rafael Ortiz. Desde 1976, cuando dibujó su paso por la Cartuja, el Guadalquivir ocupa un lugar destacado en la reflexión de Laffón. A aquellos dibujos siguieron Sevilla desde el río y los ambiciosos cuadros de Doñana. La depuración de esta última serie, que acercaba el paisaje a la abstracción, ahora se extrema al desaparecer el color. La serie Bajamar la componen grandes dibujos (127 x 200 cm): carbón y témpera sobre madera. El horizonte, más bajo que en los óleos de El Coto, abre un cielo amplio, un espacio modelado por el gesto y el carbón cuya transparencia fija la mirada que después recorre, abajo, las ritmos que las aguas dejaron en la arena. Julián Gállego señaló las calidades fluidas que Laffón logra con el carboncillo. Estas obras confirman su opinión. Hay aún en la muestra la promesa de una nueva serie: paisajes verticales que con témpera y pastel construyen La ribera del Guadalquivir en Doñana.

Quien aproveche estas fechas para ver qué ofrece Madrid al aficionado al arte, irá al Prado a ver los Rembrandt y sobre todo, la Cabeza de Minerva de Dresde, incluida en la muestra de escultura clásica. Pero que no olvide estas tres exposiciones. Merecen la pena.

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