Cultura

Lawrence de Lean

  • Se cumplen 50 años de la cinta que dio a conocer al oscuro héroe protagonizado por, el entonces desconocido, Peter O'Toole

Había muchos Thomas Edward Lawrence, conocido para la Historia como Lawrence de Arabia, para hacer una película. A pesar de sus escasos pero intensos 47 años de vida, fue un personaje poliédrico, lleno de matices y de giros existenciales. Está el Lawrence brillante alumno de Oxford, joven traumatizado por ser hijo ilegítimo de un noble inglés y que se sentía fascinado por los castillos. Está el hombre que tuvo a sus pies a toda la intelectualidad británica de entreguerras, a la que se unió tras publicar sus experiencias bélicas en Los siete pilares de la sabiduría, considerado uno de los clásicos en la lengua de Shakespeare del siglo XX. Y también tenemos al oscuro personaje devorado por su mito, que se ocultaba en la RAF como soldado raso bajo nombre supuesto y se dedicaba a prácticas sadomasoquistas, esclavizando a alguno de sus compañeros. Todos ellos hubiesen justificado un film.

Y está el Lawrence más obvio, el héroe de la rebelión árabe del desierto contra los turcos. Ese es el que eligió David Lean para realizar su épico film que en estos días cumple medio siglo. Pero se las arregló para meter en él todos esos Lawrence. Y es que poca gente entendió en su momento lo que significó el film en su momento. Su brillante factura y su uso de la pantalla ancha -con una inteligencia y un sentido dramático pocas veces visto- llevó a tomarlo como otro espectáculo para llevar espectadores a las salas y sacarlos de delante del televisor. Pero Lean era mucho más que eso. Bajo su férreo clasicismo latía una voluntad de explorar los límites del sistema. Sus personajes son neuróticos, obsesivos, y nada complacientes. Lawrence de Arabia iba a demostrarlo más allá de toda duda, además de exhibir su perfeccionismo técnico. Su Lawrence es un héroe que empieza mostrándosenos en toda su debilidad. Lo de apagar la cerilla es un guiño a su futuro sadomasoquista y su forma de romper las reglas en el cuartel general muestra su carácter errático. Pero la experiencia que va a vivir no le redimirá como mandaban los cánones, sino que por el contrario su propio mito le hundirá, con detalles como su confesión de que disfruta matando. Ahora que están tan de moda en el cine contemporáneo los héroes oscuros que no saben dónde está el bien y el mal, hay que ver Lawrence de Arabia como un glorioso antecedente.

Un antecedente muy raro en su época, pero no fue lo único en que David Lean rompió las reglas. Es sorprendente que en una superproducción de este calibre no haya prácticamente ninguna toma rodada en decorado. La excepción sería los primeros planos del sol en el episodio del cruce del Nefud, en realidad una pintura. Gran parte del film se rodó en los desiertos de Jordania y los interiores en Sevilla. La plaza de España, los Reales Alcazáres y el Parque de María Luisa con sus edificios arábigos recrearon la ciudad de El Cairo y sus cuarteles generales británicos. El teatro Lope de Vega acogió a la fracasada conferencia árabe tras la toma de Damasco. En Almería se rodó la conquista de Akaba, construida en cartón piedra en la zona de Carboneras, antes de que Sergio Leone pusiera de moda la provincia como plató. Ni que decir tiene que el esfuerzo de producción fue titánico. En el desierto jordano el equipo soportó temperaturas de hasta 50 grados, lo que dañaba las sensibles cámaras de panavisión y a los negativos, que presentaban distorsiones. Hubo que usar camiones frigoríficos para preservar el material, que se enviaba a Londres para su positivado, así que Lean rodaba a ciegas, pues no podía ver lo filmado en el día. El rodaje duró el record de 285 días, en parte por estos problemas, en parte por el perfeccionismo de Lean, que tardaba horas en rodar las escenas. Así, momentos tan míticos como la aparición de Omar Sharif desde el horizonte hizo sudar, y no por el calor, al equipo de fotografía, como también las largas tomas de hombres aplastados por el desierto.

Tampoco Lawrence de Arabia respetó las normas de las superproducciones en otros aspectos. No había chica ni historia de amor, tema complicado en un personaje como Lawrence con su torturada sexualidad. Para colmo de males, el protagonista era sodomizado por un bey turco en una escena clave, aunque en honor de la verdad este es uno de los puntos débiles del film, ya que Lean lo dejó demasiado en el aire no atreviéndose a ser demasiado explícito en 1962. Y por último, el film se apoyaba en un considerable grupo de desconocidos. Cuando Marlon Brando no pudo ser Lawrence debido a sus propios problemas en Rebelión a bordo (afortunadamente, pues físicamente no era creíble), se le ofreció el papel a Albert Finney, que lo rechazó. Lean tuvo la intuición de que haría falta un desconocido. Se puso a ver todo el cine inglés reciente que pudo hasta que se topó con Peter O'Toole en El robo del Banco de Inglaterra. El guionista estadounidense Michael Wilson, autor del anterior film de David Lean El puente sobre el río Kwai, escribió el primer libreto, pero el director lo rechazó de pleno. Tuvo otra de sus visiones cuando fue a ver el éxito teatral de la temporada, Un hombre para la eternidad, y supo que su autor, Robert Bolt, era el escritor que necesitaba. Aunque no tenía experiencia en cine, Bolt redactó un magistral guión. Omar Sharif era una popularísima estrella del cine árabe pero desconocida en Occidente. Se le dio el papel del mejor amigo de Lawrence, el sherif Alí, ayudado por su dominio del inglés. El último de estos ilustres desconocidos fue Maurice Jarre, un músico de vocación tardía que se hallaba trabajando entonces en la banda sonora de El día más largo. En principio, la idea era usar tres compositores para Lawrence de Arabia: los prestigiosos William Walton y Malcom Arnold, que se ocuparían de la parte noble de la composición, y Jarre, que estaría para la música más incidental, pero cuando sus dos compañeros se echaron atrás tuvo que ocuparse de toda la banda sonora. Fue un acierto total, su tema de Lawrence es uno de los iconos de la música para el cine.

Lawrence de Arabia dio la sorpresa en los Oscars de ese año derrotando a la gran favorita, Matar a un ruiseñor, ganando siete estatuillas. Sin embargo, el film de Mulligan consiguió el premio para su protagonista, Gregory Peck y el guión adaptado, batiendo el impecable trabajo de Robert Bolt. Se ve que el Hollywood de 1962 podía reconocer la labor técnica de David Lean, pero no estaba preparado para premiar a un neurótico como protagonista y a un guión tan complejo y oscuro. Atticus Finch y sus nobles diálogos salvaron los muebles de una industria no tan capaz de ir tan lejos como Lawrence de Arabia.

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