Cultura

Guerra a la guerra

  • Estrella Morente, Antonio Canales y Aída Gómez llenan hasta el día 14 el Teatro Romano de Mérida con una peculiar versión flamenca de 'Lisístrata' que dejó escrita Miguel Narros.

Hace 2.400 años el mundo iba más o menos como ahora, es decir que los hombres más poderosos estaban empeñados en creer que los problemas se resuelven mediante las guerras mientras un puñado de ciudadanos les intenta -con poco éxito- convencer de lo contrario. Uno se esos ciudadanos fue el comediógrafo griego Aristófanes quien, harto de ver cómo la guerra fratricida del Peloponeso había matado o dejado en la miseria a una gran parte de la población del Ática, dedicó su pluma incisiva a defender la paz y, de manera especial, el papel en ella de las mujeres, núcleo fundamental de la población civil. De las once comedias suyas que se conservan destacan en ese sentido Las asambleístas y, sobre todo, Lisístrata (411 a.C.), en la que un grupo de mujeres decide hacer una huelga sexual para que sus maridos abandonen la batalla y regresen con ellas al lecho conyugal (o extraconyugal).

Tan poco ha cambiado el mundo desde entonces que la pieza no sólo no ha dejado de representarse en todos los continentes sino que en marzo de 2003, cuando EEUU pretendía resolverle la vida a los iraquíes a base de misiles, la reacción pacifista llevo a convocar una lectura o representación de Lisístrata el mismo día en 56 países de todo el mundo, de Camboya a Pakistán, pasando por Argentina.

Y fue ese "Proyecto Lisístrata" contra la sangrienta y absurda guerra de Iraq lo que impulsó al desaparecido director de escena Miguel Narros a escribir un texto que llamó La guerra de las mujeres y que, como gran amante del flamenco que era (no olvidemos que él dirigió la Medea del Ballet Nacional de España y Fedra), tenía pensado representar en forma de ópera u opereta flamenca.

La guerra de las mujeres de Narros es, pues, el origen y la base del gran espectáculo que se estrenó ante 3.000 personas el pasado jueves en el 62 Festival de Teatro Clásico de Mérida, donde se representará hasta el día 14 de este mes.

El motivo de esta enorme expectación es muy simple: el carisma y la personalidad de los artistas que se han reunido y la originalidad de un proyecto que aúna música y danza flamencas con textos dramáticos recitados y con la dosis de humor que debe tener toda comedia, y que en ésta tal vez haya quedado algo más reducida respecto a la obra original.

Sobre una banda sonora firmada por Juan Carmona, Juan Parrilla y Lucki Losada, con dirección musical del primero y sostenida en ritmos tradicionales como las bulerías, los tangos y hasta una sevillana deconstruida, todos los artistas giran en torno a la protagonista absoluta que es Estrella Morente. Ella, tras una introducción coral y casi trágica en la que se describen los desastres de la guerra, toma con desenvoltura las riendas de la escena, canta por todos los palos y, por primera vez, interpreta con brío a la valiente "Lisi". Por fandangos les cuenta su plan a las mujeres -"para que la guerra se acabe…"- que poco a poco van reaccionando. Del coro de mujeres (en el que se encuentran también su tía y su madre, Aurora Carbonell) van destacándose su vecina Cleonice (su hermana Soleá Morente), con la que tiene una divertida charla en la que los "por Zeus" o "por Apolo" de Aristófanes se han sustituido por frases como "mala puñalá te den…"; o la hermosa Lampito (Aída Gómez, responsable también de la coreografía junto con Canales), que despliega todos sus encantos en un baile exuberante, lleno de sensualidad y picardía, o un travestido que quiere una vela en el entierro de las mujeres y que no es otro que Antonio Canales. El bailaor, que se encuentra en su salsa vestido casi de drag queen por Pedro Moreno, logra competir en sensualidad con Lampito, moviendo con gracia sus pompones y sus abundantes carnes y haciendo guiños a las danzas indias y al baile de la mosca o tirándose al suelo para acordarse de los bailes granadinos de La Golondrina. Tanto en este personaje como en el de Comisario Ateniense, en cuyo paño se bailó unos tangos acordándose del recientemente desaparecido Juan Habichuela y del Ovejilla, Canales disfrutó al máximo e hizo gozar al público, a la vez que aumentaba la flamencura de un espectáculo que bien podría haber sido un gran ballet pues, junto al trianero y a la bailarina, se ha contado con un grupo de bailarines/bailaores y bailaoras -algunos, figuras como Christian Lozano, Mariano Bernal (cedido por el Ballet Nacional) o Edu Guerrero- que quedan claramente infrautilizados.

Pero es que hay muchos artistas en esta "guerra", que se presenta en una trinchera de colorines y luces de verbena, tal vez porque hacer una guerra a lo Gila fue una de las primeras ideas que pasó por la cabeza del responsable de la puesta en escena, José Carlos Plaza, discípulo directo de Narros y director, entre otras muchas obras, de la Medea que inauguró el año pasado el Festival de Mérida, con Ana Belén como protagonista. "Desde que el productor Celestino Aranda rescató y me entregó el texto yo he procurado seguir fielmente los deseos de Miguel. Y él, por encima de todo, quería hacer un espectáculo ideológico en el que se pusiera de manifiesto la importancia de las mujeres en la sociedad y, aunque sea una vergüenza tener que repetirlo todavía hoy, la igualdad entre los seres humanos", afirma Plaza que, como todos los demás, ha tenido que hacer frente a un duro período de ensayos debido al calor y a la complejidad del proyecto.

Y hay que darle la razón porque, 2.400 años después, sigue siendo más necesario que nunca hacer la guerra a la guerra, y así, en la moraleja final, se canta "los otros son diferentes pero jamás enemigos…".

Si se quiere ser optimista, a pesar del panorama nacional e internacional, se puede pensar que si bien el hombre no ha sido capaz de acabar con las guerras, a juzgar por los aplausos, tampoco en 3.000 años ha podido acabar con el teatro.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios