Cultura

La Guerra Civil como musa

  • Llega a las librerías la nueva edición de 'Soldados de Salamina', la novela que lanzó a la fama al escritor Javier Cercas

En 1999, con motivo del sesenta aniversario del fin oficial de la Guerra Civil, el narrador protagonista de Soldados de Salamina (Random House) -que debe escribir un artículo en homenaje a Antonio Machado- se acuerda del fusilamiento frustrado del escritor falangista Rafael Sánchez Mazas (un episodio que quizás le contó el hijo de éste, Rafael Sánchez Ferlosio) y escribe un texto estableciendo una borgiana simetría entre la ejecución que no fue, la de Sánchez Mazas, y la muerte que sí fue, la de Machado, la una a este lado de la frontera, la otra del otro, en Colliure, casi por las mismas fechas.

Su deseo era honrar a las víctimas de aquella guerra, de toda guerra, sin distinción de bandos ni banderas, pero el artículo suscita una discreta controversia y el narrador se anima a escarbar en los hechos. La Guerra Civil volvía a ejercer así de musa para un escritor patrio. No debiera sorprendernos, aunque sólo sea porque, como dice uno de los actores del libro, "Todas las guerras están llenas de historias novelescas".

Soldados de Salamina es la historia de una fijación, la que lleva a Javier Cercas a mover cielo y tierra (así se decía una vez) para recabar toda la información posible sobre aquel literato falangista. ¿Quién fue? ¿Qué dijo? ¿Qué hizo? ¿Y qué ocurrió el día que escapó del pelotón? El acercamiento a Rafael Sánchez Mazas le permite hacer una radiografía sobre el estado de ánimo en que vivía la España de los privilegios (no la España de los desfavorecidos) cuando el soplo del igualitarismo democrático avivó el fuego republicano en nuestro país. Sánchez Mazas, y otros como él, cortaron la Falange según el patrón del fascismo italiano y la colocaron como obstáculo y freno contra las fuerzas renovadoras que intentaron introducir un poco de decencia en la sociedad española durante el quinquenio 1931-1936. Rafael Sánchez Mazas personaliza el porqué de la Guerra Civil y Javier Cercas, consciente de estar jugando con fuego al dedicarle buena parte del libro, apenas se le presenta la oportunidad se pronuncia cáusticamente contra Franco ("militarote gordezuelo, afeminado, incompetente, astuto y conservador", dice de él) y contra su dictadura ("ese régimen de mierda") a fin de dejar las cosas más o menos claras.

La novela responde a un acto de justicia poética: defender al hombre, no la ideología. Se diría incluso que Cercas quiere exculpar a Rafael Sánchez Mazas: "Hizo política, pero en el fondo siempre la despreció", escribe. Y lo retrata como víctima del conflicto, sin ensañarse en él ni recalcar lo obvio: que Sánchez Mazas fue víctima de una guerra que él había jaleado desde la seguridad que daba la pertenencia a una jerarquía a la cual, desde hace centurias, nunca había faltado de nada y que al término de la contienda vivió sin apreturas ni calenturas, sin calores ni fríos, ni hambre ni sed, sin miedo a mirar a sus espaldas ni a que llamaran al timbre pasada la medianoche.

A partir de cierto momento, e inspirado por el gusto por la paradoja, Cercas pasa de buscar al hombre que a punto estuvo de ser fusilado, al soldado republicano que lo descubrió tras escapar del pelotón y decidió no delatarlo. ¿Quién fue? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Qué pensó? ¿Por qué salvó al jerarca falangista? Si alguien merece un libro es este personaje anónimo; si el libro debe tener alguna moraleja es ese gesto de piedad. Desde esta perspectiva, el proyecto de Cercas, un relato con rabia pero sin rencor, adquiere la debida dimensión ética.

Soldados de Salamina se llama a sí misma "relato real" en vez de novela, pues está construido con hechos históricos y verídicos. En cualquier caso, la novelización de estos hechos es drástica; una novelización con cierto regusto borgiano (Borges, creo, es una clave decisiva para una correcta interpretación de la misma). Es decir, si Javier Cercas pretendía descubrir un nuevo género literario lo que acabó demostrando es la inmensa deuda contraída con la ficción por toda reconstrucción literaria.

Que no se vea un rechazo a la Historia en este apelo a la ficción, no es el caso. Quien desprecia esta noble disciplina suele hacerlo por miedo a que la Historia pueda desacreditarlo (esto explicaría, por ejemplo, la crispación que generó en su día la Ley de la Memoria Histórica entre la derecha más cerril). No creo que la veta de la Guerra Civil se agote por mucho mineral que se extraiga. En los estantes de las librerías se mezcla hierro y ganga, lo reconozco, pero si de esa búsqueda surgen trabajos notables como el presente, vale la pena seguir escarbando.

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