Cultura

Gran señor de la Historia

La figura de Antonio Domínguez Ortiz llena por sí sola la historiografía española de la segunda mitad del siglo XX. La orfandad intelectual que padeció la universidad en la posguerra, el aislamiento de las corrientes de pensamiento europeo y la escasez de medios e instituciones que pudiesen apoyar iniciativas de investigación a largo plazo son factores a tener en cuenta a la hora de justipreciar, por contraste, la inmensa talla del historiador de la España moderna que batalló en solitario por la renovación de la disciplina. Pero las severas condiciones ambientales, siendo importantes, no lo explican todo. Fundamental es considerar la personalidad del autor, su talento innato para espigar en archivos y bibliotecas apenas hollados por otros historiadores, el equilibrio en el uso de las fuentes manuscritas e impresas, la mesura de sus interpretaciones en los temas más controvertidos y la extraordinaria facilidad para la divulgación, tarea que realizaba sin la menor afectación, combinando el rigor de la información y la llaneza expositiva, cualidades que en él eran connaturales.

La biografía del historiador Manuel Moreno Alonso tiene la gran virtud de combinar estas dos orteguianas dimensiones, el hombre y su circunstancia, en el grado justo y con un equilibrio de voces que hubiera agradado a don Antonio. Hablan quienes le conocieron de estudiante y advirtieron, enseguida, su excepcionales condiciones para el arte de Clío, como sus maestros Juan de Mata Carriazo, Francisco Murillo Herrera o Ramón Carande. Hablan sus compañeros de generación y de batallas por una nueva historia, especialmente el gran Jaime Vicens, con quien mantuvo asidua correspondencia. Pero también los jóvenes historiadores becados desde el extranjero que con el tiempo llegaron a ser reconocidos hispanistas, especialmente John Elliott, a quien conoció en el Archivo de Simancas y con quien se carteó toda la vida. Y habla, por fin, el propio biografiado a través de sus escritos autobiográficos, que recogen su niñez sevillana, sus años de profesor en el instituto Ángel Ganivet de Granada, y sus opiniones sobre el pasado siglo en una apasionante entrevista inédita grabada por el autor un año antes de morir el maestro y transcrita en el apéndice final del libro.

Pero lo verdaderamente asombroso de esta biografía, más allá de estos interesantes testimonios, es asistir al espectáculo que supone el desarrollo de una inteligencia especialmente dotada para la historia como fue la de Domínguez Ortiz en las condiciones materiales y culturales menos favorables. Una auténtica aventura del conocimiento, capaz de rivalizar con la biografía del más intrépido espía o del político más sagaz -y sin movernos de espacio que va del archivo al aula y de ésta a la biblioteca-. Es mérito del biógrafo haber trazado un perfil intelectual a la altura de la personalidad retratada en un país como el nuestro, tan poco dado a las biografías intelectuales y, menos, de historiadores. Por eso sus modelos han estado más allá de nuestras fronteras, sobre todo, en esa Inglaterra que Moreno Alonso conoce y admira, país agradecido con sus hombres de letras que desde la época victoriana ha venido tributando homenajes a sus historiadores y así hasta los recientes libros dedicados a Eric Hobsbawn o A. J. P. Taylor.

De aquellas latitudes y de Francia vinieron también los primeros reconocimientos que obtuvo la obra de Domínguez Ortiz. En 1960 los grandes historiadores H. R. Trevor-Roper, Pierre Vilar, Paul Guinard y Pierre Chaunu habían reseñado con elogios La sociedad española en el siglo XVIII (1955) o su Política y hacienda de Felipe IV (1960). Y su obra cumbre, La sociedad española en el siglo XVII, que apareció en dos volúmenes (1963 y 1970) no desmerecía de las grandes obras de historia social que acababan de publicar E. P. Thompson en Inglaterra o Pierre Goubert en Francia.

En España, sin embargo, los honores llegaron tarde y nunca pudieron reparar el hecho de que don Antonio se jubilara sin figurar en la nómina de profesores de alguna de nuestras universidades. A cambio, estudiantes y lectores de Historia, desde principios de los 70, buscaban en cada nuevo libro de Domínguez Ortiz una orientación para sus propias investigaciones. Los temas aparentemente menudos arrojaban luz, bajo el pulso del gran historiador, sobre las cuestiones de mayor alcance. La vida de la aldea castellana se asimilaba a las inquietudes de la Corte. Y la historia social redefinía las relaciones de poder de una Monarquía en decadencia.

En tiempos de divisiones académicas e historias parceladas, la obra de don Antonio Domínguez Ortiz permanece como sólido monumento de una historia sin adjetivos. Lo mejor que supo dar de sí la historiografía española de la segunda mitad del siglo XX. Un Escorial de sabiduría en medio del páramo castellano.

Manuel Moreno Alonso. Fundación José Manuel Lara, Sevilla. 2009. 445 págs. 25 euros.

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