Cultura

Exceso, drama y otras concesiones al teatro

  • Martin Scorsese dirige a Leonardo DiCaprio en 'The wolf of Wall Street', que se estrenará en diciembre

La pasión que infunda Martin Scorsese hacia el cine negro no es tal como la imprime realmente hacia los vaivenes del teatro. La profunda dramaturgia de Scorsese late como un segundo corazón en la poderosísima Gangs of New York. Aquí existe un evidente cruce de estéticas, entre una particular dramedia de Broadway y sus (ya más convencionales) impactantes y realistas retratos de la historia norteamericana. Por ejemplo, nace la disyuntiva con la plebe irlandesa que se extiende hasta los trabajos más recientes del director.

Pero ante todo, la sensación que produce contemplar las ficticias carnicerías de la Nueva York ideológicamente desamparada del gobierno de Lincoln, es que se asiste a una vasta coreografía escénica, que pone en solfa su realismo, pero que exalta la fuerza, la rabia de los que la contemplan, por estar tan cerca de tocar la acción, como tan lejos de modificar el curso de los hechos. Este airado retrato de pensamientos, más que de hechos reales, posee un espíritu devastador, contundente debido a su musicalidad, a la armonía con la que Scorsese sopesa la violencia, el humor, y cómo no, el drama.

Su alianza con Terence Winter, creador de líneas tan punzantes como de situaciones descacharrantes (dejando sitio, siempre, para el drama humano) ha criado una ofensiva televisiva descomunal, un clásico de última generación digno de compararse con aquella magnífica reverencia al cine negro y a la propia obra de Scorsese, Los Soprano. Se trata de Boardwalk Empire, un paseo lineal por la norteamérica seca, la invadida por castas socioculturales y los conflictos consecuentes, y capitaneada por (para algunos) desgraciados apretones de manos.

Pero no es lo casi exhaustivo de dicho recorrido lo que hace de ella un glorioso espectáculo; es su tendencia a convertirse en una representación teatral, en una obra en (por ahora) tres actos, de personajes avariciosos, codiciosos, que si no se ocultan bajo toneladas de dinero, lo hacen bajo el morbo, que sobreactúan dentro de las leyes del teatro y que parecen maquillados para ocupar su sitio en un ataúd de madera. La gran mayoría posee rasgos que logran impactar desde la cercanía, desde un veterano atormentado por haber sido desfigurado durante la guerra, hasta un Al Capone de tebeo que castiga cualquier mirada o comentario impreciso (el claro precursor de la idiosincrasia de Joe Pesci). Buscan reafirmar este tándem (director y guionista), poniendo en liza The wolf of Wall Street, cinta que sigue la gloria y el exceso que rodearon a Jordan Belfort, empresario que amasó millones de dólares en la bolsa a través del conocido Pump & dump, con el cual se infundían rumores sobre determinadas empresas para aumentar el valor de ciertas acciones que cuyo valor, tras venderse y descubrirse el pastel, caía en picado.

Leonardo DiCaprio, que maneja tensión y pomposidad como si fueran motosierras, ha demostrado un gran magnetismo con sus últimos trabajos, todos ellos versiones de él mismo. Porque se trata de un ser dinámico, que posee la capacidad de inyectar su propio temor, asi como su furor y pasión. Shutter Island, último trabajo que unió a DiCaprio con Scorsese, es, por delante de una clase magistral de suspense, un alarde interpretativo, un escaparate para el dinamismo de DiCaprio, una escalera que le saca de la gomina cara y los trajes a medida. Ahora, con The wolf of Wall Street, interpreta lo que nunca habría sido, ni fue, (su) Jay Gatbsy: un adicto al exceso, si bien la parafernalia que rodeó la última adaptación del espléndido análisis de la burguesía y los nuevos ricos de Scott Fitzgerald, tuvo mucho que ver con su necesidad de resultar excesiva.

Jordan Belfort, que nadó en mares de lujo, alcohol y cocaína, es el ideal de desmesura que pululaba en los felices 20. No tan inconsciente, claro, pues esta clase de sujetos buscan algo muy cercano a la autodestrucción. Pero es esa característica la que le imprime a este personaje su dinamismo teatral; es demasiado pomposo para ser real, es alguien que dentro de los márgenes de la sobreactuación, podría obrar una maravilla. Puede que por ello todo parezca tan ampliamente surrealista en lo visto de este lobo de Wall Street. Al fin y al cabo, para el viejo Marty, la historia es, básicamente, teatro.

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