Viene siendo costumbre que del palmarés del Festival de Berlín salgan películas de formato pequeño que se ajustan a esa etiqueta del world cinema de exportación que, desde los márgenes de la periferia de Occidente, ya se trate de Sudáfrica (U-Carmen eKhayelitsha), la vieja China asiática (La boda de Tuya) o Latinoamérica (véase esta Teta asustada o la brasileña Tropa de elite), combinan cierta sensibilidad tercermundista con las formas del cine festivalero apto para públicos selectos.

El segundo lago de Claudia Llosa (Madeinusa) incide en la mirada poética, simbólica y metafórica sobre la mujer peruana a partir de la fusión del mito y la historia reciente, el folclore andino y el lenguaje acomodado del cine independiente, para alzarse como coyuntural producto étnico-culto destinado a contentar sensibilidades inquietas.

Así, a golpe de cancionero popular o improvisado, entre supersticiones atávicas y costumbrismo de las clases populares, entre la historia y el presente (el terrorismo de Sendero Luminoso), entre la tradición y el kitsch, La teta asustada juega a la fábula y al realismo mágico con las herramientas narrativas de la elipsis y el fatigoso retrato naturalista de un proceso de duelo protagonizado por una joven (Magaly Solier, rostro fascinante) enferma y sin alma que lleva una patata en la vagina y que tiene a una madre muerta en la habitación de su chabola en los polvorientos y escarpados suburbios de Lima.

Llosa aplica su mirada oblicua, minimalista y occidental al pueblo llano, lo que convierte su film en un, por momentos, insincero y turístico acercamiento al otro en el que pesa más el evidente intento de redención de la mala conciencia blanca (véase a tal efecto la evidente y explicativa trama con la señora de la casa en la que sirve el personaje de Fausta) que una verdadera inmersión en los rituales o en el perfil antropológico de sus criaturas, que en ocasiones parecen muñecas de artesanía andina movidas caprichosamente por el paisaje.