Cultura

Entelequias fugitivas

  • El narrador y poeta gaditano Felipe Benítez Reyes publica su tercer libro de relatos en un espléndido volumen que recopila toda su narrativa breve

Mientras prepara su nueva novela, que según ha declarado tendrá a Cádiz como escenario, Felipe Benítez Reyes ha reunido en un volumen todos sus libros de relatos, fruto de un cuarto de siglo largo de dedicación a la narrativa breve. Más de medio centenar de cuentos escritos entre 1982 y 2008, repartidos en tres títulos: Un mundo peligroso (1994), Maneras de perder (1997) y el hasta ahora inédito Fragilidades y desórdenes, que representan una faceta no menor -aunque puede que menos conocida, de ahí la oportunidad de esta recopilación- dentro de su trayectoria literaria. Imaginativa y exuberante como lo es siempre su prosa, la narrativa breve de Benítez Reyes no sigue un patrón repetido, pero la diversidad formal y de asunto no impide que se perciba en sus relatos un aire de familiaridad que emana por una parte del estilo bien reconocible del escritor y por otra de su peculiar imaginario, chinos, circos, bazares, magias, fantasmas, estupefacientes, ensueños, derrotas, lujurias, y todo ese mundo de perdedores alucinados que comparece asimismo en sus novelas.

Algunos son esbozos o meras estampas -Benítez Reyes ha cultivado desde antiguo el microrrelato, antes de que el género se pusiera de moda-, otros son más extensos y narrativos, pero en todos ellos se aprecia la personalísima mirada del autor, su prodigioso ingenio verbal y su capacidad para expresar en pocas líneas mucho más de lo que se dice. No es sólo la escritura deslumbrante -repleta de hermosas imágenes, de arriesgadas metáforas, de greguerías encadenadas-, la gracia y el encanto, la intensidad lírica y el sentido del ritmo de una prosa muy trabajada que discurre con pasmosa naturalidad. Los personajes de Benítez Reyes, casi siempre extravagantes, a veces hasta el delirio, logran conmover porque su autor no se ríe de ellos. Sus destartaladas peripecias son recreadas con humor, pero no es un humor corrosivo, sino compasivo, que comprende el deseo de huida, la necesidad de refugiarse en mundos inventados, de evitar las limitaciones de la realidad por medio de la imaginación.

Un intérprete de sueños que sueña con una multitud de arlequines y trata en vano de descifrar su significado, un aficionado al teatro que seduce a las novias con largos parlamentos de tragedia griega, un intruso que irrumpe en la vida de su vecino con intenciones ambiguas, un autor de ficciones-basura convertido en personaje de novela por obra de otro escritor que envidia sus éxitos, un antiguo compañero de estudios que convoca una desastrosa reunión de amigos de juventud, un lector de poesía que sueña con dragones habladores, dos hombres que ignoran sus vidas paralelas (doble homenaje a Borges y al librero, editor y poeta Abelardo Linares), una pintora postrada que atormenta a sus cuidadores y herederos incluso después de muerta, un pastelero que en sus ratos libres escribe novelas del Oeste, un tratante de secretos que vende su mercancía regateando como en el zoco, un consumidor de setas alucinógenas que practica el sado y espera el fin del mundo pronosticado por un gurú de Ibiza, un individuo obsesionado con su suerte variable que es asaltado mientras pasea por la playa después de unas semanas de farra, otro que se cruza en sueños con el Hombre Invisible e intercambia con él su sombrero, un grupo de jugadores de billar inquieto por la irrupción de un extraño desconocido que gana siempre, un profesor de lenguas clásicas que tras su jubilación se dedica a ensoñar destinos imaginarios, encarnando identidades sucesivas para llenar el tiempo vacío.

Son algunos de los personajes que deambulan por los relatos de la nueva entrega, que se unen a los protagonistas de relatos memorables como El Oriente casual o El vendedor de zumo de naranja. Seres melancólicos y desvalidos, a menudo maltratados por la vida, que sobreviven como pueden acogidos a locas fantasías o persiguiendo vanas quimeras. Dice Benítez Reyes que podría haber titulado su nuevo libro, de no ser por Quevedo, Los sueños, y en efecto éstos, "tanto en su sentido de ficciones oníricas como de ilusiones postergadas", tienen una presencia notable en el conjunto, confiriendo un aire de irrealidad añadida a los contornos de por sí asombrosos que ofrece, si se para uno a observarla, la existencia cotidiana. Tiene el autor esa capacidad para ver el lado fantástico tras lo aparentemente anodino, o viceversa, para tratar de sucesos corrientes como si fueran extraordinarios. Las vidas grises y desnortadas, los deseos imposibles de cualquier pobre diablo, son la materia prima de un discurso narrativo que divierte, sorprende, conmueve y emociona.

"Para mí el relato es un espacio irreemplazable para ensayar voces de entelequias fugitivas, para experimentar con tonos de conciencia, para calcular estructuras narrativas que se sostienen sobre el pilar de lo visto y lo no visto, para arriesgar en unas líneas la sugerencia de algo inabarcable, para componer universos que caben en la palma de la mano y que aspiran sin embargo a ofrecer una medida del mundo", escribe el autor a propósito de Fragilidades y desórdenes. No es una poética del relato, pero se le aproxima bastante.

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