Cultura

Dramas de sobremesa

Nos entenderá el lector si le decimos que Un cruce en el destino pasaría sin problemas -es más, es su esencia natural- por uno de esos telefilmes de tema conflictivo que emiten en las sobremesas en Antena 3, todo un subgénero en sí mismo en su voluntad didáctica servida con las habituales hechuras del drama manufacturado con escuadra y cartabón.

Se trata aquí de concienciar al espectador sobre los dilemas morales de sendos padres de familia (las mujeres y ex mujeres están de adorno) cuyos destinos se cruzan (más de la cuenta) tras un accidente de tráfico en el que muere el hijo de uno de ellos.

El guionista John Burnham (también autor de la novela original) y el director Terry George (especialista en cine de pocas sutilezas y mucho impacto: En el nombre del hijo, Hotel Rwanda) nos aprietan las tuercas para que experimentemos de cerca el sentimiento de la pérdida, pero también el de la falta y la responsabilidad moral por los propios actos, todo ello con el fondo otoñal y la placentera vida burguesa de Connecticut.

El problema llega pronto, justo tras el accidente: la credibilidad emocional, base sobre la que jugar toda la consistencia de la película, hace aguas estrepitosamente desde ese mismo instante.

Se suceden así los giros caprichosos, los encuentros calculados, los azares retorcidos, los conflictos de pareja (expuestos a grito pelado) que eluden el meollo de la cuestión, o sea, el desarrollo del duelo y la culpa en toda su complejidad.

La cinta prefiere centrarse empero en las cuestiones accesorias del asunto,a saber, en las comunidades de Internet que se ofrecen apoyo para superar situaciones parecidas (sic) o en la creación de un falso suspense en la investigación para resolver el caso.

Joaquin Phoenix y Mark Ruffalo, de mirada demasiado joven para la causa a pesar de las canas de pega, se esfuerzan denodadamente por dar entidad a sus personajes de papel, pero ninguno es capaz de insuflar profundidad moral a los respectivos dramas psicológicos que viven en la cinta.

La resolución final, timorata y cobarde donde las haya, nos devuelve al confortable sofá de la moraleja para que podamos terminar de dormir la siesta con la conciencia totalmente tranquila.

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