Cultura

El Diablo, probablemente…

Terror, EEUU, 2014, 118 min. Dirección: Scott Derrickson. Guión: Paul Harris Boardman, Scott Derrickson. Fotografía: Scott Kevan. Música: Christopher Young. Intérpretes: Eric Bana, Olivia Munn, Joel McHale, Edgar Ramírez, Sean Harris, Chris Coy, Dorian Missick, Mike Houston, Antoinette LaVecchia. Cines: Cinesa Los Barrios.

Tras el giro que le imprimieron La noche del cazador en 1955, y Psicosis y El fotógrafo del pánico en 1960, imponiendo el psycho-killer como protagonista, el cine de terror cambió para siempre añadiendo a estos asesinos en serie los zombis (La noche de los muertos vivientes, 1968), la evolución bestial y gore del psycho-killer (La matanza de Texas, 1974) y el Diablo (La semilla del Diablo, 1968; El exorcista, 1973). Poco han cambiado las cosas desde entonces, si sumamos a esta galería al conde de Transilvania devuelto a la vida por la Hammer (Drácula, 1958) y a los monstruos orgánicos e informes (Alien, 1979). Los cambios han sido variaciones cada vez más explícitas y sanguinolentas -o blanditas y románticas: caso de los vampiros- hechas sobre estas criaturas.

El Diablo volvió al cine, convirtiéndose las películas de posesiones en un filón, gracias al éxito de los bestsellersEl bebé de Rosemary de Ira Levin y El excorcista de W. P. Blatty, publicados en 1967 y 1972 con tal éxito que al año siguiente se llevaron al cine. Medio siglo después el Diablo, sus poseídos y los exorcistas siguen siendo rentables. Raramente como una reflexión sobre la presencia del Mal (cuestión que sí se abordaba en El exorcista), y más bien como un recurso para montar numeritos desagradables para un público que, mayoritariamente perdida la creencia, ha convertido el universo religioso en un panteón mitológico (o más bien en un circo).

Líbranos del mal es por ello una rareza: trata, sobre todo, del Mal. Si W. P. Blatty basó su novela en un caso real ocurrido en Maryland en los años 50, Líbranos del mal también se basa en hechos reales: las experiencias en casos de posesión del sargento Ralph Sarchie recogidas en su libro Beware the Night. Como El exorcista, empieza muy lejos del lugar de la acción y también en Oriente Medio. Pero no en una excavación, sino en una cueva durante la guerra de Iraq. La novela de Blatty y la película de Friedkin saltaban de allí a Washington. Ésta lo hace al Bronx. Crímenes horrendos y sucesos extraños se suceden. El sargento Sarchie no comenzará a intuir su verdadera naturaleza hasta que se encuentre con un cura poco convencional que le ayudará a empezar a comprender lo que está sucediendo. Porque es un exorcista.

Se agradece que todo está contado con seriedad, sin efectismos innecesarios, trabajando a los personajes (excelentes Eric Bana y Edgar Ramírez) en profundidad, otorgando credibilidad a la posibilidad de existencia de un Mal que se complace en el mal. Si se juega su juego -y el director facilita hacerlo- es una convincente historia de posesión y exorcismo.

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