Cultura

Dejando el tiempo correr

  • En el cine la elipsis es un salto en el tiempo o el espacio inherente al propio lenguaje cinematográfico ya que sirve para acelerar el relato

En lingüística, la elipsis es una figura gramatical que consiste en la supresión de una o más palabras en una frase sin que esta eliminación suponga una pérdida de significado y cuya finalidad es agilizar y economizar enunciados verbales o escritos. En el cine, en cambio, la elipsis es un salto en el tiempo o el espacio inherente al propio lenguaje cinematográfico ya que sirve para acelerar el relato (la duración de una película se mueve habitualmente entre los 90 y 120 minutos) prescindiendo de todo aquello que no aporta información sustancial a la narración. Las más simples de las elipsis cinematográficas son las temporales, las que permiten que un personaje pase, por ejemplo, de llamar al portero automático de la casa de su amiga, a estar en el sofá tomándose una cerveza con ella (soslayamos el ascensor, los pasillos, el timbre, la puerta y hasta los saludos).

Si el lapso de tiempo transcurrido es más significativo a veces se recurre a la voz en off o a los rótulos ("dos años después") o, siendo un poco más creativo, son los cambios físicos del personaje los que nos indican el paso del tiempo (en Naufrago intuimos que Tom Hanks lleva varios años en la isla (cuatro) por su aspecto: flaco, melenudo y hecho todo un experto en la suerte de arponear peces. Hay muchos casos en que las elipsis aún siendo imprescindibles pasan completamente desapercibidas para el espectador: salvo que lo exija el guión, ningún personaje tendrá problemas para encontrar aparcamiento (siempre lo hallará a la primera y justo en frente del lugar al que se dirija); jamás tendrá que guardar cola ni en establecimientos ni organismos oficiales y, nada más entrar, el barman le servirá el whisky o la camarera le tomará nota de lo que quiere para desayunar.

Otro tipo de elipsis son las que se podrían llamar "de contenido" en las que se oculta una acción dejándola fuera de cuadro ya sea por motivos estéticos (aunque ahora ocurra justamente el fenómeno contrario, hubo un tiempo en que los directores, en aras del buen gusto, evitaban mostrar muertes, torturas y, en general, toda clase de escenas que pudieran ser desagradables u ofensivas al espectador), ya sea por razones argumentales (aumentar el suspense mostrando, por ejemplo, la sombra y no la cara del asesino) o por motivos de censura (la prohibición de mostrar ciertas partes de la anatomía humana o escenas de contenido sexual obligaba a los directores a pasar de los preámbulos a las postrimerías del ayuntamiento carnal pasando por alto la parte más significativa del mismo: la consumación).

Ernst Lubitsch era un maestro en la utilización de este tipo de elipsis que sabiamente conjugaba con un artefacto argumental: el equívoco, constituyendo la base de lo que hace tan maravillosas y frescas sus películas: "el toque Lubitsch" (el problema para que las generaciones actuales reconozcan el talento de Lubitsch -Ángel,Una mujer para dos, Ninotchka- es que el director alemán necesita contar de antemano con la inteligencia del espectador).

Las elipsis más interesantes son, sin embargo, las estructurales, aquellas que pasan de ser meros instrumentos para contribuir al mejor desarrollo de una película a convertirse en elementos que generan parte del contenido de las mismas. Alfred Hitchcok era muy aficionado a usarlas y así en la escena inicial de Vértigo vemos a un supuesto delincuente huyendo por los tejados de San Francisco perseguido por un policía de uniforme y un detective (James Stewart).

En uno de ellos especialmente inclinado, James resbala y queda precariamente agarrado a un frágil canalón. El policía se da la vuelta para ayudarle y al intentar agarrar su mano es él quien se precipita al vacio. En la escena siguiente vemos que el detective es incapaz de subir una pequeña escalera en el estudio de su novia. Padece vértigo, una circunstancia que resultará decisiva en el transcurso de la historia y sobre la que Hitchcok parece querer decirnos: "Este hombre le tiene miedo a las alturas y todos vosotros ya sabéis muy bien el porqué".

También pertenece a esta categoría la que quizá sea la elipsis más famosa -y lograda- de la historia del cine, aquella que el genial Stanley Kubrick concibió para el inicio de su película: 2001: Una odisea en el espacio. En los albores del mundo, en medio de un árido paisaje, un grupo de simios compite por la escasa comida y agua que ofrece el semidesértico territorio, con clanes rivales e incluso con manadas de tapires. De repente un monolito de piedra negra aparentemente inerte aparece en el asentamiento de los primates.

Sin que esos tengan conciencia de ello, sus primitivas mentes están siendo manipuladas por la enigmática losa introduciéndoles conocimientos que les ayudarán a sobrevivir y evolucionar. La más básica de estas nuevas habilidades es el uso de herramientas y vemos como uno de los especímenes, observando el esqueleto de un tapir muerto empieza a verlo desde otra perspectiva y descubre (golpeando primero con suavidad y luego con extrema violencia la descarnada osamenta del animal con el poderoso fondo musical de Así habló Zaratustra de Richard Strauss) que los huesos más robustos tienen un potencial efecto destructor. Acaba de descubrir la primera herramienta de la historia. Entonces el mono tira el hueso al aire que -he aquí la elipsis- se transmuta en una nave espacial que se mueve grácilmente en el vacío a los sones de El Danubio Azul de Johann Strauss. De un plumazo elimina todo el periodo conocido de la especie humana, la elipsis abarca nada menos que ¡toda la historia de la humanidad! Hemos contemplado el pasado, nos saltamos el presente y el resto de la película... será el futuro.

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