Cultura

Cuerpos ingrávidos, superhéroes sin fronteras

Frente al viejo superhéroe corpóreo, pesado y musculado, el nuevo superhéroe, heredero de la ligereza volátil del Tom Cruise de Misión Imposible o de la virtualidad flexible del Neo de Matrix, se desvanece en el espacio sin dejar huella, desafía las leyes de la física, se desplaza sigilosamente como ente ingrávido y liviano, sin peso ni materia. Su batalla se libra en la insustancialidad misma del nuevo celuloide pixelado, en esa frenética carrera que ha borrado al referente, a la realidad física, de la faz del plano, para sustituirlo por la dictadura fantástica de la imagen digital y la fotografía de lo imposible.

Jumper eleva al paroxismo esta nueva topografía del superhéroe (adolescente) sin renunciar, ay, a las viejas derivas narrativas heredadas de la genética del cómic de la Marvel. Es así que, frente a la renovada emancipación nada altruista de nuestros jóvenes, saltarines y rebeldes jumpers (Hayden Christiansen y Jaime Bell, rescatados aquí de su proyecto como posibles juguetes rotos), acaba por imponerse de nuevo la sempiterna trama freudiana de una infancia traumática como origen y condicionante de la continua huida hacia delante de los protagonistas. De la misma forma, la película parece despreciar cualquier voluntad narrativa fuerte (y medianamente seria) y confía su destino, y posiblemente su continuidad en sucesivas secuelas, a la explotación incesante de unos mismos efectos especiales a propósito de la velocidad, el cambio permanente de espacios y el capricho de los viajes turísticos en un planeta globalizado.

A todo esto, dirige la función el especialista Doug Liman (El caso Bourne, Mr. and Mrs. Smith), quien, como nos recuerda de vez en cuando nuestro colega Alfonso Crespo, se muestra tan hábil como cualquier programa de ordenador para filmar las secuencias de acción para dejar que sean luego los informáticos de turno los que completen la faena

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