Festival de Mérida

'Antonio y Cleopatra': cómo alcanzar la eternidad

  • Ana Belén y Lluís Homar brillan en el Festival de Mérida en un montaje que quizás marque la mejor manera de abordar a Shakespeare

Lluís Homar y Ana Belén, en 'Antonio y Cleopatra'.

Lluís Homar y Ana Belén, en 'Antonio y Cleopatra'. / Jero Morales

El Festival de Mérida reflexiona estos días sobre las contradicciones del amor con Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare, la primera coproducción entre la cita emeritense y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, una propuesta que puede verse hasta el domingo y en la que Lluís Homar y Ana Belén encarnan con su solidez y veteranía habituales al soldado romano y la reina de Egipto. Otros dos grandes nombres avalan este espectáculo: el escritor Vicente Molina Foix, que ha reconocido su predilección por esta pieza entre el legado del dramaturgo de Stratford-upon-Avon, firma una adaptación muy fiel del original, y José Carlos Plaza se encarga de una dirección sobria y ágil que convierte casi tres horas de función en una fiesta gozosa en honor de la música, y la inteligencia, del bardo inglés. En un festival que otras veces ha buscado el reclamo de la audacia o de un entretenimiento más ligero para que al espectador no se le indigestaran los clásicos, Antonio y Cleopatra marca quizás el camino: el de poner a unos magníficos profesionales al servicio de uno de esos textos más grandes que la vida, sin más. Tal vez lo eterno sea lo moderno. Tal vez no haya otro truco. El respeto al material y el talento con el que se ejecuta es lo que genera la magia.

Si la semana pasada fue Rafael Álvarez El Brujo, otro alquimista, quien disertó en las piedras del Teatro Romano sobre los dioses a partir del Anfitrión de Plauto, ahora son Ana Belén y Lluís Homar, apoyados en un notable reparto coral que los secunda, quienes despliegan una dolorosa humanidad en la piel de esta pareja entregada a un amor imposible y arrastrada a la muerte por esa pasión contraria a las convenciones. En ellos se enfrentan los ideales de Roma y los de Egipto: él simboliza la razón, el deber; ella la exuberancia, el capricho. Pero Shakespeare, que escribió esta obra maestra en 1606, tras una racha prodigiosa en la que alumbró Hamlet, Otelo, Rey Lear y Macbeth, sabía que el corazón humano bombea ajeno a las etiquetas, no responde a patrones. En una escena, Cleopatra quiere saber cómo está Antonio, si alegre o triste. Y le responden: "Como las estaciones del año, en un extremo entre el calor y el frío". En el alma de las criaturas de Shakespeare conviven el invierno y el verano, está el cosmos, está todo.

Otra imagen de 'Antonio y Cleopatra'. Otra imagen de 'Antonio y Cleopatra'.

Otra imagen de 'Antonio y Cleopatra'. / Jero Morales

Así, Antonio es un hombre de guerra que se repliega en la alcoba, un personaje que ha perdido el equilibrio que le caracterizaba y ahora se asoma al abismo. "Uno de los pilares del mundo", dicen de él, ha quedado reducido al "bufón de una ramera", a "fuelle y abanico para enfriar el ardor de una gitana". Ella, astuta y seductora, gestiona su relación como una estratega: para mantener viva la llama, sostiene, es mejor ser esquiva, confundir al amado. "Si te lo encuentras pensativo, dile que estoy bailando; si está alegre le dices que he caído enferma", le ordena a su criada. La risa del auditorio, en esos diálogos, lo confirma: todos somos la Cleopatra de Shakespeare. ¿Quién no ha jugado a ese mismo juego cuando ha estado enamorado? Esa mujer que parece regirse por los apetitos y los instintos más primarios, defensora del hedonismo, tiene muchas dimensiones: es también una política implacable y rigurosa que exhibe un comportamiento masculino si las circunstancias lo exigen.

Para José Carlos Plaza, este idilio en el que asoma la tensión entre el individuo y el Estado mantiene, como suele ocurrir con Shakespeare, una vigencia absoluta: el público del Festival de Mérida se siente interpelado por lo que sucede en escena. "Pocos textos tan modernos, tan actuales como éste", opina el director, "porque nos muestran el retrato de una sociedad que, a pesar de sus cambios aparentes, continúa actuando impulsada por los mismos motores: el erotismo, el amor, la pasión, la fascinación, la ambición, la envidia, la nobleza, la lealtad".

Cuando Cleopatra recurra a la mordedura de una serpiente, desolada por la pérdida de Antonio, esa historia de amor que se antojaba superficial y errática, contaminada de las ambiciones y la belicosidad del entorno, se volverá sublime. En la presentación a la prensa del montaje, esta misma semana, Plaza definió la obra como "un canto a la luz y a la vida" y comentó que quería compartir con los jóvenes esa pasión que envidiarían los dioses. "Me gustaría decirles", aseguraba, "que no se dejen llevar por la indiferencia y que piensen como Antonio y Cleopatra que ellos también pueden alcanzar la eternidad".

En el alma de las criaturas de Shakespeare conviven el invierno y el verano, está el cosmos, está todo

La obra, que se estrenó en el Festival de Almagro, se representará en otoño en Madrid y después hará gira por España, brinda el recital de dos intérpretes portentosos. Homar, actual director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, llena el escenario siempre con su presencia rotunda, pero brilla especialmente en los pasajes en los que el aguerrido soldado, transformado ya irremediablemente por la devoción a su reina, conoce la deshonra y la vergüenza en la batalla e intenta posteriormente recobrar su coraje, momentos en los que el actor exhibe una fragilidad conmovedora. La actuación de Ana Belén también es asombrosa: aborda con un encantador histrionismo a la Cleopatra frívola que se resiste a expresarle el amor a Antonio en su presencia, pero que llora por las esquinas cuando éste anda fuera. "Él ahora está hablando y murmura: ¿Dónde está mi serpiente del Nilo? Porque me llama así. Yo ahora me alimento con un dulce veneno", admite su personaje en otro instante de la obra. Después, avanzada la trama, la actriz cambia de registro y se muestra soberbia y trágica. Y entonces se confirma: Cleopatra somos todos. Altivos, estúpidos, heridos, dependientes, también capaces de alzar el vuelo o de mirar cara a cara a la muerte y trascender nuestro tiempo. Qué grande era Shakespeare. Como dicen desde la Compañía Nacional de Teatro Clásico, él "siempre nos desborda", con "su capacidad de entrelazar historia, política, amor apasionado, pulsión de muerte, sentido de Estado, humor y un sinfín de elementos que nos constituyen como seres humanos". Y qué listos quienes encienden su fuego sin añadirle combustible gratuito.

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