Cultura

"¿Antisistema? Ni siquiera estoy en el sistema, me han echado de él"

  • La autora recrea la atroz intimidad de un asedio en 'Últimos días en el Puesto del Este' (Salto de Página), título con el que obtuvo el Premio Ciudad de Barbastro de Novela Corta

Cristina Fallarás (Zaragoza, 1958) recrea un asedio en Últimos días en el Puesto del Este,libro en el que obtuvo el Premio Ciudad de Barbastro de Novela Corta. Además, consiguió el Premio Hammett 2012 por Las niñas perdidas, una obra que también le valió el Premio de Novela Negra L'H Confidencial 2011.

-Es difícil no ver similitudes entre A la puta calle (donde cuenta su desahucio) y Últimos días en el Puesto de Este. En ambos habla de desolación, cerco y arrebato.

-Es que A la puta calle y Últimos días... son exactamente el mismo libro. Uno lo escribí a finales de 2012, una vez notificada la orden de desahucio, y el otro en 2010, en pleno momento de ahogo. Necesitaba sentarme y explicarme de alguna manera. Cuando se afronta una novela, hay que tratar dos cuestiones fundamentales: qué quieres contar, de qué vas a hablar y qué voz vas a utilizar. Pero hay veces en las que la vida te pasa por encima y no sabes ni lo que dices ni lo que haces... Sólo sabía que necesitaba sentarme y empezar a contar algo. Esta novela ha sido un ejercicio de supervivencia.

-Mientras leía, me parecía que me estaban contando de nuevo Troya. Aunque, últimamente, podemos ver muchas Troyas por todas partes...

-Claro, tiene mucho de Medea, por ejemplo. Digamos que estamos en Troya, que los bárbaros ya han llegado, que nos han asediado... pero nos quedan las cosas que nos recuerdan quiénes somos. Los bárbaros, esos fundamentalistas que están fuera en la novela, son salvajes como los que están ahora mismo en el gobierno de España, PP y PSOE; o como los que no quieren mirar lo que está pasando, la miseria en la calle; o quienes nos dicen que no tenemos derecho ni a protestar.

-Hablando de Troya, precisamente eso es lo que deberían haber puesto en muchos contratos bancarios: artesanía aquea.

-Lo grave de todo el tema de los créditos y las hipotecas es que destruyen mucho más de lo que parece. Destrozan la idea misma que gobierna la vida, la que implica el superar a la bestia y el pacto de no agresión. Se destruye un elemento básico del contrato social, que es anterior incluso a la constitución de la democracia. En el momento en el que la ley me engaña y no me protege, yo siento que le pierdo respeto a la ley. Y, como yo, cientos de miles de personas en España entera. Así que hacemos frente a una ruptura social. Siempre digo que esto es como un elefante muerto: cuando uno de estos animales es abatido, pesa tanto que tarda mucho tiempo en caer. Pues aquí pasa lo mismo: todo esto no existe, se ha derrumbado ya, como se derrumbó el comunismo y tardó años en hacerse efectivo, asumible, como realidad.

-Era cierto aquello que decía Cohen, "hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra y los que dicen que no". Y la había.

-Se han pasado 25 años haciéndonos creer que no podía haber pobres. Cuando, al principio, le quería explicar a mi hijo qué pasaba, me veía recurriendo a Dickens y Mark Twain, porque ellos sí concebían la realidad de un niño pobre, no era un imposible. Esto que dicen, un antisistema... bien, yo no estoy ni siquiera en el sistema, me han echado de él, y no porque lo haya pedido. Como decíamos, no soy un caso excepcional, pero el crujido viene cuando no estás sola, cuando tienes hijos... Entonces ya está, no hay más que hablar. La vulnerabilidad es extrema pero también lo es la rabia.

-En la historia aparecen el sexo y la palabra como claves de supervivencia.

-La protagonista se aferra a dos cosas para no rendirse, o para no volverse loca. Una es la percepción de la belleza; la otra, en efecto, es el sexo. No el amor, el sexo.

-Las dos son formas de transcendencia.

-Es que es en ese transcender animal que no tiene una causa lógica cuando, en mi vida adulta, he tenido alguna sacudida: el sexo y la belleza son las pulsiones que me han perturbado y, a la vez, me han movido la base.

-"No debemos perder la razón, ni las palabras -dice-. Si perdemos no habrá final". Pero los de fuera no dejan de acechar.

-En la civilización podemos distinguir más o menos tres niveles. En un primer nivel están el conocimiento de lo humano y la empatía que esto provoca. En un segundo nivel lo racional y la manera no sentimental ni animal de explorarnos en el día a día y, por último, está lo culto, lo civilizado: aquello que convertimos en simbólico, que nos sirve para narrar de uno mismo y del mundo que nos rodea. En este tiempo, se han transgredido los tres estamentos. Con la conexión innegable, además, de la Iglesia católica, que vemos en esa manera en que manejan la culpa... Y luego está esa ruptura absoluta con lo humano que es el hambre, el hambre como posibilidad real... Para una sociedad, conseguir llegar hasta el tercer estrato es muy difícil, y lo habíamos conseguido en tres décadas, y en seis, ocho años, lo han reducido a nada. Lo racional (bienes públicos, sanidad, colegios...) era complicado fosfatizarlo, pero se ha conseguido. A través de la culpa, claro.

-El que elaboró el concepto de culpa fue un auténtico genio. Como el que cosió "la palabra Dios, la palabra puta, la palabra fuego".

-Es que no soporto ese discurso público del perdón que otorgan, como si esto fuera algo que hemos hecho sólo nosotros. Siento que todo lo que me ha pasado me permite alejarme de lo que podríamos llamar legal. Uno puede permitirse no ser solidario cuando se han trastocado los niveles: lo social y lo cultural desaparecen y yo soy una bestia. Y ni siquiera así soy una bestia como ellos, porque no soy voraz. Quizá la principal idea de la novela sea esa ruptura de lo humano, como saben en las guerras: cuando un enemigo sitia a un grupo ya no hace falta hacer más, se destrozan entre ellos. Y eso es justo lo que están haciendo con nosotros.

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