Cultura

Almodóvar preso de sí mismo

Comedia, España, 2013. 90 min. Dirección y guión: Pedro Almodóvar. Producción: Agustín Almodóvar y Esther García. Intérpretes: Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Antonio de la Torre, Miguel Ángel Silvestre, Hugo Silva, Guillermo Toledo, José Luis Torrijo, Penélope Cruz, Antonio Banderas, Paz Vega, José María Yazpik, Laya Martí, Blanca Suárez, Carmen Machi. Cinesa Los Barrios.

El éxito, como el poder, aísla. Y el éxito absoluto aísla absolutamente. Podría ser el caso de Almodóvar. Un serio problema porque la clave de su cine radicaba en su capacidad para conectar con la realidad y expresarla a través de una subjetividad que se complacía en mundos politóxicos, hipersexuados, metacinematográficos, locamente gais y extravagantemente kitsch. Lo marginal hasta hacía poco prohibido; lo acanallado, rabiosamente urbano y escandalosamente suburbano; el universo de los travestis de toda la vida -los imitadores de estrellas de las salas de fiestas- fundido con la agresiva bisexualidad glam y la estética punk, el sainete castizo, el Rock Ola o los cines Alphaville… Todo formaba caóticamente parte del universo del mejor Almodóvar, que parecía padecer el síndrome de Diógenes en versión cultura popular.

Así desbordó de la marginalidad de las sesiones de medianoche logrando lo que el cine español pocas veces consigue: conectar con las inquietudes y expectativas de un público que cambiaba tan rápidamente como el país. La calle entraba en los cines. De pronto la generación de la Transición, la de la Nueva Comedia Madrileña, se hizo vieja. La Alaska que interpretaba junto a Carmen Maura el primer largo de Almodóvar en 1980 lanzaba El rey del glam el mismo año 1982 en que el director triunfaba con Laberinto de pasiones. Tejero había fracasado, el PSOE había ganado, la Transición había terminado. Era el momento. Ellos estaban allí. Y lograron expresarlo.

En 1988 Mujeres al borde de un ataque de nervios lo alzaba a la cumbre de la popularidad, el éxito y el reconocimiento crítico. Pero desde entonces -con la excepción de Todo sobre mi madre y Hable con ella, su cuarteto de melodramas de oro junto a La ley del deseo y Matador- su carrera ha sido un lento declive que acabó embarrancando en la ridiculez de La piel que habito.

Almodóvar no es tonto. Es más: es inteligentísimo y además muy listo. Pese a los palmeros que intentan convencerle de que las malas críticas obedecen al odio personal que le profesan algunos críticos o al ataque de la caverna, tal vez intuya que algo no va bien. Y 25 años después ha decidido volver a la comedia disparatada que actúa como reflejo de la realidad en el espejo deformado de su personalidad. De ahí que sea necesario este largo preámbulo a una crítica más bien breve. Porque hay mucho que decir sobre Almodóvar, el director español más internacional, popular e influyente de las últimas cuatro décadas, pero poco sobre Los amantes pasajeros.

Como en Mujeres al borde de un ataque de nervios encierra a sus personajes en un escenario casi único: un avión con problemas. Como en las comedias de su primera época, las caricaturas hacen guiños a la realidad. Pero nada es igual. Lo que antes era naturalidad ahora es forzado. Lo que antes era frescura ahora es cálculo. Lo que antes era transgresión ahora es grosería inocua. Lo que antes era locura ahora es simulación.

Cualquier nueva comedia americana es mucho más grosera que las supuestas transgresiones verbales o gestuales que emborronan esta película sin aportarle gracia. Y cuando la grosería no es provocación se queda sólo en trazo grueso de mal cine. En un país que ha aceptado el matrimonio homosexual la exaltación de la pluma resulta hasta reaccionaria, como un eco (eso sí, ya no homófobo) de No desearás al vecino del quinto. El canto a la bisexualidad tampoco reivindica opciones sexuales reprimidas ni desafía estrecheces puritanas. Las buenas metáforas de la España actual (los aeropuertos sin aviones) se cruzan con otras demasiado evidentes (los pasajeros de la clase turista dormidos) y con caricaturas más bien toscas tomadas de la telebasura (la fulana de lujo que huye con los secretos de los famosos y poderosos que han retozado con ella) o de la crónica político-financiera negra (el banquero corrupto).

La fotografía es brillante, la música espléndida, algunas interpretaciones notables (especialmente en el caso de Carlos Areces, el mejor del trío de locas/chicos Almodóvar que son el centro de la película), hay alguna réplica brillante… Pero el conjunto no funciona. La risa acude pocas veces a la cita. Y no vemos reflejada en la pantalla la España de los ere, gürteles, sobres o Bárcenas. Ni a Almodóvar. La conexión con la realidad sigue rota. El poder aísla. El éxito también. A lo mejor le convenía darse una vuelta por el país de incógnito, como el director de Los viajes de Sullivan. No vaya a ser que algo o alguien lo tenga tan engañado y sometido como Grima Lengua de Serpiente al Rey Théoden. O, lo que sería peor, que él sea su propio Lengua de Serpiente.

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