Protagonistas en primer persona de un acontecimiento histórico

Un reencuentro 'de golpe' 40 años después

  • El ex diputado Antonio Morillo y el guardia civil jubilado Emilio Hinojosa vuelven a darse un abrazo como el que se dieron en el Congreso la mañana siguiente a la pesadilla del 23-F

Emilio Hinojosa y Antonio Morillo, fotografiados este verano en Vejer.

Emilio Hinojosa y Antonio Morillo, fotografiados este verano en Vejer. / D.C.

24 de febrero de 1981. A eso del mediodía. El intento de golpe de Estado liderado por Antonio Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil, ya se sabe que ha fracasado. Atrás quedaban 17 horas de miedo y angustia para unos diputados que habían sido secuestrados y que durante todo ese tiempo desconocían si el intento por tumbar la democracia estaba o no triunfando. Pero cuando acabó todo, esos representantes del pueblo empezaron a abandonar el Congreso, para lo que tenían que pasar antes por dos filas formadas por los guardias civiles que los habían escoltado en el hemiciclo durante esas interminables horas. Uno de esos diputados era Antonio Morillo Crespo, que militaba en la UCD de Adolfo Suárez, el partido entonces gobernante, y que era también alcalde de Vejer. Y al pasar por delante de uno de los guardias civiles, el cabo Emilio Hinojosa, el diputado por Cádiz se fundió en un abrazo interminable con él.

Han tenido que pasar 40 años para que Morillo e Hinojosa se dieran un abrazo similar. Y ha sido este verano, en un reencuentro cargado de emoción y cariño que ha tenido lugar en la localidad vejeriega, donde el guardia Hinojosa, ya jubilado, de 73 años de edad y con residencia en Valdemoro (Madrid), acudió rodeado de su familia.

Pero, ¿qué pasó entre ambos aquella tarde-noche del 23-F y la posterior madrugada? ¿Dónde surgen esos vínculos? Antonio Morillo, que hoy tiene 87 años de edad, lo cuenta con la gracia que le caracteriza: "Yo estaba sentado en el centro del hemiciclo, junto al resto de diputados de la UCD y en una segunda fila por detrás de los ministros. Estábamos aterrorizados porque ya había habido disparos, porque los guardias estaban armados y porque en todo momento desconocíamos lo que estaba pasando en el exterior. Además, había una cosa que a mí me atormentaba y era que el ministro del Interior, Juan José Rosón, me había encomendado unos meses antes que presidiera una comisión parlamentaria de Derechos Humanos que tenía que investigar el trato que en España se le dispensaba a los presos, incluidos los de la ETA. Y yo me dije, 'como esta gente se ponga a leer la ficha de cada diputado, soy de los primeros en pasar por el paredón'. Entonces vi que en el pasillo que había cerca de mí había un guardia civil que no paraba de mirarme. No me quitaba la vista de encima. Me tenía totalmente controlado. Y yo me dije 'o me odia y me va a pegar un tiro, o es que le gusto'. Así pasaron unas cuantas horas hasta que tiempo después levanté la mano para poder ir al servicio, algo que teníamos que hacer acompañados siempre de un guardia. Y cuando me autorizaron a abandonar mi escaño, ese guardia que me tenía controlado pidió ser él el que me acompañara. Ahí pensé que mi final había llegado".

Pero fue en el urinario donde las tornas cambiaron, porque ese guardia civil, que resultó ser Emilio Hinojosa, le dijo a Morillo que estuviera tranquilo, que le conocía porque había estado destinado unos años antes en Vejer y que le tenía aprecio. Y le ofreció toda la ayuda que fuera posible, dentro de sus posibilidades. "Aquellas palabras resultaron ser un bálsamo en medio de tanta angustia; ahí empecé a respirar tranquilo", relata Morillo.

Hace unas semanas, la friolera de 40 años después, ambos se han reencontrado en Vejer. Y Emilio Hinojosa, natural de Azuaga (Badajoz) pero criado desde muy niño en la localidad sevillana de Alanís de la Sierra, explica el porqué de su gesto: "Cuando entramos en el hemiciclo, sin conocer evidentemente cuál era nuestra misión porque eso era algo que sólo conocían los jefes, yo sabía que por ahí estaría Antonio Morillo. Y ante el pánico general, comprendí que tenía que tranquilizarlo como fuera y ofrecerle mi ayuda, porque durante los más de dos años que estuve destinado en Vejer él, que aparte de alcalde regentaba una farmacia, siempre se portó muy bien no sólo conmigo sino con todos los guardias que estábamos en el cuartel de esa ciudad. Eran unos tiempos en los que los guardias civiles estábamos a dos velas, sin Seguridad Social siquiera, y Morillo no ponía pegas para dispensarnos los medicamentos que precisábamos nosotros y nuestras familias", rememora.

Este verano, y durante varias horas, Morillo e Hinojosa pudieron recordar juntos las vivencias compartidas en una jornada histórica para este país que tuvieron la fortuna o la desgracia de vivir en primera persona. Y volvieron a abrazarse emocionados. Porque lo que el 23-F ha unido, que no lo separe el hombre.

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