Elecciones municipales

Villamartín, dando vueltas a una rotonda

  • El debate en un pueblo que ha alcanzado algunos logros en esta legislatura se centra en los 'cortijos' que adornan las entradas

Cartel alcalde junto a la rotonda de la polémica

Cartel alcalde junto a la rotonda de la polémica / Fito Carreto

Juan Luis Morales es una pequeña joya para lo que queda del andalucismo, que ahora se llama de una manera muy rara, Andalucía X Sí. Habiendo asumido la evidencia de que su material ya no se compra en los mercados de las Generales, ni las Autonómicas, ni las Europeas, al haber aparecido productos nuevos mucho más vistosos, los andalucistas, con algo de maquillaje de marketing, se acantonan en los pequeños poderes locales que le quedan. En ese sentido, la vieja tierra jornalera del interior es muy agradecida. Y ahí Morales, en Villamartín, que saluda con su lema de “te espero hasta si la soga no se rompe”, que hace referencia a las crecidas del Guadalete que dejaban este pueblo que es cruce de caminos aislado, es un valor seguro.

Hace cuatro años el PSOE no midió convenientemente a su rival y le entregó una mayoría absoluta que durante tres años Morales ha manejado con soltura. Su acercamiento a las tradiciones en este pueblo de tierra adentro no ha tenido nada de impostado. Él mismo es muy tradicional cuando hablamos de hermandades y demás manifestaciones populares. También ha sabido sacar adelante la feria de muestras, que había languidecido durante el mandato socialista.

Exposierra ya superó el centenar de empresas en su última edición y a los culiblancos, que es como se conocen los villamartinenses en la comarca y que me dicen que no tiene nada de peyorativo, les llena de orgullo. Pregunto por lo de culiblancos, claro, y me refieren que por su situación, cuando los de Villamartín pastoreaban se les veía desde toda la Sierra con su zurrón blanco a la espalda. Se les distinguía por el culo, vaya. Quizá es por eso la recuperación de una feria, quieras que no ganadera, aunque tiene muchas más cosas, les da subidón identitario, lo que se valora en un pueblo con cierto aire señor.

El casino lo tiene. Es bonito el casino, que data de 1946, y que, me dice Francisco, emigrante de Francia y Alemania y muchas cosas más, al que se le consume el cigarrillo haciendo equilibrios en el quicio de la mesa de mármol, no era lugar de exclusividad de señoritos, que aquí los había y no pequeños precisamente. Aquí había terratenientes de los grandes. “Aquí siempre hubo gente de dinero, pero si querías venir al casino pagabas y entrabas, no tenías que ser de ninguna familia”. Pregunto a Francisco por el alcalde y Francisco está contento, hace cosas, dice.

Y aquí se monta. Entran tres socios. “Venga, Paco, cuéntales la verdad. El pueblo está pa’ echarlo”. De modo que me acerco al trío crítico. Aquí es donde me entero de la gran polémica del momento en Villamartín: las rotondas. Y los baches. Morales ha emprendido, como cualquier alcalde, una batería de obras pegadas a las elecciones. Una de estas rotondas es la comidilla del pueblo.

“Es un mamarracho”. “Yo no lo veo tan mal, el arte es subjetivo”. “¿Qué carajo es, qué pretende?” “Aquí la gente se queja por todo, unos dicen que no se puede girar, que no es verdad, y otros que es extraña, pero yo no la veo tan extraña. Y yo soy apolítico, eh”. Sospecho de esta última afirmación del último interlocutor por su vehemencia, pero lo cierto es que todo el mundo en Villamartín tiene una opinión sobre la rotonda, la mayoría negativas, así que me voy a verla.

He llegado tras observar un hecho curioso. Hay carteles de toros por todas partes. Están anunciadas todas las ferias, las cercanas y las lejanas. Bien, es verdad, es un poco rara. La rodeo, intento comprender su significado. Es, parece, un cortijo. Sí, un cortijo. Con sus ladrillos y todo. Todavía no está terminada. Vialmente no parece muy práctica en este lugar que es más polígono empresarial que zona residencial. En fin, no sé, yo no soy de aquí.

Me acerco a un taller cercano y allí hay dos mecánicos muy majos, Joaquín e Israel. Joaquín es de los críticos. “El alcalde lo estaba haciendo muy bien, pero con esta rotonda y con la otra del Mercadona... ahí se ha equivocado y yo creo que le va a costar votos. Antes estaba muy bonito, pero dicen que se quería ahorrar el dinero de la electricidad de los semáforos”. “Pues la rotonda no parece barata. ¿El cortijo se construye completo o se queda así, sólo la fachada?”. “Pues no lo sé -me dice Joaquín limpiándose la grasa de las tripas del último coche-, pero estéticamente es un horror y yo creo que es hasta peligroso. En vez de gastar dinero ahí lo podía gastar en arreglar los baches, que te dejas las ruedas. A nosotros eso no es que nos venga mal, pero debería arreglar las calles”.

No se sabes hasta qué punto Morales ha medido este homenaje que el trío crítico del casino me cuenta que está dedicado a Alejo Perujo, un benefactor del pueblo que no tuvo descendencia y dejó el cortijo al pueblo. “Está la gente enfadada”, insisten. Y me explican. “Se dice que Villamartín es un pueblo agrario, pero a la hora de verdad no encuentras gente para trabajarn el campo. Cuando llega la temporada del tomate o del melón francés vienen de Puerto Serrano o de Jédula. Luego también que aquí está el hospital comarcal y la Tesorería de la Seguridad Social. Con esto te quiero decir que hay mucho movimiento de coches porque, además, aquí todo el mundo tiene coche y esas cosas que hace el alcalde agravan los atascos”.

Al salir por la otra punta de Villamartín, está la otra rotonda, la que dicen del Mercadona y que me dicen que tiene frito a los camioneros. Esta tampoco es manca. Se trata de una gigantesca veleta, inmensa, en hierro viejo. ¿Y saben cuál es el motivo de esta nueva rotonda? ¡Lo adivinaron! ¡Otro cortijo! De modo que abandono Villamartín preguntándome qué le pasa a este alcalde con los cortijos.

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