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El Gobierno chino cierra las mezquitas de Urumqi para evitar más violencia

  • La medida no consigue evitar las protestas de los uigures en los accesos a los templos · Un nuevo balance oficial eleva a 184 los fallecidos en los disturbios

Las 200 mayores mezquitas de la ciudad musulmana china de Urumqi permanecieron cerradas ayer, día de culto de esta religión, para evitar más altercados étnicos como los del domingo, los peores en el país asiático en dos décadas, con al menos 184 muertos, según un nuevo balance oficial.

Sin embargo, la medida no evitó protestas en los accesos a los templos, como sucedió en la Mezquita Blanca, cuando un grupo de la etnia uigur musulmana convocó una pequeña protesta que puso a prueba el despliegue militar.

Otro tanto sucedió en la mezquita de Döng Körük, en el epicentro de la violencia, donde unos mil uigures consiguieron finalmente acceder al templo para orar, después de pasar la semana escondidos en sus casas debido a los linchamientos que sufren por parte de la etnia mayoritaria china han desde el martes.

Los chinos han acusan a los uigures de haber provocado la matanza del domingo, tras la cual fueron detenidos más de 1.400 uigures, mientras que éstos, que reconocen que hubo miembros de su etnia que atacaron a chinos, dicen que la mayoría de muertos se produjeron por la represión policial china. La protesta devino violenta después de que un grupo de estudiantes uigures organizara una marcha para criticar la pasividad de Pekín por el linchamiento y la muerte de dos miembros de esta minoría en el sur de China.

Según testigos presenciales, los cuerpos antidisturbios desplegados ayer en la Mezquita Blanca detuvieron a varios de los uigures que protestaban por su cierre, mientras que en la de Yang Hang, la mayor en la ciudad, las autoridades informaron del cierre "por la seguridad del público". Quien quiera cumplir con el salah o rezo, uno de los cinco pilares del islam, que lo haga en casa, venían a decir las notas pegadas en los muros de las mezquitas, cerradas toda la semana.

El cierre ayer de los templos hizo subir unos grados la tensión entre la minoría uigur, ya que otras mezquitas de menor tamaño frecuentadas por la minoría hui, de rasgos similares a los chinos pero musulmanes, sí permanecieron abiertas.

La confusión, el caos de datos y las acusaciones mutuas continúan en medio de lo que las autoridades chinas aseguran que es una vuelta a la normalidad, forzada gracias al despliegue de más de 20.000 efectivos policiales y militares.

Los grupos uigures en el exilio aseguran que el número real de víctimas es de hasta 800, una sospecha que comparten chinos y extranjeros residentes en Urumqi.

Aunque ayer la ciudad había vuelto a una aparente normalidad y los uigures empezaban a salir de nuevo a la calle a instalar sus puestos de frutas y verduras y a reparar los destrozos causados por los Han, la protesta de ayer demostró la fragilidad de esta "paz".

De hecho, las autoridades de la capital de Xinjiang impusieron ayer de nuevo el toque de queda, que fue levantado la medianoche del jueves, mientras miles de residentes abandonaban la ciudad ante el riesgo de nuevos tumultos.

Los chinos salieron el martes al unísono a la calle -a pesar del corte de comunicaciones como internet, la telefonía fija o los mensajes de texto de móviles-, armados con palos e incluso armas blancas, con los que atacaron los negocios uigures y lincharon a sus miembros en venganza por la violencia del domingo.

Ayer, el Buró de Asuntos Civiles de Urumqi informó de que "las familias de civiles inocentes muertos el domingo" recibirán una compensación de casi 30.000 dólares por fallecido.

Xinjiang, una región del tamaño de Europa Occidental poblada por centroasiáticos, caucásicos, chinos y turcos desde hace siglos, es junto al Tíbet uno de los polvorines étnicos del oeste de China, pero irrenunciable para la tercera potencia económica por su riqueza en petróleo y otros recursos naturales.

"Estas protestas, como las del Tíbet de hace 18 meses, reflejan el fallo profundo de las políticas étnicas de Pekín", señala Nicholas Bequelin, investigador de la ONG Human Rights Watch, quien añade que "los uigures, como los tibetanos, tienen una historia, cultura, religión e idioma distintos al resto de China".

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