Cartas desde la Estepa

Todos los caminos llevan al Luzhniki

  • El preocupante juego de 'La Roja' en Kaliningrado desata los temores de los españoles en Moscú, donde la esperan

Una vista del impresionante estadio Luzhniki antes de comenzar el partido entre Dinamarca y Francia.

Una vista del impresionante estadio Luzhniki antes de comenzar el partido entre Dinamarca y Francia. / YURI KOCHETKOV / efe

Todo pasa por Moscú. Todos los caminos de este Mundial Rusia 2018 conducen a Luzhniki, el espectacular estadio capitalino que albergará la gran final. Y, antes, este domingo a las cinco de la tarde en horario moscovita, el partido Rusia-España de octavos. Nada más y nada menos que los anfitriones. Una desapacible espera la que estamos teniendo, ya de vuelta en la capital, los seguidores de La Roja: la imagen contra Marruecos fue lamentable y hemos perdido ya la vitola de favoritos. Los moscovitas españoles habíamos soñado jugar contra Rusia aquí, pero con la selección de otra manera. Las sensaciones son feas. Después del partido de este lunes, mis amigos rusos comienzan a creerme. "Si volvemos a jugar así, nos eliminaréis seguro", les vengo diciendo.

España ha dejado de ser temible. En la calle estamos desaparecidos. Paseé por el centro de Moscú hasta bien entrada la noche este sábado. Nunca había vivido un espectáculo multinacional así. Me contaron que la fiesta continuó hasta las diez de la mañana en el entorno de la Plaza Roja. Grupos de aficionados locales coreando con insistencia el nombre de su país, como celebrando el orgullo de la impecable organización de este Mundial. Centenares de latinoamericanos, cómo no. Sin embargo, no encontré un solo aficionado con camisetas de la selección y menos con una rojigualda anudada al cuello. Y, en cambio, di hasta con gente exhibiendo la elástica ecuatoriana y banderas de Turquía y de Argelia (ninguno de estos tres países está presente en esta fase final del Mundial). Lo cierto es que, en contraste con la marea latina, la exigua presencia de aficionados europeos -no solo escasean los españoles- en las calles de las ciudades rusas, con la excepción honrosa y meritoria de suecos e islandeses, es llamativa.

En las gradas del Estadio de Kaliningrado apenas un par de miles de aficionados de La Roja por 20.000 marroquíes. "¿Qué os pasa? ¿No confiáis en vuestro equipo?", me preguntaba una compañera extrañada por la disparidad de las cifras. No sé si empezar por hablarle del desapego patriótico general o mejor explicarle que en nuestro país los clubes despiertan más pasiones que la selección. No tengo claro que vaya a convencerle sólo con el argumento de que la crisis ha dejado tocada a la clase media y tal. España como problema, España invertebrada. 70 años después del libro de Laín Entralgo y un siglo después del de Ortega seguimos en las mismas. "Yo creo que como ganamos un Mundial hace poco y no se ve un equipo igual de bueno, la gente prefiere reservarse las vacaciones con la familia", le cuento. El caso es que el personal está apático y como desconfiado y ello pareció tener un reflejo en los dos últimos partidos de la selección de Hierro. La cosa pinta mal.

Nuestro paseo matutino por el balneario báltico de Svetlogorsk con la ilusión de encontrar algo de ámbar en la orilla del mar, como quien aguardaba el milagro de ver a la selección española jugando bien al fútbol -los locutores de la televisión rusa la siguen definiendo como la del tiki taka- en el Estadio de Kaliningrado, es ya un nostálgico recuerdo. Kaliningrado será para nosotros la evocación de un partido romo y una carambola final que nos permitirá medirnos a Rusia. Ahora toca el bullicio y las prisas de la implacable Moscú, donde los hispanos podrían acabar jugando octavos, semis y final.

Luzhniki espera. El estadio está situado a unos seis kilómetros del Kremlin y muy cerca del río Moskvá y de bellas zonas ajardinadas, como el Parque Gorki. Luzhniki ha sido sede central de una Olimpiada, la de Moscú en 1980, y ha acogido finales de UEFA y Champions League antes de la remodelación de 2017. La temperatura y el tiempo llevan acompañando desde que comenzara el Mundial. La grada va a apretar. Hay ilusión entre los rusos. La pasión ha ido creciendo con el paso de los días: sueñan con ver a su equipo lejos. No habrá excusa para La Roja. Noventa minutos separan a la selección española de seguir en el Mundial de Rusia o de engrosar con los nombres de Krasnodar, Sochi, Kazán, Kaliningrado y Moscú las páginas de la historia de las decepciones patrias. Si hay vida más allá de este domingo, la gloria esperará junto a un meandro del río Moskvá, en Luzhniki.

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