Cartas desde la Estepa

La sonrisa del Mundial

  • Concluye un campeonato que nos deja a quienes vivimos en Rusia un regusto de melancolía y alegría, algo que en este país se debe medir mucho

Aficionados rusos se divierten con sus mascotas en Sochi.

Aficionados rusos se divierten con sus mascotas en Sochi. / Javier Etxezarreta / efe

Este domingo se nos acaba el Mundial de Rusia 2018 con la gran final Croacia-Francia en el estadio de Luzhniki de Moscú. No sé cómo lo han vivido ustedes desde la distancia. Imagino que para muchos el campeonato se terminó a partir de la eliminación de la selección española. A mí me va a dejar una rara sensación que les anticipé en alguna de estas cartas esteparias que he tenido el privilegio de llevarles: melancolía por su final -ha sido un suspiro, ya lo imaginábamos- y cierto deseo también de volver a la rutina en esta desmesurada capital rusa. Pero en el Mundial 2018 ha predominado la alegría. El fútbol ha traído felicidad. Sonrisas. Camaradería. Viendo mezcladas las hinchadas de países que mantienen conflictos diplomáticos de mayor o menor intensidad en el mundo real uno se ha dado cuenta de que pocas cosas como el deporte trascienden y unen.

Decía que Rusia 2018 ha sido un Mundial de sonrisas. Y eso no es fácil en un país en el que a los niños se les enseña a no hacerlo delante de desconocidos. Soy testigo de ello. Cuando los propietarios del piso en que vivo vienen a visitarme con sus tres niños pequeños los chiquillos apenas esbozan la sonrisa después de mucha insistencia por parte de sus padres para que me digan algo. Aún recuerdo las miradas de los pasajeros del vagón entero del metro cuando con algún amigo español comentaba a carcajadas una anécdota cualquiera (la seriedad de los rostros contribuía a hacernos reír más, claro).

"Tradicionalmente la sonrisa y más aún la risa en lugares públicos, ante extraños, ha sido considerada un gesto de idiotez y hasta de desequilibrio mental", me recordaba una compañera el otro día. Creo que hay incluso un proverbio ruso que dice algo así como que reírse sin razón es un signo de estupidez. Evidentemente, no quiere ello decir que los rusos no se rían nunca o que carezcan de sentido del humor, pero sí reservan los momentos. Argumentan -no les falta razón- que la permanente sonrisa en los labios y el exceso de simpatía con gente a la que no se conoce de nada, como ocurre en los naturales de otros muchos países, encierra cinismo. Y el ruso es franco y directo como pocos.

Algo parecido ocurre con el saludo. Aquí basta con proferir el equivalente a "hola" ("privet" o "zdravstvuyte", dependiendo del grado de formalidad). Recuerdo la cara de extrañeza de muchos de mis interlocutores rusos cuando les he soltado un "qué tal, cómo estás", sobre todo si se trataba apenas de algún conocido o saludado (como diría Josep Pla). Como he ido sabiendo después, uno no formula ese tipo de preguntas de manera automática: sólo si, de verdad, está dispuesto a escuchar la respuesta. Y eso es algo reservado a los amigos y a determinadas circunstancias. La llegada a la oficina a primera hora de la mañana no es, desde luego, el momento.

En este sentido, en lo que a mí respecta el contraste de pasar de Marruecos -donde residí tres años- a Rusia no pudo ser mayor (aunque es cierto que mediaron otros tres años en que viví en este sentido, en un territorio intermedio): de la interminable retahíla protocolaria magrebí ("Salam aleikum", "qué tal, cómo va la salud, la familia", etcétera) a la sequedad rusa.

Las cosas, sin embargo, están cambiando. Las nuevas generaciones sonríen y ríen más. No me cabe duda. Si el estado de la dentadura -según un reciente estudio en España, la salud bucal explica las reticencias de muchos- es un escollo, en Moscú hay una clínica dental casi en cada esquina. Los rusos viajan hoy mucho más que hace 30 años y los hábitos se van mezclando inevitablemente en este mundo globalizado. Además, en este otro planeta paralelo que habitamos, el de Instagram, en el que todo el mundo come en restaurantes rutilantes y viaja a los destinos más fascinantes, la tristeza o la seriedad tienen cada vez menos espacio. Se tenga o no, hay que aparentar felicidad. Y la sonrisa es el mejor código internacional.

El Mundial de la sonrisa de Rusia al planeta se termina. Como estoy viendo en el centro de Moscú este fin de semana -ha sido igual el resto de la misma-, los rusos van a disfrutarlo hasta el último suspiro. Sonriendo y riendo mucho.

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