Ciudades tecnológicas para la vida
La tecnología y, sobre todo la digitalización, puede servir para propiciar los cambios necesarios y favorecer nuevos modelos de ciudad
La humanidad no podría entenderse sin las ciudades. Estas ayudan al ser humano a adquirir muchas de las experiencias biográficas que le dotan de una identidad asociada al sencillo hecho de habitarlas. Una vivencia colectiva que nos acompaña desde hace miles de años y que, en la actualidad, opera como una auténtica encrucijada de problemas y oportunidades del que pende, en gran medida, el éxito futuro de la civilización humana.
El reto principal de las ciudades en el siglo XXI es que, si vivimos en ellas masivamente, deberán convertirse en espacios vivibles en su sentido más amplio y abierto del término. Un objetivo repetido como principio a lo largo de su dilatada historia, pero que ahora deviene una prioridad urgente e insoslayable debido a la extraordinaria complejidad que alimenta su día a día.
La tecnología y, sobre todo, la digitalización, puede servir para propiciar estos cambios tan necesarios y favorecer nuevos modelos de ciudad. Además, puede hacerlo no solo en términos cuantitativos y utilitarios relacionados con la prestación de servicios públicos y la generación de prosperidad, sino, también, cualitativos y éticos relacionados con el bienestar de la comunidad. De hecho, este aspecto ahora adquiere una relevancia trascendental para hacer vivibles las ciudades en su sentido más amplio. Es decir, puede reducir los inconvenientes que afectan al bienestar humano y propiciar una vida individual y colectiva más satisfactoria y plena emocionalmente; más cívica y tolerante; más cómoda y amigable en las experiencias que acoge y promueve, pero, sobre todo, siendo plenamente sostenible. Y, en este sentido, la tecnología puede facilitar la eterna aspiración urbana de aunar prosperidad y bienestar.
Manifiesto de Ciudades Vitales
El Manifiesto de Ciudades Vitales que presentamos en este encuentro “Greencities & S-MovinG” que hoy se celebra en Málaga de la mano de la Fundación COTEC y Amazon, es un esfuerzo para contribuir a hacer nuestras ciudades más vivibles. El desarrollo actual y futuro de la tecnología brindan una oportunidad al respecto que hay que aprovechar.
Hay que superar el concepto de la “ciudad inteligente” y hacerlo evolucionar hacia otro que definimos como “ciudad vital”. Esto significa pasar del foco de la eficacia en la prestación de la oferta de servicios a impulsar el bienestar vital de sus habitantes, algo que supone un cambio de mentalidad que ha de ir acompañado de acciones transformadoras.
Lo primero a tener en cuenta es la necesidad de hacer que la ciudad empodere a las personas sobre el tiempo que emplean en su movilidad al hacerla “cronosostenible”. Esto significa que tiene que ser abarcable dentro de distancias que faciliten comunicaciones de proximidad que, a su vez, reducen la huella de carbono.
Después, como segundo paso, hay que desarrollar un modelo económico de ciudad donde la obtención de la prosperidad sea sostenible. Ha de basarse en una economía verde y circular que abarque todas las interacciones que tienen lugar en ella. Para ello, es necesario un diseño que además de reducir emisiones, se adapte flexiblemente a los cambios provocados por la emergencia climática. Y el objetivo no es otro que hacerla más vivible ambientalmente hablando.
En tercer lugar, es importante favorecer una ciudad que aloje un propósito ético de convivencia mucho más ambicioso que el actual. Se trata de contar con una ciudad vital “equitativa” y reducir las brechas que fragmentan el clima de igualdad que debe recorrerla transversalmente de un extremo a otro. De ahí que hablemos de una ciudad equitativa e inclusiva en los beneficios derivados de hacerla vivible. Pero esto exige, también, que la tecnología ayude a que la prosperidad llegue a todos sus habitantes, ofreciéndoles oportunidades de desarrollar sus proyectos y capacidades, especialmente entre los grupos más vulnerables en términos digitales.
El cuarto aspecto a destacar pasa por impulsar una ciudad “participativa”, abierta a una co-gobernanza práctica, que descanse en una tecnología que favorezca el diálogo directo con las instituciones, así como su control y rendición de cuentas con un reforzamiento de su calidad democrática que legitima su capacidad, también, para intervenir en la agenda global.
Y, finalmente, como quinto y último punto, destacaríamos la relevancia de tener una cultura que favorezca el factor transversal de integración y generación de vivencias de comunidad basadas en un capital simbólico que atribuya a la ciudad el rasgo definitivo de “cultural” de acuerdo con los retos del siglo XXI. Esto es, en definitiva, contar con el espacio que haga posible una cultura para la vida humana.
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