Javier Ruibal

"Al final, uno se relaja: la vehemencia no siempre es buena compañera de viaje"

  • Javier Ruibal, que acaba de publicar nuevo disco, titulado 'Quédate conmigo', cierra el martes el ciclo 'Flamenco viene del Sur' del Central con un espectáculo más flamenco, 'Casa Ruibal'

El ciclo Flamenco viene del Sur del Teatro Central echará el cierre el próximo martes con la visita de un veterano con galones y con la libertad por bandera. Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955) ha preparado para la ocasión el espectáculo Casa Ruibal, en el que junto a sus hijos Lucía y Javier recorrerá las disciplinas del baile flamenco, la percusión y la canción compuesta e interpretada a la guitarra. Pero además el gaditano, autor de canciones como La rosa azul de Alejandría y La gloria de Manhattan, acaba de publicar, después de 30 años de fecunda y versátil trayectoria, un nuevo disco. En Quédate conmigo, trabajo del que hablamos con Ruibal, entrega una nueva colección de canciones sobre el amor, el humor, lo cotidiano y lo trascendente .

-Quédate conmigo es el primer trabajo que produce de manera independiente a través del sello Lo Suyo Producciones. Pero, dado que su carrera ya se había mantenido en la más estricta independencia, ¿ha sido el proceso realmente muy distinto?

-La diferencia es que ahora sí trabajamos de manera completamente independiente. El resultado es nuestro del todo, no hay que ceder derechos a nadie por nada. No tengo quejas de las compañías para las que he trabajado antes, salvo de las multinacionales, que no movieron un dedo por mis discos; pero está bien que uno tome el gobierno de lo que hace.

-Dado que tanto veteranos como jóvenes optan de manera generalizada por la autoproducción, ¿era cuestión de tiempo?

-No sé. No tenía nada previsto al respecto, pero es que no suelo hacerme expectativas de nada. Mi empeño consiste únicamente en hacer canciones y contar cosas nuevas. Sí es verdad que hay una desafección muy grande por los discos, pero en parte esto ha permitido que los discos vuelvan a ser lo que nunca debieron dejar de ser: invitaciones para venir a vernos a los músicos en el escenario.

-¿Y qué dice en Quédate conmigo que no hubiese dicho antes?

-Las novedades provienen, sobre todo, de la madurez. En este disco me permito hablar, por ejemplo, sobre los niños que trabajan cada día en muchos países en condiciones de esclavitud, pero lo hago reivindicando la alegría irrenunciable de cada niño, incluso del que trabaja. No lo había hecho antes, y había llegado el momento. También le he dedicado una canción a Lucía, mi hija, que es bailaora; y en este sentido tal vez Baila Lucía es la canción de cuna que no le hice en su momento. También canto de manera más crítica sobre los abusos urbanísticos. Los tiempos mandan.

-También hay más humor que en sus discos anteriores.

-Sí. Al final, uno se relaja. La vehemencia no siempre es buena compañera de viaje, la ironía puede más que la bronca. No por tomar más distancia se es menos reivindicativo, y la verdad es que no me interesa hacer canciones como se da un manotazo en la mesa. Podemos decirnos abiertamente todo sin tener que llegar a la catástrofe.

-¿Responde esa inclinación a cierto carácter andaluz? ¿Tal vez a la gracia, que tiene que ver más con la realidad de la calle que con el dichoso tópico?

-Así es. Uno de los rasgos de nuestra identidad es que el cuerno de la abundancia nunca nos ha regado a los andaluces. Nunca hemos podido ser opulentos, salvo en la cultura. Y eso nos permite relativizar muchas cosas. El humor mejora cualquier reflexión, sobre lo más y lo menos trascendente. Mira lo que sucede en Cádiz con el fútbol: allí ya sabemos que los éxitos no suceden fácilmente. Y lo mejor es poder hablar de ello con humor.

-Cuando se habla de su música casi aparecen algunos lugares comunes: la canción de autor, el flamenco, la copla e incluso ciertas influencias andalusíes... ¿Se siente parte de alguna escuela?

-Lo único que puedo decir sobre eso es que todos los días estoy descubriéndome. A veces escucho en mi música cosas que me parecen muy modernas, pero también es verdad que otras canciones mías como Guadalquivir parecen tener una evocación andalusí. Pero aquí hemos venido a disfrutar, e imagino que eso es lo que te convierte en inclasificable. Las etiquetas sólo sirven para condicionar al público con ánimo sectario y alimentar todo el falso arte que se queda en el camino. A estas alturas ya no me planteo si una canción mía será más o menos comprendida porque sea más o menos flamenca.

-¿Cómo es hoy su relación con el público en el escenario?

-Delante del público ya he ido perdiendo la falsa vergüenza, así que me siento cada vez más cómodo, por más que siempre quede algo de nervio. Yo salgo al escenario, fundamentalmente, a divertirme, y mi impresión es que el público viene a comprobar que uno sigue haciendo las cosas bien.

-¿Comparte con el escritor el miedo a la página en blanco?

-Por supuesto. Cada vez que terminas una canción te quedas en blanco y vuelve el miedo a la reiteración, a ser el remedo de uno mismo. En esto la mía es una profesión de alto riesgo.

-¿Cómo querría verse dentro de otros 30 años?

-Inspirado, precisamente. Dando gracias a la música por haberme concedido el privilegio de haber podido vivir de ella.

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