Sara Ruiz. Violagambista

"El francés es la lengua materna de la viola"

  • El grupo La Bellemont inaugura una línea de música antigua en el sello Itinerant con un disco dedicado a música vocal de François Couperin

Plaisir sacré. La bellemont. Itinerant Early (Sémele).

Formada inicialmente como violonchelista, no fue hasta 1997 que Sara Ruiz (Madrid, 1977) se decidió por la viola da gamba, un instrumento mestizo surgido en la España del Renacimiento que alcanzó en la Francia de Luis XIV su pleno clasicismo.

-Los violagambistas parecen condenados a tocar música francesa.

-Estamos condenados y bien condenados. El lenguaje francés es la lengua materna de la viola. El instrumento no nació en Francia pero allí encontró su idiosincrasia. En Alemania, por ejemplo, la viola participó del mismo lenguaje que los otros instrumentos; por eso la música alemana para viola no es tan idiomática. En Francia, los músicos buscaron imitar a la voz humana con su instrumento, y en ese terreno la viola encontró su propio lenguaje.

-En la enseñanza de la viola ha habido unas escuelas muy claramente diferenciadas. ¿Se reconoce en alguna?

-Mi historia es curiosa. En 2004 llegué a estudiar con tres profesores a la vez: en Sevilla con Ventura Rico, que estudió con Wieland Kuijken, líder de una de las grandes escuelas clásicas; en Alemania, con Lorenz Duftschmid, que venía de la otra gran escuela tradicional de la viola, la de Jordi Savall; y en Lugano con Vittorio Ghielmi, que creó su propio estilo. Algunas veces pensé que eso había sido casual, pero no lo es: yo buscaba mi propio sonido, y en esa búsqueda permanente me sentí identificada a la vez con todos y con ninguno. La influencia de Ghielmi es enorme, porque es un músico de gran personalidad, y en la concepción instrumental de la viola estoy muy cerca de él, pero en la estética del sonido tengo también cosas de los otros. No puedo definirme. Cogí de cada uno lo que consideré más interesante.

-En Sevilla encontró un ambiente de música antigua efervescente.

-Absolutamente. Antes de llegar a Sevilla en 1999 pasé por el curso de música antigua de Aracena, y de allí salí ya prácticamente con dos grupos formados. Yo llevaba solo dos años tocando la viola, no era una gambista sólida ni mucho menos, pero prácticamente ya podía vivir de ello, y en eso Sevilla fue fundamental, porque había una realidad musical que lo soportaba. Podías plantearte hacer un grupo de casi cualquier cosa, porque sabías que podías tocar. En el año 2000 tuve ya muchos conciertos en Sevilla: estaba el Festival del Ayuntamiento, había ciclos que organizaba la Diputación, estaba el ciclo de Caja San Fernando, se hacían cosas en el Alcázar... Era un momento en que no te planteabas que fuera un sueño vivir de la viola da gamba, porque la posibilidad era real. Ahora tienes que decirle a la gente que se lo piense muy bien, pero entonces no hacía falta. En cualquier sitio por el que he pasado después he necesitado mucho más tiempo para crear un ambiente musical al menos similar.

-En 2007 funda La Bellemont junto a su marido, el laudista Rafael Muñoz, y la clavecinista Laura Puerto. ¿Con qué objetivo se crea el grupo?

-Rafa y yo llevábamos mucho tiempo tocando repertorio francés, y buscando una forma personal de hacerlo, y queríamos un clavecinista que se adaptara a nuestra concepción de esa música. Conocimos a Laura en otro proyecto, y fue como un amor a primera vista, porque estaba muy cerca de lo que queríamos.

-¿Y cuál es esa concepción personal del barroco francés?

-Teníamos la idea de hacer música de cámara en estado puro. El repertorio de viola francés es para solista con acompañamiento, pero nosotros queríamos que la viola estuviera íntimamente relacionada con el bajo continuo, por supuesto sin que perdiera su impulso solístico, pero haciéndolo arrancar del bajo, que es como la raíz de la que todo brota. Buscamos un bajo continuo integrado y compacto, en el que clave y tiorba no funcionaran de forma separada, como suele pasar. Juntos crean un tejido común, y ese tiene que ser el punto de partida de la viola y de todos los diálogos que se establezcan en el trío.

-El primer disco del grupo, que publicó Brilliant, estuvo dedicado casi inevitablemente a Marais, y ahora se meten con un repertorio muy difícil, el de los motetes de Couperin.

-Marais era casi imprescindible, sí, pero el segundo disco tenía que ser una declaración de intenciones. Nos gusta que la música esté un poco por encima de nosotros. Es un reto tocar música cuya calidad intrínseca es máxima. Los motetes de Couperin son muy poco conocidos, pero es música tan extraordinaria que después de años de tenerla en repertorio y de haberla grabado aún descubrimos cosas nuevas.

-Encontrar voces para esta música en España no debió de resultar fácil.

-En efecto. Necesitábamos voces de gran calidad, tanto en musicalidad como en recursos técnicos, pero además tenían que ser cantantes que se adaptaran a lo que buscábamos. En estos motetes, Couperin hace un empleo clarísimo de los gustos reunidos. La estructura compositiva es italiana pero sin perder el sabor francés. Por eso hemos tratado las voces como si fueran instrumentos, y es que, por ejemplo, el Regina coeli parece una sonata en trío de Corelli: por las ornamentaciones y las disonancias podría ser un violín lo que estuviera escrito en lugar de la voz. Encontramos a dos chicas jóvenes, Delia Agúndez y Magdalena Padilla, que se adaptaron muy bien a esto, y luego el bajo Jesús García Aréjula, que tiene una voz impresionante. Todos profundizaron además mucho sobre la pronunciación francesa del latín, que es fundamental en este repertorio, y otros aspectos vocales con Nacho Rodríguez, que trabajó como asesor.

-Además de las cinco piezas sacras de Couperin, el disco incluye piezas instrumentales para dos violas, que toca junto a Johanna Rose, con quien el próximo 10 de julio participa en la Noches del Alcázar de Sevilla.

- Sí, nos las planteamos como el complemento ideal: música instrumental con una concepción muy vocal, porque buscamos piezas que se adaptaran a esa idea de la viola como imitadora de la voz humana. Y todo con el objetivo último de lograr interpretaciones conmovedoras. En el fondo, buscamos una potencia expresiva física, real, no como mera elucubración filosófica. La teoría de los afectos es muy italiana, pero muy barroca también, va desde Monteverdi hasta Emanuel Bach. Y eso infecta todo el barroco, incluida la música francesa, que no es ajena a esa búsqueda de la emoción. Por un lado tiene esa elegancia, esa sutileza, esa atención por el detalle tan característica de lo francés, que es lo que al público general le cuesta quizá más entender. Pero luego tiene también esa fuerza del claroscuro, de los afectos intensos, que se relaciona más con el mundo italiano. Los gustos reunidos no eran una entelequia, sino una pura realidad musical.

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