La nostalgia. El triunfo de la propaganda comunista. La depresión económica mundial. O vaya usted a saber qué otra razón de índole personal. Más seguramente una mezcla de todas o de algunas de ellas. Lo cierto es que en 1936 y después de casi 20 años en Occidente, Serguéi Prokófiev decidió volver a la URSS. La guerra lo esperaba a la vuelta de apenas cuatro años. Y tras la guerra, la censura y la incertidumbre.

El llamado Decreto Histórico del PCUS del 10 de febrero de 1948 (histórico por su ignominia, supongo) empezaba así: "1. Declarar que la orientación formalista de la música soviética es una tendencia antinacional que conduce a la destrucción de la música. 2. Señalar al Departamento de propaganda y de agitación del Comité Central y al Comité de arte las directivas que habrán de corregir las deficiencias citadas en esta resolución con el fin de reconducir la música soviética por las vías del realismo". Resultado: los más grandes compositores de la URSS (Shostakóvich, Prokófiev, Jachaturián...), señalados como formalistas, vejados públicamente y arrinconados.

Por una de esas arbitrariedades del mazo stalinista, el Partido condenó al ostracismo las Sonatas para piano nº6 y nº8 de Prokófiev, pero no la 7ª, una de las Sonatas de Guerra, terminada en 1942 y que en enero del año siguiente estrenó nada menos que Sviatoslav Richter. Obra que combina angustia y lirismo, calidez y drama, termina con un Precipitato escrito en el más virtuosístico estilo de la tocata tradicional, con un endiablado ritmo de 7/8, acentos asimétricos y una denodada voluntad constructivista, de progreso incesante. Como propina de un concierto con orquesta ofrecido en una plaza muniquesa abarrotada en el verano de 2017, la china Yuja Wang toca esta música como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.

Volverán las plazas abarrotadas a llenarse de música. No lo duden.