Músicas contra la peste | Liszt

Liszt, el virtuoso enamorado

Franz Liszt (Raiding, 1811 - Bayreuth, 1886) retratado por Henri Lehmann en 1839.

Franz Liszt (Raiding, 1811 - Bayreuth, 1886) retratado por Henri Lehmann en 1839. / D. S.

Hijo de un mayordomo de la poderosa familia Esterházy, Franz Liszt fue el pianista virtuoso por excelencia de todo el siglo XIX. Aunque sólo empezó a estudiar piano a los 7 años, a los 9 tocaba ya en público y a los 11 triunfó en Viena. En 1839, Liszt inventó el concierto solista. Hasta ese momento los conciertos se dividían hasta en tres partes en las que, por norma, alternaban instrumentistas y cantantes diversos. Él decidió que tocaría solo, y fue así como en los años 1840 conquistó a todas las audiencias europeas imaginables en giras que lo llevaron de Moscú a Sevilla

Heinrich Heine hablaba de "magnetismo, electricidad, epilepsia histriónica, cosquilleo…". El efecto estaba perfectamente calculado: el músico entraba en escena con paso firme, cargado de adornos y con una atractiva melena ondulada flotando sobre sus hombros, se giraba y pasaba la vista con parsimonia por el público, luego se deshacía lentamente de los guantes, que arrojaba al suelo con cierta displicencia, lo que, se decía, provocaba desmayos y disputas entre las damas. En el teclado se transfiguraba: su virtuosismo no conocía límites.

Tras una década triunfal, en 1848, por sorpresa, Liszt decidió dejar las giras y se instaló en Weimar, desde donde se convertiría en una de las figuras esenciales, junto a Wagner, de la Nueva Escuela Alemana. Autor de infinidad de obras de extremado virtuosismo, también se abandonó el músico en muchas ocasiones al lirismo más depurado, como en los tres nocturnos de 1850, sus Sueños de amor, que antes habían sido canciones, los dos primeros sobre poemas de Uhland y el tercero, el más famoso, sobre un poema de Ferdinand Freiligrath. "¡Oh, ama, ama tanto como puedas!/ ¡Oh, ama, ama tanto como debas!/ Pues llegará la hora / en que sobre la tumba te lamentarás", y la poesía se hace melodía ardiente y melancólica, enriquecida por una trama modulatoria capaz de crear una atmósfera auténticamente mágica, en la que la elegía se expresa a través de la más sensual belleza hedonística. Así la veía en 2014, a sus 27 años, la georgiana Khatia Buniatishvili, una de las figuras mediáticas del pianismo actual.

 

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