Músicas contra la peste | Haendel

Haendel embrujado

Georg Friedrich Haendel (Halle, 1685 - Londres, 1759) retratado por Balthasar Denner.

Georg Friedrich Haendel (Halle, 1685 - Londres, 1759) retratado por Balthasar Denner. / D. S.

La ópera italiana no lo tuvo nunca fácil en Londres. Perdido prácticamente todo el siglo XVII, en la primera década del XVIII algunos signos apuntaban a que las cosas podían cambiar. Y entonces llegó Haendel. Primero con Rinaldo (1711) y, sobre todo, desde 1719 como director artístico de la recién fundada Royal Academy of Music el compositor alemán logró que el género viviera su auténtica edad dorada en los años 1720. Desaparecida la Royal Academy en 1728, Haendel se hizo él mismo empresario y, aunque los signos de cierto hartazgo en el público se notaban ya, siguió escribiendo y presentando temporadas de ópera. Es más, algunas de sus mejores obras datan de la década de 1730.

Alcina se estrenó en Covent Garden en 1735 y era la tercera ópera de Haendel basada en el Orlando furioso, un largo poema épico escrito por Ludovico Ariosto en el siglo XVI. Historias de caballería, de amores desdichados y de fantásticas fábulas de brujería y encantamiento, que le daban a Haendel la ocasión de lucir su proverbial habilidad para la melodía y el contraste de caracteres. La hechicera Alcina mantiene prisionero en su castillo al caballero Ruggiero, del que se ha enamorado perdidamente. Pero Ruggiero, que en principio parece corresponder a sus deseos, prepara su huida y, al enterarse, Alcina ruge de dolor en un aria de un dramatismo exacerbado. Haendel la escribe en do menor y en el sencillo acompañamiento nos dibuja con cruda precisión los latidos del corazón roto de la protagonista.

"¡Ay, corazón mío, has sido ultrajado!/ ¡Estrellas, dioses! ¡Dios del amor!/ ¡Traidor! ¡Te amo tanto!/ ¿Cómo puedes dejarme sola, bañada en llanto?/ ¡Oh, dioses! ¿Por qué?" En la impactante producción de Katia Mitchell para el Festival de Aix-en-Provence de 2015 fue la soprano francesa Patricia Petibon la que dio voz y vida a Alcina, y lo hizo con una intensidad y una fuerza expresiva tan arrolladoras que es imposible salir indemne de una escena como esta, un momento de una belleza sobrecogedora y perturbadora como pocos se hallan en los más de cuatro siglos de historia de la ópera. 

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