efeméride

Los Sucesos de la Aduana cumplen hoy 90 años

  • El 6 de marzo de 1928, dos personas murieron y muchas resultaron heridas ante la repentina prohibición de pasar productos desde Gibraltar

Asistentes al acto de sepelio de los fallecidos en los Sucesos de la Aduana.

Asistentes al acto de sepelio de los fallecidos en los Sucesos de la Aduana. / e. s.

Hoy se cumple el 90º aniversario de los Sucesos de la Aduana, en los que murieron dos hombres, Gabriel González y José Saameño, y varias personas resultaron heridas de diversa consideración. Estos hechos causaron una profunda conmoción en La Línea.

En marzo del año 1928, como en la actualidad, muchos linenses trabajaban en Gibraltar. Pero por entonces había muchas personas en paro porque la industria había comenzado a mecanizarse. Para hacer frente a esta crisis los ciudadanos se desplazaban a la población vecina para comprar alimentos porque allí eran más baratos. Además, el excendente servía para revenderlo y sacar algún dinero.

A veces los controles en la Aduana eran muy exahustivos y se decomisaban estos alimentos. El por entonces alcalde, Andrés Viñas, aprovechó una visita a la ciudad del director de Aduanas, el señor Verdaguer, para pedirle que se diesen más facilidades y que aumentase la cuantía de mercancías que se podían pasar desde Gibraltar.

Desde ese mismo día se autorizó a cada persona que pasara la frontera, y una sola vez al día, a que trajese un cuarterón de café, media libra de azúcar, dos huevos, una vela, media libra de bacalao, una de patatas, medio paquete de tabaco de picadura y una caja de cerillas. El número de personas que iba a por los mandados aumentó considerablemente y la gente respiró con más desahogo. Pero al tercer día, cuando ya se había marchado el ilustre visitante, el administrador de la Aduana dio la orden, sin previo aviso, de que se permitiese pasar únicamente la cantidad de mandados autorizados antes de la visita.

Era el 6 de marzo de 1928. Por la tarde, miles de linenses volvían de Gibraltar con sus compras. Pero al llegar a la Aduana y conocer esa nueva orden se produjo la consternación general. Algunos volvieron atrás para dejar parte de la compra, otros se dejaron decomisar, pero la mayoría protestaba indecisa, sin moverse del sitio, formando grupos ante los carabineros.

El grupo principal se fue engrosando con los que iban de Gibraltar, y los de delante se veían empujados de forma que no podían evitar avanzar hacia la salida. El teniente de carabineros, para intimidar a la multitud, ordenó a los guardias que se aprestasen a las armas para contener la avalancha.

Entonces comenzó a fraguarse el luctuoso suceso. La actitud de los que se sentían burlados se volvió amenazadora y comenzaron a gritar e insultar a los jefes de la Aduana y de los carabineros. Una piedra inoportunamente lanzada desde la multitud encontró la reacción inmediata de los carabineros, quienes repelieron la agresión disparando contra la gente. Murieron dos hombres y la multitud huyó despavorida. Los carabineros, aterrados, contemplaban la catástrofe.

Todos pretendían haber disparado al aire; juraban y lloraban proclamando su inocencia. Minutos más tarde, por orden del comandante militar, la Aduana fue ocupada por soldados que relevaron a los carabineros.

Al día siguiente, todo el pueblo en manifestación de duelo acompañó al entierro de los dos fallecidos hasta el cementerio. Jamás en ninguna época se formó una tan apretada multitud, que en silencio, bajo una lluvia torrencial, marchaba tras los féretros.

Días después, una representación de ilustres linenses, encabezada por el alcalde, Andrés Viñas, partió hacia Madrid para pedir al entonces jefe del Gobierno, el dictador Miguel Primo de Rivera, que diera una solución legal para que los linenses pudieran pasar mercancías desde Gibraltar. El Gobierno otorgó a los habitantes de La Línea que trabajaban en el Peñón el derecho de introducir, libre de impuestos, determinada cantidad de artículos de consumo doméstico. A los beneficiarios de esta disposición se les entregó un carné con cupones recortables que especificaban los artículos que eran objeto de franquicia arancelaria y las cantidades máximas que da cada uno de ellos podían introducirse.

Lo que antes suponía una concesión sujeta a las reacciones temperamentales de unos funcionarios o al criterio arbitrario de los jefes, quedaba establecida como un derecho bien definido.

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