La Línea en Blanco y Negro

Personajes y costumbres típicas linenses (I)

  • Dado su cosmopolitismo fundacional, la ciudad de La Línea ha sido tradicionalmente muy rica en cuanto a costumbres y personajes populares

El pianillo del Parque de la Victoria.

El pianillo del Parque de la Victoria.

No vamos a repetir el tópico de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, puesto que el progreso anda de por medio, pero sí es saludable y hasta grato recordarlos por aquello de su contenido poético y de sabrosa gracia popular. Y en ese aspecto, La Línea de la Concepción era de lo más variopinto en sus costumbres y personajes por su cosmopolitismo fundacional.

Era una de las más típicas costumbres la del pregón callejero, cuyo recuerdo evoca en nuestros corazones dulces añoranzas y sentimientos latentes. El pregón de los vendedores ambulantes de toda clase y color que ofrecían sus mercancías por calles, patios de vecinos y callejones eran pregones de gran gracejo popular y no molestaban a nadie. Hoy en cambio, vivimos inmersos en una sociedad de consumo con el factor decisivo de la propaganda organizada para radio, televisión, cine, prensa y megafonía. Los carteles y rótulos murales y los vociferantes automóviles equipados con altavoces en elevado tono taladran nuestros oídos empujándonos a consumir determinados productos.

Vendedor de pirulís y manzanas acarameladas en la calle Doctor Villar. Vendedor de pirulís y manzanas acarameladas en la calle Doctor Villar.

Vendedor de pirulís y manzanas acarameladas en la calle Doctor Villar.

Lo que recordamos con nostalgia son los pregones humanos como el que solía lanzar con vozarrones de acero el jefe de la familia de los estereros cubriendo lo ancho de la calle. “¡Estererooooooo de juncoooooo!” y "Vejetaaaa pa los colchonesss". Y con paso lento, como si ejecutase un misterioso rito, vociferando a la entrada de los patios de vecinos linenses. El vozarrón lanzaba su grito “El higo chumbo, de los gordos y dulces”.

A veces nos sorprendía como el bufido de un gato un pregón repentino: “¡El lañaoooo! ¡Platos, tinajas, lebrillos! ¡Botijooos, de Lebrijaaaa!”. Era el botijero que cada año aparecía con su descomunal carga. “¡Vendo una comoda!”, pregonaba con voz taladrante una humilde mujer. “¡Mañana se juega! ¡Al que le toque le toca!”, gritaba el vendedor de lotería. “¡Caracoles calentitos! ¡Caracoles moyunoooos! ¡Molletes calientes! ¡El mollete y la molleta!” y en el San Bernardo y plaza de toros “¡Al rico bombonnn heladooo!”.

O en los cines: “Hay pipas, chocolates, caramelos gaseosaaa”. Y también estaba la viejecita con su burro por las barriadas: “perejil, hierbabuena, mejorana, rábanos tiernossss”.

¿Quién no recuerda la voz de Luis y su canasta de “Cosa guena pa los nenes y las nenas” en Calle Aurora?

Luis con su puesto de "La Cosa Güena" en la calle Aurora, frente al Bar Correo. Luis con su puesto de "La Cosa Güena" en la calle Aurora, frente al Bar Correo.

Luis con su puesto de "La Cosa Güena" en la calle Aurora, frente al Bar Correo.

También había un grito que me llamaba la atención que decía “Marchirilquireleeee”, tratándose de los pirulines, que estaban pinchados en una base junto a las manzanas acarameladas. Y el amigo Blanca con su cesta de “Koki”, pregonando “Al rico koki”. Era una especie de crema que el mismo hacía montada sobre un barquillo de galleta. Una receta que nunca contó “pero que un servidor sí lo sabe pero prefiero no publicarlo”.

Vendedor de Koki. Vendedor de Koki.

Vendedor de Koki.

El Pianillo

Hasta el año 1972 aún podíamos ver por las calles de La Línea a un veterano pianillo, único ejemplar superviviente de aquella flotilla de pianillos que en tiempos pasados existieron en nuestra ciudad. Se trataba del popularísimo organillo de manubrio montado en una plataforma con dos ruedas, una especie de carro arrastrado por el sufrido borriquito. Aunque la aparición de los pianillos en La Línea es mucho más antigua, no es hasta la década de los años 20, los llamados alegres, y finales de los 30 cuando hacían furor entre los mozos y mozas cuando la vida social y diversiones de los linenses tenían su apogeo en los patios de vecinos, con sus verbenas de días festivos y bailes populares o familiares que tenían lugar por cualquier motivo o circunstancia. En aquella época existían en La Línea cuando menos una docena de pianillos perteneciente a las flotillas del Chato y Cabrera, cuya jurisdicción abarcaba a los pueblos vecinos Gibraltar, San Roque, Los Barrios y la Estación de San Roque.

El pianillo u organillo eran reproductores de música, puesto que para tocarlos no intervenía para nada la interpretación artística personal y solo hacía falta girar el manubrio. Al igual que en los antiguos gramófonos se daba cuerda para que girara el disco, el pianillo utilizaba unos cilindros de madera con púas que actuaban sobre los martillos que golpeaban las cuerdas. Su música era despectivamente calificada en el léxico musical como corriente, de poco fuste. La llamada “música de organillo”.

Los pianillos que tocaban en La Línea se fabricaban en la casa Luis Casali de Barcelona, existiendo varios modelos que se diferenciaban según el número de martillos y precio: el de 45 martillos costaba 1.000 pesetas, el de 50 martillos 1.100 pesetas y el de 60 martillos y cinco campanillas 1.700 pesetas. Así mismo, los de tipo laúd costaban 3.000 pesetas, al igual que el de Jazband.

Doce pianillos

Según contó en cierta ocasión Manuel Pérez Cabrera, que dedicó 50 años a los pianillos, en La Línea existieron de 12 a 14 pianillos. El Montseni, más conocido por el Chato, tenía cuatro y los encerraba en un barracón que había en el Huerto de Pedro Vejer por la parte de la calle Ángel, junto al Salón Victoria, un teatro de madera y lona propiedad de Ruperto Toledano. El señor Félix también tenía pianillos y él mismo poseía seis instrumentos con cochera en el Patio Arañón, en la Banqueta, y más tarde en el Patio Vichino con entrada por Siete Revueltas. Fueron los organilleros más populares Terrenos, Punta, Tejita, El Rubio, El Vizco, Pernales, Matagato y Vilerio. Los dos últimos fueron los más famosos porque, además de tocar los pianillos, se dedicaban como mozos en todas las corridas que se celebraban en nuestro coso taurino. Como gran afinador destacaba Ambrosio Valero, al que todo el mundo respetaba y admiraba por sus extraordinarios dotes de afinador y buenísima persona.

El latero

Un latero trabaja en una calle de La Línea. Un latero trabaja en una calle de La Línea.

Un latero trabaja en una calle de La Línea.

El latero era una profesiones que se dedicaba a trabajar la lata buscando restos y haciendo utensilios como jarrillos o jarras. También se dedicaba a reparar paraguas, las ollas o las cazuelas y los baños de zinc que estaban en mal estado. Además, limpiaba las latas con betún. También arreglaba los cántaros para leche o aceite, los vertedores para las tiendas de comestibles, los baños para fregar la vajilla, los recipientes para el aseo familiar en las viviendas que carecían de cuarto de baño (inmensa mayoría hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XX), los artilugios parala fabricación de churros, embudos, candiles o faroles.

El latero no tenía sede fija. Su taller era la calle. El latero se sentaba en un rincón y ahí arreglaba lo que las mujeres le acercaban. Sentado en el suelo abría la caja y avivaba el fuego del anafe. Tras analizar el encargo, procedía a las tareas previas: sanear la parte picada, para lo cual utilizaba una lima hasta dejar lustrosos y brillantes los bordes del agujero; después, con un pincelillo iba diluyendo los trocitos de chapa cinc. Con el soldador al rojo vivo en una mano y la barra de estaño en la otra, los acercaba al baño de cinc derritiendo unos goterones de estaño que iba extendiendo cuidadosamente con el soldador hasta cubrir el agujero. Si era muy grande recortaba con las tijeras un trocito de hojalata que soldaba en el mismo lugar.

El latero, que reparaba objetos de uso doméstico. Patio Carmona. El latero, que reparaba objetos de uso doméstico. Patio Carmona.

El latero, que reparaba objetos de uso doméstico. Patio Carmona.

¿Quién no recuerda al viejecito que gritaba "se componen los paraguas, el latero" en la entrada de los patios de vecinos? Yo lo recuerdo perfectamente en el patio de mi abuela Dolores, en la calle de La Paz número 13.

El ditero

Una de las figuras inconfundibles en las calles de La Línea era la del ditero. Este conocido personaje cargaba un cesto de mimbre en un brazo donde llevaba telas de diferentes clases y colores o alguna ropa confeccionada y en la otra mano una cuerda donde solía portar algunas ollas, cascos o cacerolas. Y con su inseparable libro de contabilidad. Así recuerdo a mi gran amigo y tocayo Domingo Suárez Carrillo. Precisamente yo le compré unas gafas a dita que valían 300 pesetas y las pagué a 50 pesetas al mes.

Diteros en el Mercado. Diteros en el Mercado.

Diteros en el Mercado.

Iba visitando las casas de los barrios, en algunas para cobrar y en otras para abrir nuevas cuentas. El sistema era sencillo: vender sus artículos o cobrarlos semanalmente en el plazo y la cantidad que se estipulase. No existía una ley que amparase el cobro de posibles morosos. Nada más que estaba la psicología de ditero.

La mayor clientela eran mujeres. Y de estas muchas madres que ayudaban a comprar a sus hijos en edades casaderas. En algunas ocasiones sacaban de apuros a bastantes clientes, porque muchos no podían comprar en las tiendas ya que carecían de credibilidad. Era el ditero quien se exponía a que le dejasen colgadas más de una cuenta.

Tiempo después, los diteros dejaron de ir cargados con los canastos y comenzaron a trabajar de una forma más fina. El cliente solicitaba al ditero una compra y el ditero le daba una tarjeta para ir al comercio que le indicasen para hacer la compra sin pagarla. Más tarde, el ditero comparecía y pagaba la compra. A su vez, el comerciante le hacía un descuento al ditero y este le cargaba un tanto por ciento sobre el precio de venta a los plazos que era su beneficio. Más tarde llegaron también los que daban dinero a ganancia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios