La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

La utilidad del voto inútil

Es urgente cambiar las reglas del juego: las cruces del Senado hay que exportarlas al Congreso y hay que imponer la 2ª vuelta

N O es inteligente exponerse demasiado a los políticos, no es bueno contrastar tanto y no es sana la sobrecarga de información... Me dan envidia quienes acudirán este domingo a las urnas con la papeleta elegida de casa, con las mismas siglas y el mismo color que el primer día que ejercieron su derecho al voto; no hay nada que cuestionarse ni nada que repensar. Admiro la fortaleza moral de quienes, después de cuatro años de inestabilidad, irán con fe ciega convencidos de que su opción, esta vez sí, terminará en un gobierno que gobernará; irán con la nariz tapada, pero irán. Me sorprenden quienes han sido capaces de desconectar desde el mismo día que Pedro Sánchez anunció que el 10 de noviembre volveríamos a votar y no han perdido ni un minuto de su tiempo en la campaña; tampoco lo harán hoy y el barómetro de su hartazgo será el dato de la abstención.

Luego estamos todos los demás… Los que nos hemos tragado la campaña para terminar asumiendo que no es un modelo de país lo que nos jugamos, que no son políticas lo que votamos, sino una fórmula (inexistente) que haga posible el acuerdo. Un pactómetro viciado en una espiral de férreos vetos. Tan desalentador como seguir a los partidos en las redes sociales, devorar los debates televisivos y hasta empollar los programas para concluir que la única novedad que habrá este domingo respecto al pasado 28 de abril es la concurrencia de un actor nuevo (Más País) con unas opciones más que limitadas de ser llave del desbloqueo.

Pero este frustrante páramo electoral sólo es así de frío si lo analizamos desde la razón. No con el corazón y las entrañas de quienes votarán en positivo sabiendo cuál es su voto útil y de quienes lo harán en negativo con un voto de castigo.

La neurociencia lo tiene más que investigado: también en el acto de escoger una papeleta las emociones tienen un papel tan importante o más que la sesuda reflexión en torno a qué partido defenderá mejor mis intereses o con qué candidato siento más empatía. Tanto es así que toda la campaña del 10-N ha discurrido siguiendo las mismas directrices que la campaña publicitaria de cualquier producto; poco importa si la pelea es entre coches o refrescos. Es puro márketing. Es miedo, indignación, seguridad.

Llega un punto en que ni siquiera las encuestas ocupan un papel determinante. Por lo que tienden a errar y por lo que se circunscriben a un espacio de raciocinio cada vez menos importante. ¿Un callejón sin salida? No necesariamente. Pero la luz no la encontraremos en los resultados de este domingo - con suerte se llegará a un apaño-, sino en la valentía con que en España seamos capaces de afrontar un cambio de las reglas del juego electorales. Las cruces del Senado hay que exportarlas al Congreso, hay que revisar el papel mismo de la Cámara alta y hay que implantar la segunda vuelta.

Si los partidos no hacen su trabajo, tendremos que hacerlo (también) los ciudadanos. Porque la disputa por el poder en el seno de los partidos no se puede dirimir (también) en las urnas. La guerra abierta que se ha desatado esta campaña en Granada con las papeletas salmón del Senado, con el pulso en el centro-derecha por ver quiénes serán sus señorías en la próxima legislatura, es una muestra elocuente. Con memes incluidos y con episodios rozando la ilegalidad. No se trata de un episodio aislado en el contexto nacional y conecta, además, con una amenaza mucho mayor que nos afecta a todos: el fantasma de las terceras elecciones.

Lo más fácil hoy tal vez sea poner las 3 cruces del Senado: razón y corazón pueden ir de la mano. Pero no ocurre igual cuando hay que escoger un melón cerrado, cuando te advierten de que no se puede calar y cuando no habría más corrección (si volvemos a liarla votando) que un vuelta a empezar.

Puestos a generalizar la jornada electoral de los domingos con tanta insistencia como las campañas de rebajas, una propuesta liberadora para este 10-N: votemos lo que nos apetezca, pero presionemos desde ya para tener una segunda oportunidad con una segunda vuelta -no con un déjà vu- si nadie se pone de acuerdo para gobernar.

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