La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Cuenta atrás para el 'reconfinamiento'

Reuniones familiares, de amigos de trabajo... se nos olvida que en nuestro país no vale aconsejar, hay que imponer y sancionar

Ni los más pequeños quedan al margen del uso de mascarillas.

Ni los más pequeños quedan al margen del uso de mascarillas. / Archivo

Selectivo. Por distritos sanitarios, barrios o municipios. Será un lío, como lo está siendo en Madrid, pero será. Creímos que la segunda ola del coronavirus se había adelantado al verano confiados en no tener que volver a sumar muertes y enfermos graves en la UCI; que lo podríamos soslayar a golpe de hidrogel y mascarillas, disolviendo botellones y haciéndonos PCR. Pero, por una vez, las previsiones eran ciertas. Y la saturación de los ambulatorios, la tensión en la Atención Primaria, ha sacado a flote más grietas de un sobrevalorado sistema público al borde del colapso: fueron los hospitales, fueron las residencias de ancianos y, ahora, es la puerta de entrada a la sanidad.

Sólo nos faltaba en Granada tener que combatir los contagios dentro de los hospitales. Los brotes que ya se han extendido a un centenar de personas en el Virgen de las Nieves son preocupantes por lo que suponen en sí mismos (en el propio Hospital se ha autodecretado una especie de estado de alarma con estrictas limitaciones en el centro y un plan de choque con 500 PCR diarios para rastrear los contagios) pero también por lo que simbolizan. Poco importa si la fiesta de jubilación fue antes, durante o después de la detección del brote. Resulta sorprendente que los profesionales más expuestos y golpeados por la pandemia se salten una recomendación tan sensible -se nos olvida en nuestro país que nada vale si no es imposición y conlleva sanción- en la batalla contra el Covid.

¿Hasta dónde llega nuestra burbuja de protección? Porque buena parte de los casos que se están detectando estas semanas están relacionados con la relajación de las reuniones sociales. Hemos olvidado demasiado pronto la alerta sobre el riesgo de las 4B (Bodas, Bautizos, Bares y Botellones) que un virólogo español popularizó en julio cuando se suponía que habíamos doblegado el coronavirus y debíamos recuperar el pulso de nuestras ciudades para reactivar el consumo y frenar la caída de la economía. Ni lo uno ni lo otro.

El curso universitario ya está en marcha y se ha optado por una presencialidad controlada (con grupos reducidos y medidas extremas de higiene) siguiendo el mismo anhelo de normalidad con que hace dos semanas se abrieron las aulas. ¿Es un error? No podemos subestimar la letalidad del virus pero tampoco dejarnos llevar por el miedo. En estos veinte días, sólo un colegio ha tenido que ser cerrado al completo y apenas quince clases en un mapa provincial con 856 centros y más de 8.700 aulas.

A comienzos de mes participé en un tribunal de tesis y a última hora se optó por el formato virtual, sin contacto alguno y sin celebración, por precaución. ¿Fue un exceso de prevención entonces? ¿Es una imprudencia ahora acelerar el reloj de las facultades? No nos podemos relajar, pero Granada necesita a los universitarios; vive de los universitarios casi tanto como de esos turistas-fantasma que en estos seis meses de pandemia han roto por completo todas las estadísticas.

Lo comentaba esta semana con los responsables de la Federación de Hostelería y Turismo: Granada de Tapas se ha mantenido casi como un grito de auxilio del sector. Con las más de 300 muertes por Covid que ya han salpicado a medio centenar de municipios de toda la provincia, podría parecer hasta frívolo mantener la iniciativa. No lo es, sin embargo, si escuchamos el testimonio de las miles de familias que viven de los bares, de los hoteles y de los numerosos negocios que dependen en la ciudad del sector turístico. No lo es tampoco si nos damos un paseo por el centro y nos distraemos, por ejemplo, contando los locales que hay vacíos, los que bajaron las persianas en marzo sin saber que sería definitivo.

Todo apunta a que estamos en la cuenta atrás de un nuevo confinamiento; otro pero no igual. El Covid no puede ser una coartada para (mal) vivir con miedo (¡cuánto me hubiera gustado escribir el artículo de Andrés Cárdenas de esta semana!) y mucho menos, a nivel institucional y empresarial, para esconder errores e inoperancia. El Covid explica muchas cosas pero no todas.

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